Lafourcade

Fue un cultor de la inteligencia. Se agradece hoy haberlo tenido entre nosotros.

Por Francisco Martorell, director de El Periodista

Hasta los imprescindibles se mueren, en realidad todos lo hacen, pero de los primeros queda el legado, la herencia, una huella en la sociedad. La desaparición física, en el caso de ellos, no va acompañada del olvido. Una pintura, un poema, una crónica, un libro, una construcción o, hasta, una sonrisa o palabra amable, harán que una persona sea recordada con cariño.

A los imprescindibles, por el contrario, se los recuerda por un conjunto de esas obras o acciones.

En estos días nos dejaron varias personas que ayudaron a este país a ser un poco mejor y ello, como debía ser, se manifestó claramente en la despedida y los homenajes que la sociedad chilena les hizo.

Uno de esos hombres, Enrique Lafourcade, marcó a fuego a una generación. No solo por sus obras y escritos, también porque supimos a través de él qué era un intelectual cuando el país vivía en el llamado apagón cultural.

El autor de Palomita Blanca y El Gran Taimao fue una piedra en el zapato de una sociedad complaciente, levantó la voz en dictadura y democracia, no creía en verdades reveladas y menos en que los héroes no podían fatigarse. Fue un iconoclasta, incomodó hasta donde pudo y semana a semana nos regaló en El Mercurio del domingo una crónica que era capaz de mostrar lo que nadie veía, siempre con humor, ironía e inteligencia. Tanta que una vez Patricio Aylwin le pidió perdón a Carlos Menem, en ese entonces ambos mandatarios, por las letras de nuestro insigne cronista en las páginas mercuriales.

Aprovechó todos los espacios, se metió en las rendijas, entregó sus libros, escribió y leyó. Abrió brechas en la TV. Hizo figuras en el aire.

Lafourcade fue un cultor del pensamiento crítico, aquel que tanta falta nos hace. Su partida, que en realidad fue muchos antes que su muerte el 29 de julio, no deja un vacío porque su huella es imborrable. Está en las bibliotecas y en la hemeroteca, en sus talleristas y alumnos. También en los que tuvimos la suerte de conversar con él o entrevistarlo. Está en sus polémicas y también en sus errores. Porque quien levanta la voz y defiende lo que cree, se equivoca, pero acciona los mecanismos que generan debate y mejoran las ideas.

Fue un cultor de la inteligencia. Se agradece hoy haberlo tenido entre nosotros.

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