Condorito: mucho más que un ¡Plop!
Condorito fue un contraste desde su nacimiento: personificó el ingenio y la ingenuidad, la ambición y la generosidad.
Por Marcelo Cid
Periodista y Magíster en Comunicación en Tecnología Educativa
El 6 de agosto de 1949, en la revista de historietas, “Okey”, nació uno de los emblemas del inconsciente colectivo nacional: Condorito, un cóndor antropomorfo que de ingenuo o infantil ha tenido muy poco durante sus 70 años de existencia.
Surgido del talento e ingenio de René Ríos Boettiger, Pepo -quien merece una columna aparte por su legado artístico, pocas veces documentado-, Condorito en su inicio era una extensión del estereotipo del roto chileno: de origen campesino, con ojotas y pantalones risiblemente zurcidos, frecuentemente desempleado y por ende sin recursos económicos, habitante de un rancho miserable, y para quien el alcohol, el robo, el hurto y el engaño eran prácticas habituales de supervivencia.
Sin embargo, el anti-héroe fue la mezcla perfecta entre humano y cóndor, esto es, de lo terrenal y lo sublime. Condorito fue un contraste desde su nacimiento: personificó el ingenio y la ingenuidad, la ambición y la generosidad. Esto ya se evidencia en su primera aventura: tras robarse una gallina, su compasión y arrepentimiento son premiados con la cárcel al ser descubierto por un carabinero con el cuerpo del delito en sus manos. Sería esa otra de las características del personaje: la fatalidad, inherente al roto chileno de antaño (y de hoy).
Condorito, antes de internacionalizarse, vivía en una casucha/rancho de madera, con vidrios quebrados, un techo de fonolita afirmado por un neumático, un brasero y las infaltables prendas colgadas a la vista de todo el mundo. No había resquemor en evidenciar su origen humilde, al contrario, era parte de la naturaleza del personaje y de su entorno, Pelotillehue, pueblo pobre con las calles siempre destruidas, sonámbulos, cocodrilos y lugares populares de encuentro, como el restorán “El Pollo Farsante”.
Tal vez la clave del éxito de Condorito como revista era su casi invisible –por lo sutil- habilidad para reflejar la idiosincrasia nacional, incluyendo el ámbito político (y vaya que a Pepo le tocó vivir tiempos convulsionados, abarcados de forma casi inadvertida). Condorito era no sólo humor blanco, también era humor negro, sátira, absurdo, picardía y groserías inofensivas (frecuentemente relacionadas con el inodoro), y un reflejo sanamente burlesco de las diferentes clases sociales de todo Chile, abarcando el lenguaje soez de ayer y hoy, elegantemente graficado con sapos, culebras y otros signos.
Una columna es poco para explicar el alcance y características de esta figura. Pero se puede enfatizar en que Condorito es una radiografía y una introspección de Chile, sin excluir sus conflictos -prueba al canto es “Muera el Roto Quezada”-, pero de forma tan positiva que la historieta para varios no es más que un “plop” o una diversión sin trascendencia. Sin embargo, basta escudriñar un poco en la psicología del personaje y entorno para descubrir que Pepo -con cariño, talento y alegría de vivir- puso al personaje en el imaginario colectivo aplicando el principio básico del sentido del humor: reírse de uno mismo, esto es, de nuestras cumbres y abismos (aunque algunos, luego de 70 años, todavía no se den cuenta).