Palacio de Claudio Bravo en Tarudant: su lugar en el mundo

Hay que recorrer los 223 kilómetros que separan Marrakech de Tarudant, una amurallada ciudad marroquí hoy de apenas 80 mil habitantes, para entender por qué el pintor chileno Claudio Bravo decidió levantar en esta región su palacio y vivir en un lugar de ensueño y misterio.

Quizás fue el desierto o tal vez los seis kilómetros de muralla que encierra un zoco y dos plazas centrales. O tal vez lo impactaron las nueve puertas originales por donde se puede entrar a esta ciudad, Tarudant, conocida también como la “Abuela de Marrakech”. O el cielo. Y, por qué no, los colores.

El asunto es que un día el pintor chileno Claudio Bravo, hiperrealista y que triunfaba en España y en toda Europa, decidió levantar en estos parajes, fuera de la muralla, pero cerca de ella, un lugar donde vivir y pintar, recibir a sus amigos y pasar los que serían los últimos años de su vida.

Ubicada en el valle del río Sus, en el sur de Marruecos, a escasos 85 kilómetros de Agadir y 223 de Marrakech, la casa del artista, quien dejó su huella en la zona, se convierte en un destino ineludible para los chilenos y amantes del arte que llegan cada año al país africano.

BRAVO, EL PINTOR

Artista porteño, nacido en 1936 en Valparaíso, Claudio Bravo eligió Tarudant para morir en 2011. Junto con Roberto Matta, sin duda, es uno de los pintores más importante que ha dado Chile.
Se formó en el seno de una familia de agricultores y, si bien fue educado por los jesuitas en el Colegio San Ignacio, fue siempre un autodidacta. Su primera exposición fue a los 17 años en Santiago. Luego vinieron 50 en todo el mundo.

En los años 60 viajó a España y muy pronto comenzó a ganar fama y adeptos a sus pinturas, todas ellas verosímiles, de un realismo a toda prueba y que él calificaba como superrealista porque no usaba fotografías sino modelos presentes.

“Lo que hacía Bravo era trabajar en torno al modelo, aprovechando su luz, ordenando su disposición. Su pintura comienza ya cuando instala el modelo” dijo en 2011 el entonces director del Museo de Bellas Artes, Milan Ivilic.

Sus obras hoy, además de varias colecciones privadas, se reparten por 30 importantes museos de todo el mundo, cuatro de ellas están en Santiago: el óleo “Tentaciones de San Antonio” (1984), las litografías “Abrigo de piel” (un díptico de 1976) y “Paisaje de Nueva York” (1984).

MARRUECOS, SU CASA

El primer destino en Marruecos fue Tánger, ciudad que lo cautivó y donde construyó su primera casa, una mansión de tres pisos, muy cerca del palacio real de la ciudad puerto. Luego incursionó en Marrakech, donde también adquirió una vivienda y finalmente levantó su lugar en este mundo y “en el otro”, cerca de Tarudant, porque ahí construyó además el mausoleo que cuidaría sus restos.

Su casa, una mansión de cientos de metros cuadrados y construida para que la luz fuera su compañía permanente, se emplazó en 60 hectáreas y con todo el lujo y las comodidades de un palacio: con piscinas, caballerizas, laguna, habitaciones y salas que si bien son todas muy marroquíes, también tienen algo de Chile. Alrededor de él, olivos y naranjales, luego el desierto.

A la entrada, una gran puerta, flanqueada por las banderas de Chile y Marruecos.

Colores verdes que se confunden con los de la tierra. Palmeras, cactus, una piscina al centro de todo, puertas en forma de arco, pasillos que van mostrando fotografías. Una vida vivida, una vida pintada. Platos, muebles, estantes que hablan, que van contando una historia.

Hoy el lugar funciona como un hotel boutique, manteniendo inalterable el mobiliario, el estudio del pintor y sus obsesiones decorativas y de coleccionista. Hay personas, en ambos países, que desean preservar el trabajo de Claudio Bravo y convertir su espacio en una fundación y lugar de romería de chilenos y cultores de arte de todo el mundo. Mientras ello avanza, Bashir Tabchich, quien fuera su compañero desde 1979 y que heredó la mansión, asegura estar haciendo todo lo posible para que la huella del chileno siga impresa en el palacio de Tarudant.

“En dos meses Claudio podía hacer quince cuadros. Todo lo que él pintaba atraía a mucha gente. Su arte tiene identidad. Podía mandar 15 pinturas a una exposición en Mónaco, Hong Kong o Nueva York y antes de que llegara ya estaban vendidos 13”, recuerda Tabchich, quien reconoce que este hotel no es muy conocido y que lo abrió para financiar la mantención de la casa.

¿Pero qué hacía que Claudio Bravo fuera Claudio Bravo? Probablemente su pasión. “La pintura necesita tiempo. Siempre la gente se preguntaba por qué no estaba casado. Él estaba comprometido con los cuadros. Era un hombre enamorado de la pintura. Si no trabaja se enferma”, cuenta Tabchich mientras de fondo suena un disco de música chilena.

“El alma de Claudio Bravo está aquí. Todo el mundo que viene la siente. No puedo vender esta propiedad porque aquí está enterrado. Yo quiero cuidar este museo para él. Necesito que venga gente de su país y se quede alojar, con eso puedo seguir creciendo”, señala.

Bashir Tabchich

 

Quedarse en este lugar es un regalo y para ello hay habitaciones cuyo precio varía según la época del año, pero que deben ser reservadas con anticipación porque son muy pocas.

Durante la estancia, además, es posible realizar paseos en bicicleta, carruaje o caballos, recibir un masaje, disfrutar de la comida típica, navegar en la laguna artificial o descansar en la piscina al aire libre cuando el calor supere todo lo que has conocido. La vista es inigualable y los colores del cielo y la tierra también. Cada rincón de la casa contempla detalles que recuerdan que en ella vivió uno de los pintores chilenos más trascendentes. No por nada, personas como Cecilia Bolocco o Paul McCartney han llegado hasta Tarudant para descansar en una de las ocho habitaciones. Es probable que ambos se hayan sentado frente al atril donde aún está a medio hacer la tela que Bravo pintaba la jornada de junio de 2011, pocas horas antes de morir.

Lee la columna de Montserrat Martorell sobre el palacio de Bravo

Dormitorio del pintor

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El Periodista