¿Y si no vuelvo a dormir a mi casa? Una noche en Bellavista
Además de comer y tomar algo, nuestra propuesta incluye dormir en el barrio más movido de Santiago.
¿Qué pasaría si les digo que existe un castillo, el único con ese nombre, en plena capital? ¿Qué pasaría si además les comentara que antiguamente perteneció a una familia y que más tarde se convertiría en un lugar de residencia de escritores y artistas? ¿Qué pasaría si les dijera que hoy pueden quedarse allí, dormir en él y disfrutar cómodamente de sus instalaciones como si estuviéramos en 1920?
Saquen papel y lápiz y anoten Constitución 195 porque con un 9.3 en Booking, a solo 20 metros de La Chascona, la antigua casa de Pablo Neruda y a diez minutos a pie de la estación de metro Baquedano, Hotel Boutique Castillo Rojo es la opción perfecta para olvidarse por una noche (o varias) que vivimos en Santiago.
Conocido antiguamente como “Casa Lehuedé”, fue construida a pedido del comerciante Pedro Lehuedé por Federico Bieregel, destacado arquitecto, quien es también responsable de la edificación de la Casona Cienfuegos 41, actual Facultad de Derecho de la Universidad Alberto Hurtado. Dos años se demoró su construcción, que fue culminada en 1924 y perteneció a la familia hasta 1945.
De estilo ecléctico con toques Art Nouveau, se encuentra a un costado de la Plaza Camilo Mori (llamada así en homenaje al pintor que vivió y trabajó a pocos metros de allí). Inspirada en los diseños europeos de entonces, todo en ella es un cuento: pisos de roble americano, muros de piedra sólida, comedor de madera, puertas con vitrales, una gran escalera, chimenea, balcones y terrazas.
Posteriormente la casa fue vendida a un inmigrante ruso y dividida para su arriendo por secciones, ligadas a residentes del mundo del arte.
HOTEL CON ESTILO
Entre los aspectos positivos destaco el desayuno, finamente preparado para el grueso de los turistas que se hospedan en él, en su gran mayoría extranjeros (80%), el bar donde se realiza cada día una cata de vino diferente y sus 19 habitaciones climatizadas (para todos los gustos). No hay otro lugar como este en Santiago: una casa señorial transformada desde 2013 en un hotel que mantiene su sello original. ¡Cada detalle cuenta!
Háganme caso: se van a sentir como si estuvieran en otra época. Hay historia (y misterios) en cada objeto, incluso dos pinturas de Camilo Mori, que le otorgan un valor especial a su decoración interior.
¡Para ir y sentir que uno retrocede en el tiempo! ¡Cerca del ruido y cerca de la calma! Todo aquí es único, una leyenda, un relato de un siglo que ya pasó, pero que sigue muy vivo y hablándonos de cerca.
Y PARA COMER O TOMARSE UN TRAGO…
Polvo: Una apuesta necesaria
A un costado del Castillo Rojo está Polvo Bar de Vinos, mi último descubrimiento culinario y que merece la pena. Las excusas sobran: gran variedad de vinos (más de 100 etiquetas) y una excelente atención.
Un lugar bonito, acogedor y una terraza que no duerme. La atmósfera es de ensueño, especialmente cuando uno mira desde adentro y pide algunos de los platos que recorren nuestra geografía de norte a sur. Un ambiente moderno, entretenido y que te hace sentir que estás donde querías, sobre todo por la sensación de estar cerca de la naturaleza (hay muchas plantas).
¿Qué recomiendo probar? Unos erizos sobre crocante de papa chilota, panceta casera y salsa verde ($6.900), ñoquis de hongo ($10.500) y tarta de pera, mate y chocolate blanco ($5.500). Los quesos fueron también un regalo (cabra con nuez, provoleta casera, oveja de Puerto Octay). Lo mismo con la charcutería. ¿Tienes duda sobre qué vino tomar? ¡Que ellos se encarguen! ¡Son los que saben!
Peumayen: Comida ancestral
¿Has ido alguna vez a un restaurante que rescate las tradiciones de los pueblos originarios? Si la respuesta es no, tienes que ir a Peumayen (Constitución 136). No solo porque aprendes y estás consumiendo una historia que es tuya (su gastronomía está inspirada en tres pueblos: Mapuche, Aymara y Rapa Nui), sino también porque ofrece opciones de menú de degustación que son realmente una fiesta para el paladar.
Qué decir de los platos. Hay opciones para todos: sopas, ensaladas, pescados o carnes.
Yo me incliné por una experiencia total de 22 preparaciones servidas en distintos tiempos maridados con coctelería y vinos.
¡Me fui soñando en voz alta! Ojo que hay cuatro versiones: mar, tierra, mixto y vegetariano. Punto aparte es la estética del lugar y la atención de quienes trabajan ahí.
Ah, y no dejen de mirar los pisco sour. Hay de betarraga, ají verde y miel, palta y piña, merkén y muchos más. ¡Un placer!