Oreste Orsini: Un artista del “ventennio” que sobrevivió a la guerra
Van pasando las décadas y son siempre menos aquellos que vivieron y lucharon durante esa época nefasta de la historia Occidental. Este es el testimonio de uno de ellos: pasó por campos de exterminio, prisiones para soldados y criminales, batallas, escarmientos, venganzas. La voz de una de las últimas generaciones europeas que pasó hambre de verdad, uno de los pocos italianos sobrevivientes a ese desastre.
Por Adriano García
El 8 de junio 2017 murió una persona muy querida, aunque decir que murió sería muy reductivo considerados sus 97 años. Se extinguió más bien, se apagó. Era una persona importante, no solamente desde un punto de vista afectivo: para mí lo era también desde un punto de vista ideológico, histórico y moral. Se llamaba Oreste Orsini.
La historia de su vida es increíble. Objeto de entrevistas, documentales, investigaciones, fue músico, soldado, intelectual, estudioso. Un maestro de música, un entusiasta de la cultura.
Tendré el honor de contarles su historia, que me llega a través de breves e intensas conversaciones con él pero sobre todo que contaré a través del testimonio de su hijo Andrea Orsini, mi padrastro.
Empieza durante el “Ventennio”, la época del fascismo italiano pre-guerra, en Pescara, una ciudad de mar en la región de Abruzzo que mira hacia el Adriático. Oreste nació ahí. Su padre, Alfredo Orsini era jefe de estación, en un periodo en que este trabajo, este rol social, era muy importante. Su familia de hoy lo define como un “verdadero socialista” que, tras la “Marcha de Roma”, el golpe de estado fascista de octubre 1922, quedó conectado y fiel al Partido Socialista en clandestinidad.
En la provincia de la época, la única manera de hacer actividad política era a través de la filantropía, así que Alfredo Orsini se transformó en uno de los impulsores de la primera escuela musical de Pescara, reuniendo privados para que con su oficio y dinero la fundaran y financiaran.
Después de la guerra se transformará en un Conservatorio de Estado, pero en la época era una escuela privada. Contrataron profesores y músicos de todo el país que fueran a dar clases.
Oreste y su hermano Attilio fueron incentivados a aprender un instrumento musical, a Oreste le tocó el violonchelo. Su profesor fue un toscano, el profesor Enrico Pardini, estudiante de un gran maestro, Enrico Mainardi. Para los que no sabemos, es el linaje más prestigioso por lo que tiene que ver con los estudios académicos del violonchelo de principios del ‘900 en Italia. El enfoque de Mainardi, barroco y directo, será de enorme importancia por lo que concierne los estudios musicales del primer ‘900 y condicionará de cierta manera los estudios y la vida de Oreste.
Una noche Alfredo Orsini, oficial del Estado respetable y respetado, se cruza por una calle de Pescara con un grupo de fascistas militantes que le hacen el saludo romano, con el brazo extendido pero él no responde; se enojan muchísimo y lo agreden, obligándolo tras darle varios golpes a tomar aceite de ricino. Alfredo caerá en depresión tras ese hecho, y morirá de ictus un año después; probablemente una muerte consecuente a la violencia sufrida.
Oreste, tras la muerte de su padre, terminó sus estudios de Magíster en la escuela de música y según las leyes de la época se vio obligado a enfilarse en la Escuela Oficiales del Real Ejército del Reino de Italia; un curso durísimo. Esto a poco tiempo del comienzo, para Italia, de la Segunda Guerra Mundial; Oreste terminará el curso de Teniente recién a comienzos del ’43 por lo cual luchará poquísimo efectivamente en la guerra.
El 8 de septiembre de 1943 es un día importante para los italianos y para la dinámica de la guerra en sí. Es el día en el cual el Rey de Italia, Vittorio Emanuele III manda a arrestar Benito Mussolini, lo destituye, empieza el gobierno Badoglio e Italia “traiciona” Alemania, Japón, Austria y los demás para recolocarse con los Aliados.
Un problema: Italia estaba llena de alemanes, se había transformado en una fortaleza que defendía Alemania (la Línea Gótica).
La mañana del 9 de septiembre, arrestan a Oreste junto con todos los soldados y oficiales italianos que se encuentran en el lado equivocado de la línea Gótica. Él se encontraba en la región de Alto Adige, una localidad de montaña en el norte de Italia. Los alemanes le ofrecen varias opciones: unirse a la República Social Italiana con Mussolini, que mientras tanto había sido liberado por los nazis y puesto al poder de este gobierno que podríamos definir “revolucionario” o declararse colaborador pero no luchador; en tal caso lo habrían mandado a una granja en la región de Baviera, a ordeñar vacas y alemanas; por ser oficial no lo trataron como judío, gitano, ruso; recibió un trato de favor.
Rechazó la oferta de las vacas y las tetas. Esto porque era antifascista y se apelaba a la Convención de Ginebra; quería ser arrestado como oficial en defensa de un país ocupado. Los alemanes no estaban muy contentos de este rechazo. Así empiezan sus viajes por Europa, como prisionero de guerra.
Lo mandan al sur de Alemania, a trabajar en una fábrica de zapatos. Su manera de joderse a los alemanes era pegar las suelas izquierdas en los zapatos derechos y viceversa; salían estas obras de arte contemporánea que hoy serían apreciables, simbolizarían el desorden social y cultural del contemporáneo. Los nazis, que no aprecian, le dan una buena paliza y lo están por fusilar cuando otros oficiales italianos más tranquilos logran convencer a los teutones que Oreste está simplemente loco. Se salva de la ejecución, pero no de un castigo que él mismo definió como ejemplar: lo mandan por dos meses en una cárcel holandesa, llena de violadores, asesinos, sicópatas a limpiar los excrementos y la orina de estos criminales sin ningún tipo de protección higiénica.
Tras su castigo empieza la travesía a través de 11 campos de concentración en Alemania (Krefeld, Bremenwurde, Bergen, entre otros) entre el ’43 y el ’45. Las historias de los campos de concentración son morales y terribles. Cuenta por ejemplo que en lo absurdo del campo en sí y de este sistema alemán, el correo funcionaba. Su profesor de música, Pardini, le logró enviar paquetes con galletas, miel y harina de castañas. Oreste distribuía las galletas y la miel entre sus compañeros de prisión y racionó para sí la harina. Sobrevivió comiendo una cucharada de harina de castañas al día.
Oreste perdió casi todos sus compañeros en esta Odisea. De hecho hubo 20 mil oficiales italianos presos por los alemanes y no sobrevivieron más de 2.000 (el 10%). Uno de ellos lo perdió de una manera absurda: se estaban duchando, el viento vuela la toalla hacia los alambres de protección del campo y muere asesinado intentando recuperarla. Vio morir personas de esta manera y otras más increíbles todos los días.
En el ’45 lo transfirieron a un campo en el centro de Alemania, el campo de Wietzendorf. Las autoridades alemanas movían continuamente a los prisioneros. Este fue su último campo.
Un día los alemanes acaban las municiones y la comida. Muy cerca del campo se combatía la guerra contra los rusos, el verdadero frente de la Segunda Guerra Mundial. Deciden fusilar a todos los prisioneros. Los obligan a salir del campo en formación y a excavar sus propias tumbas. Al amanecer del día siguiente (todo esto es cierto, no son recursos literarios o dramáticos) oyen disparos de batalla.
Oreste cuenta que vio a través de un agujero de su prisión la caballería cosaca, la Armada Roja, a la carga del campo con espadas y lanzas. Liberan el campo y se desencadena una venganza sumaria contra los nazis cautivos de los cosacos. Los prisioneros ahogaron al oficial SS del campo en la mierda, colgado por los pies. Los soviéticos asisten casi divertidos a la escena. Oreste no fue parte de esta venganza, y cuando le preguntaban lo afirmaba con orgullo. Andrea, su hijo, me cuenta que su padre nunca le enseñó a odiar a los alemanes, no obstante todo lo que vio y vivió. Para él eran alemanes sus maestros de música: Bach, Beethoven, Brahms, Mozart. Sabía que el ser nazi, fascista, no dependía de la pertenencia a una nación específica.
Los rusos los habían liberado; no podían matarlos, pero tampoco alimentarlos. Recordemos que la Unión Soviética estaba al borde del desastre y tenía muy pocos recursos para sus ciudadanos o para sus tropas, imagínense para prisioneros liberados. Los organizan y los empiezan a mandar en camiones y trenes y los entregan a los ingleses. Estos los reubican en otro campo, este sin rejas y al abierto, en Alemania. Había un banquete (unas latas de comida) que esperaba a los prisioneros. Al llegar se lanzaron sobre ella y casi murieron de indigestión. Oreste pesaba 46 kg cuando fue liberado.
Fue huésped de los británicos por varios meses. Con más libertad de movimiento, Oreste se dedicó el resto de su estadía a divertirse junto con otros compañeros de aventura; al fin y al cabo estaban en la ex-Alemania nazi, en el caos posbélico.
En una de esas “aventuras” llegan a una mansión, que podría haber sido de un jerarca nazi, o de una persona muy especial, hermosa y recién evacuada. Las puertas estaban abiertas y la comida lista para sentarse a la mesa. Encuentran depósitos de comida como para sobrevivir muchos años y aquí Oreste encuentra un violonchelo, fabricado siguiendo las modalidades de realización de los Stradivari, hecho en Alemania a finales del ‘800, de incalculable calidad. Se lo llevó. Una venganza más digna que la sumaria del campo; finalmente les había devuelto el favor a los nazi-fascistas que durante su retirada hacia el norte por Italia habían saqueado su casa y robado sus instrumentos musicales.
Los ingleses finalmente, a finales del ’45, le permiten volver a Pescara. Oreste logra volver a su ciudad, que estaba destruida por los bombardeos de los mismos ingleses. Vuelve a estudiar música pero la situación es insostenible. Logra tras varias peripecias encontrar trabajo en una radio de Zagreb, en la actual Croacia, en la entonces Yugoslavia, donde vivirá 4 años.
Era un oficial del Real ejército de la Monarquía italiana cuando se fue y cuando volvió era un comunista.
Al volver a Italia entra en la orquesta sinfónica de la Rai (TV/Radio del Estado), en Milán y se transformará en Primer Violonchelo en 1956. Oreste se irá más tarde a Roma, convencido por su mujer, Grazia Antonelli hija de Luigi Antonelli Cascella, un intelectual muy importante. En Roma se transformará en Primer Violonchelista de la Orquestra Sinfónica de la Rai también. Toda su carrera tocó con su Stradivari.
Oreste Orsini nunca tuvo derecho a una pensión como veterano de guerra. Ni él ni ninguno de sus compañeros. No quiero creer que fue porque considerados nazi, colaboradores o fascistas visto lo que vivieron, anhelo pensar que eran tan pocos los que volvieron que ni siquiera constituían un grupo o sector como para ser considerados por la burocracia como “pertenecientes a una condición legal específica”. No había social network para quejarnos todos juntos. Tuvieron un reconocimiento litúrgico en forma de piedra con nombres que recuerda estos caídos más de medio siglo después.
El fascismo tuvo dos caras muy distintas, como un amante; una en público para la gente común, una en privado para la burguesía y los ricos. En público el fascismo era pura retórica: era grupos de violentos, asesinos, anticomunistas, unos poseídos que gritaban acerca la “verdad de Dios”, sobre el “ofrecerle el pecho a la bandera y la patria”, el slogan más conocido del fascismo era “Dios, Patria, Familia”; esta ritualidad que fue típica también del nacional socialismo alemán. En privado era una ideología absolutamente anti-retórica. Marinetti, que es el artista considerado el estandarte del futurismo, tenía otro eslogan: “Matemos el claro de Luna”, un claro mensaje de muerte a la retórica. El mundo cultural, el mundo universitario, gozó durante todo el “Ventennio” de una cierta libertad y vivió un estimulante ambiente artístico. En este cuadro cultural encuentran espacios relevantes los estudios filológicos y la lectura “seca” de la música barroca del maestro de Oreste, Mainardi.
Oreste odió la falsedad de la retórica y la ritualidad, odió eso del fascismo, del nazismo y de lo que vino después. Nos dejó un 8 de junio. Sus seres queridos le dieron el último saludo como él quería, sin cura ni rabino ni imam, los consideraba payasos histéricos.
Se fue artista, héroe, libre.