Marta Blanco: Un largo camino circular
Los grandes y notables viajeros recorrían el mundo desconocido para conocerlo, para olerlo, describirlo y aprenderlo.
Viajar no es “turistear”, palabra incorporada al vocabulario chileno para vender viajes rápidos a lejanas ciudades del mundo en grupos apurados, soñadores y cuyas maletas se irán repletando de recuerdos que colmarán per sécula seculorum mesas, pianos y estantes de muchas casas chilenas.
El turismo comienza en un sueño y termina en un dolor de pies. Quince días de recorridos rápidos y museos y muchas iglesias y sitios históricos y la maleta que se llena, se desordena y finalmente cruje y por algún rincón se comienza a romper, serán responsables de una jaqueca, un agotamiento creciente y una cabeza repleta de sitios que no lograrán ubicar con precisión, la que se llenará con algunos embelecos que les recordarán la experiencia ansiada: viajar.
Algún tiempo después descubrirán que no viajaron sino que “turistearon”.
Bien lo dijo Vicente Huidobro “el campanario no es lo mismo que la cloche”.
Los viajes ya no se usan. La rapidez, los aviones, las agencias de turismo, el ansia desatada en la juventud por irse a vivir a algún exótico lugar, la inquietud espiritual y la vida que comienza a encerrarte en obligaciones que no deseas, los padres atareados exigiendo definiciones sobre el futuro, la estrechez de la cultura chilena, el poco espacio público para esparcimiento y meditación, hacen del adolescente un tipo ideal de viajero en aviones chicos, estrechos, rumbo a lejanos sueños y un mundo diferente. Los mayores irán en busca de playas tibias, comidas sofisticadas, algún exceso romántico –que no entra en los planes de la juventud, no, al menos con el apelativo de romántico.
Los jóvenes pertenecen a la idea de pasarlo bien, nada es definitivo, todo cambia y ellos ansían que les pase lo mismo.
Los grandes y notables viajeros recorrían el mundo desconocido para conocerlo, para olerlo, describirlo y aprenderlo.
Por cierto, ya no somos Marco Polo. Pero él partió con su tío y su padre, viejos y astutos comerciantes; hacían el camino de la seda, eran expertos en comprar y vender, hablaban chino y otras lenguas y en fin, que si hablamos de viajeros solo podemos nombrar a Heródoto, que escribió los nueve libros de la historia mucho antes de la era cristiana y nos dejó imborrables testimonios de países y lenguas y dioses y comidas y misterios antiguos como la luna, el Nilo uno de ellos, los desiertos y selvas intransitables, las altas montañas cubiertas de nieve, extraños animales y situaciones de peligro constante. Nos saltamos unos miles de años y llegamos a Richard Burton, el más notable explorador del XIX, si exceptuamos a Livingstone, pero este partió con señora y en calidad de pastor de fieles, quería llevar el cristianismo por el mundo. Burton fue el primer occidental que entró en la prohibida ciudad de la Meca disfrazado de árabe, con peligro de muerte si era descubierto
Hablaba más de quince dialectos, era un genio del disfraz y cazaba animales con el mismo placer que los reyes aún sienten al matar a un elefante. Según su secretario privado, el rey Jorge V de Inglaterra durante sus primeras 4 década solo pegó estampillas en un álbum y cazó cinco mil faisanes al año más unos cuantos ciervos cada temporada, dada la longevidad de su abuela Victoria y luego del breve reinado de su padre.
Los portugueses del siglo XIV no lo hicieron mal. Se llenaron de oro y riquezas gracias a la pimienta y otras especias que llevaban a Europa en sus barcos desde que doblaron el cabo Bogador en África.
Un viejo griego del Mundo Antiguo escuchó la idea de una Tierra circular y musitó: “si es redondo el mundo, y lo es, caminando al Oriente llegarás a Occidente”.
Darwin fue un buen viajero. A los 23 años partió rumbo a América de ayudante del capitán en biología y estudio de la tierra desconocida y el barco era tan estrecho que compartían el camarote. Al cruzar el estrecho, ¡gran milagro!, y subir por las costas de Chile, se bajaba en un puerto y se iba al siguiente por tierra.
También tenemos buenos viajeros en Chile. Un día los contaré.
Pero ya que estamos atestados de turistas y los aeropuertos no dan abasto y los aviones se estrechan más y más, es bueno reflexionar qué está ocurriendo. La Tierra ya está descubierta. ¿Dónde van los viajeros y a qué?
Me temo que van a mirar sin querer saber demasiado, que van en busca de lo que han perdido en el mundo acelerado del comercio, la competencia y el éxito. Sospecho que viajan para descubrir que el mundo es ancho y ajeno y que están solos y asustados con el tipo de vida que se les ofrece.
Eso creo.
*Escritora y periodista