Abbey Road: 50 años de vanguardia y rock’n’roll
¿Qué pasó en Abbey Road? Muchas cosas. Lo más importante y lo que contagió de buenas vibras al grupo es que pudieron sacudirse de las malditas cámaras de cine que grababan cada movimiento del, hasta ese entonces fallido, proyecto Get Back.
Por Miguel M. Reyes Almarza*
Cuando los Beatles grabaron Abbey Road no sabían que sería el último, ni siquiera podían anticipar qué faltaba para terminar con el contrato de EMI que a esas alturas les asfixiaba -quizás McCartney lo intuía y por eso insistía en volver a los estudios de la mejor forma posible- sin embargo aquel trabajo que buscaba ser un remanso luego de la agitación desmedida vivida entre el Álbum Blanco y Let it Be, se convirtió a la larga en la rúbrica perfecta para el capítulo más relevante de la historia de la música popular, The Beatles cruzaban definitivamente a la acera de la leyenda.
Y es que el contexto inmediato –un mundo cambiando a toda velocidad y con los ojos puestos en el espacio- confabuló para que aquellas grabaciones que comenzaron apenas tres meses después de abandonar Let it be, tuvieran ese sentimiento de amalgama Beatle extraviado desde los años de trabajo y placer –entre 1962 y hasta 1965 al menos- que irremediablemente fue dando paso al tedio administrativo –Apple y todos sus inventos- y al cansancio crepuscular que tuvo su punto cúlmine entre el fin de las giras y la muerte de Brian Epstein.
¿Qué pasó en Abbey Road? Muchas cosas. Lo más importante y lo que contagió de buenas vibras al grupo es que pudieron sacudirse de las malditas cámaras de cine que grababan cada movimiento del, hasta ese entonces fallido, proyecto Get Back. Y es que los Beatles hace mucho querían volver a las raíces, al rock primal, a la experiencia poderosa de componer sin grandes artilugios y eso, pensado para el álbum anterior, no se logró debido a la imposición rigurosa de mantener un registro activo de todo cuanto pasaba en los estudios. No era raro encontrar a John y Yoko escondiéndose de las cámaras y a Paul tratando de interceder entre la realidad y la fantasía de un show televisado. Esas ‘moscas en el muro’ terminaron por tensionar aún más los escasos momentos de calma en la banda que ya se arrastraban de su confuso paso por la India, previo al Álbum Blanco, y la cada vez más compleja resolución de los anhelos de George Harrison que con total mérito exigía mayor protagonismo a la hora de incluir sus composiciones en los discos.
Abbey Road comienza sin presiones, con formación completa y la venia de George Martin quien también algo superado por los conflictos anteriores exigía como condición que todos trabajaran como en los buenos tiempos. Es así como en abril de 1969, en plena primavera y completando luego todo el verano, John, Paul, George y Ringo ponen sus instrumentos y sus mentes a disposición del buen ánimo reinante para hacer lo que más amaban. Es obvio que el clima -literalmente- propició letras muy ajustadas como “Sun King” (“Here comes the sun king, everybody is laughing, everybody is happy”), “Because” (“Beacause the sky is blue”) y la mismísima “Here comes the sun” (“Little darling, the smiles returning to the faces”) compuesta por George en casa de su gran amigo Eric Clapton, producto en parte de ese relajo que permitía incluso de que faltara a una grabación y que más de un dolor de cabeza le dio a Ringo a la hora de anticipar las secciones rítmicas que el guitarrista proponía influenciado por la música India. Al final del día el sol salió para todos incluida la icónica foto de la portada en el paso de cebra contiguo a los estudios de grabación.
Las canciones son un compendio de estilos y pretensiones de todos y cada uno de sus integrantes.
“Come together” abre la jugada con esa precisión minimalista y rockera propia de Lennon, una letra que es una invitación política y que invita a movilizarnos desde el eco de las palmas hasta el manierismo de su voz, el bues que acarreaba con placer desde The Dirty Mac, agrupación ‘lateral’ que un año antes convocó a John a su primer espectáculo sin los Beatles incluyendo a Eric Clapton de Cream, Mitch Mitchel de The Jimi Hendrix experiencie y Keith Richards de los Rolling Stones, se presenta como la punta de lanza de lo que se vendrá.
Luego es el turno de Harrison y este ‘toma por sorpresa’ al tándem Lennon & McCartney al golpearlos en pleno ego con una de las mejores, sino la mejor canción de amor de todos los tiempos “Something”, versionada hasta el cansancio y el mejor tema Lennon & McCartney según Frank Sinatra, George en pleno proceso de desenamoramiento avisa que ya es un compositor de elite y que van a tener que esforzarse para alcanzarlo.
Una melodía imposiblemente hermosa y un solo de guitarra que es una caricia para el alma. El ‘hermano pequeño’ como solían llamarlo todos, costumbre que aún conserva McCartney cuando se refiere a él en sus conciertos, había crecido y vaya que bien.
El disco se vuelve impredecible con “Maxwell’s Silver hammer” la canción que llevó más tiempo de grabación –y dinero según Lennon- con relación a lo básica de su estructura. Se dice que todos los Beatles la odiaron un montón -sobre todo cuando Paul intentó que fuera un single- no obstante, se divertían con las ocurrencias del protagonista, un chico que les recordaba su infancia de estudiantes problemáticos durante su paso por la escuela.
Paul se resarce inmediatamente con “Oh! Darling” un blues desgarrador que hasta el mismo Lennon quiso cantar aludiendo que era más ‘de su estilo’. Para obtener el registro de dolor McCartney cantaba a todo pulmón una y otra vez desde muy temprano para obtener el sonido deseado, y claro que lo logra. Un piano poderoso y los cortes y arpegios de una guitarra sucia, complementan el éxito de esta pieza.
¿Ringo? Por supuesto que no puede faltar, más allá de la polémica de reducir su participación a una sola canción, cosa que nunca puso en apuros al gran Richard, encontramos la feliz “Octopus’s garden” escrita por el zurdo de los platillos y que toma la forma de un cuento infantil con ese talento innato de Starr para ser el bálsamo en la relación de los demás y que, con un poco de ayuda de Harrison, desarrolla una preciosa pieza con efectos marinos con versiones tan variadas como el Punk hasta los programas infantiles.
Para finalizar la cara A del disco John vuelve para ‘apagar la luz’. Es el turno de “I Want You (She’s so heavy)” la polémica composición que enfrenta una letra pequeñísima, algo más que su título y una extensión hipnótica de casi 8 minutos de rock duro y arpegios alienantes. Si alguien dudaba del amor que John le profesaba a Yoko, acá el guitarrista se los grita en la cara. Y como nada de los Beatles es previsible, apenas nos acostumbramos a la letanía final de la canción esta termina de cuajo, sin asco, como diciéndonos que hemos caído en la trampa.
Al girar el disco un arpegio melódico en LA mayor nos trae a la vida. Si temíamos la caída libre del mantra anterior acá en “Here comes the sun” George nos recibe mansamente y nos da esperanza (“Here comes the sun, it’s all right”) de melodía y armonía perfecta, la canción, que más tarde es parte de su set acústico en el concierto para Bangladesh acompañado por Pete Ham de Badfinger, vuelve a dirigir la atención sobre George y las capacidades musicales infinitas que tiene a su disposición y que más tarde, separada la banda, explotan en el tremendo disco triple “All things must Pass”. Lennon –como solía hacerlo- disuelve la dulzura con su reinterpretación de Claro de Luna de Beethoven al revés y un arreglo vocal extraído desde la nave mayor de una iglesia gótica. Las armonías que acompañan este breve arpegio son definitivamente maestras, John, Paul y George, grabando tres veces para completar nueve voces.
El resultado final es pavorosamente bello. Pero los fabulosos 4 no se detienen allí y como siempre empujan los límites al máximo ¿Un medley? ¿The long one? Ok, no es mala idea. John y Paul tenían muchas canciones inconclusas y aunque la idea se cocina a fuego lento entre McCartney y George Martin, que desea cooperar desde los teclados, Lennon a regañadientes se pone en acción y así, junto a George y Ringo, entregar al mundo del rock el mejor lado B de un álbum.
Lo que pasa a continuación es simplemente vertiginoso. Es como repasar la obra de la banda en 16 minutos. Un torbellino de rock y baladas que desemboca en un delta apoteósico. Nada de él tiene desperdicio, armonías vocales en su mejor momento, tres composiciones de Lennon, 4 de McCartney, los golpes precisos de Ringo y los riffs irrepetibles de Harrison, todo en una sola pieza de antología que va desde la nostálgica “You never give me your money”, el guiño a Fleetwood Mac en “Sun King” –que no pasó de un guiño- la cruda historia de “Mean Mr. Mustard” (un poco de toda esa basura que según Lennon, escribió en la India) y el relato realista, propio de John, para “Polythene Pam”, una fan adicta al polietileno, que da pie para que luego otra fan se quiera meter por la ventana del baño de McCartney “She came in through the bathroom window”, hasta ahí un crescendo magnífico que nos tiene preparada una nueva caída. “Golden slumbers” y “Carry that weight” grabadas como una sola pieza que reúne una canción de cuna adaptada que nos recuerda que el show está por terminar -aunque todo está bien- y una de las pocas canciones Beatle donde cantan los 4, letra que abre la interpretación a la eventual culpa de John por separar la banda “Boy, you’re gonna carry that weight for long time” o, de manera más sutil, la inspiración para Paul quien definitivamente ‘cargaba’ con el peso de mantenerla unida. Cuerdas y voces que desembocan en lo irremediable: “The end”. Esta pieza final contiene todo lo que la emoción puede solicitar, primero, es la última grabación donde estuvieron presentes los 4 Beatles -más tarde se hicieron algunos arreglos para Let it Be pero nunca coincidieron todos en un mismo estudio- además considera un puente con el único solo de Ringo en toda la discografía seguido por una estructura de rock fantástica donde los Beatles restantes colaboran en un gran solo comenzando por Paul, luego George y terminando con John para repetir la secuencia hasta el compás final donde un piano prepara una de las frases más hermosas -de McCartney- de la Beatlemanía y la rúbrica precisa para tan hermoso álbum, “Al final el amor que tomas es igual al amor que das”, luego de eso una armonía coral, una guitarra esperanzadora y el fin de un sueño.
Ok, no. Quedaba “Her Majesty”. Dentro de la vanguardia que asumieron los 4 de Liverpool y a propósito de un error de uno de los ingenieros auxiliares -no Alan Parsons- una canción que se pensó para el ‘medley’ y luego se descartó, quedó colgada segundos después del final, error que fue del total agrado de los músicos. Sin aparecer en la portada original ni tampoco en la etiqueta del disco la canción más corta del catálogo Beatle se convirtió en el primer “track oculto” de la historia de la música popular. Como interpretación extra, los Beatles y Paul se despedían cantándole a “Su Majestad” y susurrándole al oído “algún día la haré mía, Oh sí”. Humor inglés a prueba de mojigatos.
Abbey Road es una joya, por donde se le mire, vanguardia que supera con creces los apenas 50 años que lo separan de su creación, los Beatles comenzaron y terminaron su trayecto musical a años luz de todas las otras bandas del orbe y aún con la suerte echada tenían mucho talento y amor para entregar. Hoy medio siglo después su edición de aniversario vuelve a alcanzar el número 1 de los rankings, como si fuese ayer, mañana y siempre. Mientras en 1969 El hombre llegaba a la luna, los Beatles se preparaban para surcar el infinito.
★★★★★ (5 sobre 5)
*Periodista.