Eugenio Pizarro: Jesús es el único Buen Pastor en la Iglesia Católica

El sacerdote, que alguna vez fue candidato a la presidencia, se refiere a la Fe y la crisis de confianza que viven los católicos. "Escribo ante la experiencia que he vivido en estos días de crisis de la Iglesia, especialmente de la Iglesia chilena".

Es numerosa la cantidad de personas que me han mostrado su desilusión e incluso su falta de creencia en la Iglesia. Me han dicho: “Creo en Dios pero ahora no estoy creyendo en la Iglesia”. La Iglesia de abuso de poder y de conciencia, de abusos sexuales, de afición al dinero –mostrándose con riquezas ante tanta pobreza– está alejando a muchos de la Iglesia.

Me duelen que las palabras del Papa Francisco al llegar a su pontificado: “Quiero una Iglesia pobre y para los pobres” no hayan pasado a los hechos reales. Dicen: “Del dicho al hecho hay mucho trecho”; “Obras son amores y no buenas razones”; “La fe sin obras es fe muerta”; “Hechos y no palabras”. En fin, hay otros hechos y estructuras, que para la gente no reflejan el Espíritu de Jesús y su Evangelio en la Iglesia Católica.

En este escrito quiero expresarme positivo y con mucho amor a la Iglesia Católica.

Las palabras de Jesús en el Evangelio que les recomiendo leer son parte de su discurso del Buen Pastor. En él se nos presenta como el único pastor de los cristianos, de la Iglesia, en la cual todos los demás pastores son instrumentos y figura del único pastor que es Cristo. Se nos presenta como pastor bueno, comprometido con su gente, con los pecadores y especialmente con los más pobres y postergados de la sociedad, hasta dar la vida por ellos, y haciéndose uno de ellos; se muestra como conocedor de todos y siguiéndolos personalmente.

Aquí, a reglón seguido quiero citar a la Conferencia Episcopal de Puebla en el número 681 hasta el 684 y hago estas citas diciendo con respeto, pero con verdad, que creo que este documento de Puebla como el de Medellín, de la Evangelii Nuntiandi, del Vaticano II, no están saliendo de sus páginas ni de la Iglesia para encarnarse en la vida real y concreta de este mundo actual, poco me falta, tal vez por pudor, decir que falta vivir el Evangelio y seguir al “Camino” (Jesús):

“El ministerio eclesiástico, de institución divina, es ejercido en diversos órdenes por aquellos que ya desde antiguo vienen llamándose Obispos, presbíteros y diáconos”(LG 28). Constituyen el ministerio jerárquico y se reciben mediante la “imposición de las manos”, en el Sacramento del Orden. Como lo enseña el Vaticano II, por el Sacramento del Orden – Episcopal y presbiteral- se confiere un sacerdocio ministerial, esencialmente distinto del sacerdocio común del que participan todos los fieles por el Sacramento del Bautismo (Cfr. LG 10); quienes reciben el ministerio jerárquico, quedan constituidos, “según sus funciones”, “pastores” en la Iglesia. Como el Buen Pastor (Cfr. Jn.10, 1-16), van delante de las ovejas; dan la vida por ellas para que tengan vida y la tengan en abundancia; las conocen y son conocidas por ellas (P.681).

“Ir delante de las ovejas” significa estar atentos a los caminos por los que los fieles transitan, a fin de que, unidos por el Espíritu, den testimonio de la vida, los sufrimientos, la Muerte y la Resurrección de Jesucristo, quien, pobre entre los pobres, anunció que todos somos hijos de un mismo Padre y por consiguiente hermanos(P. 682).

“Dar la vida” señala la medida del “ministerio jerárquico” y es la prueba del mayor amor; así lo vive Pablo que muere todos los días (Cfr. 2 Cor.4-11) en el cumplimiento de su ministerio (P. 683).
“Conocer las ovejas” y ser conocidos por ellas no se limita a saber de las necesidades de los fieles. Conocer es involucrar el propio ser, amar como quien vino no a ser servido sino a servir (P. 684).

En las palabras evangélicas de Jesús, su rebaño, redil, es la Iglesia Católica. Es verdad que Él tiene también “otras ovejas que no están en este redil, y que Él tiene que traer” (Jn. 10.16), pero en el Evangelio citado en este escrito, Él nos habla de su relación con la Iglesia, la comunidad de sus discípulos congregada por el Espíritu Santo después de su Resurrección. Porque el fruto de la Pascua es el don de la Iglesia a los hombres.

Las palabras del Evangelio deberían fortalecer nuestra fe, nuestra confianza y nuestro compromiso con la Iglesia y no hacer nuestra desilusión y pérdida de credibilidad en la Iglesia. La Iglesia que nos da el Evangelio, nos da la Eucaristía, y sobre todo nos da a Jesucristo. No se entiende una Iglesia sin Jesús. Y aquí, creo conveniente citar nuevamente a Puebla desde el número 226-231):

“El mensaje de Jesús tiene su centro en la proclamación del Reino que en Él mismo se hace presente y viene. Este Reino, sin ser una realidad desligable de la Iglesia (LG 8a), trasciende sus límites visibles (Cfr. LG 5). Porque se da en cierto modo donde quiera que Dios esté reinando mediante su gracia y amor, venciendo el pecado y ayudando a los hombres a crecer hacia la gran comunión que les ofrece Cristo. Tal acción de Dios se da también en el corazón de los hombres que viven fuera del ámbito perceptible de la Iglesia (Cfr. LG 16; GS 22e; UR 3). Lo cual no significa, en modo alguno, que la pertenencia a la Iglesia sea diferente (Cfr. Juan Pablo II, Discurso inaugural I, 8. AAS LXXI, p. 194)”. (P. 226).

“De ahí que la Iglesia haya recibido la misión de anunciar e instaurar el Reino (Cfr. LG 5) en todos los pueblos. Ella es su signo. En ella se manifiesta, de modo visible, lo que Dios está llevando a cabo, silenciosamente en el mundo entero. Es el lugar donde se concentra al máximo la acción del Padre, que en la fuerza del Espíritu de Amor, busca solícito a los hombres, para compartir con ellos – en gesto de indecible ternura- su propia vida trinitaria. La Iglesia es también el instrumento que introduce el Reino entre los hombres para impulsarlos hacia su meta definitiva” (P. 227).

“Ella “ya constituye en la tierra el germen y principio de ese Reino” (LG 5). Germen que deberá crecer en la historia, bajo el influjo del Espíritu, Hasta el día en que “Dios sea todo en todos” (1 Cor. 15,18). Hasta entonces, la Iglesia permanecerá perfectible bajo muchos aspectos, permanentemente necesitada de auto evangelización, de mayor conversión y purificación (Cfr. Ibid. 8c)”. (P. 228).

“No obstante, el Reino ya está en ella. Su presencia en nuestro continente es una Buena Nueva. Porque ella –aunque de modo germinal– llena plenamente los anhelos y esperanzas más profundos de nuestros pueblos” (P. 229).

“En esto consiste el “misterio” de la Iglesia: es una realidad humana, formada por hombres limitados y pobres, pero penetrada por la insondable presencia y fuerza del Dios Trino que en ella resplandece, convoca y salva (Cfr. LG 4b; SC 2)”. (P. 230).

“La Iglesia de hoy no es todavía lo que está llamada a ser. Es importante tenerlo en cuenta, para evitar una falsa visión triunfalista. Por otro lado, no debe enfatizarse tanto lo que falta, pues en ella ya está presente y operando de modo eficaz en este mundo la fuerza que obrará el Reino definitivo”. (P. 231).

Y siguiendo con lo que decíamos antes de las citas recientes de Puebla, cuando decíamos acerca de que la Iglesia nos da el Evangelio, que nos da la Eucaristía, y sobre todo nos da a Jesucristo, diremos: Jesús nos da el verdadero sentido de nuestra vida y de nuestra muerte, y nos trasmite la ley del amor fraterno y de la libertad, y nos ayuda a vivirla en lo concreto de nuestra vida y de nuestro compromiso con los demás, preferencialmente con los pobres.

En este tiempo de crisis eclesial, nos preguntamos, no pocas veces, en medio de la crisis y de tantas fallas que se han juntado en los católicos, especialmente en los sacerdotes y representantes de la Iglesia, si será auténtico lo que esta Iglesia de hoy nos trasmite. ¿Será auténtico? Y nos preguntamos, si una Iglesia con tanta crisis, confusiones y claudicaciones de sus miembros, abusos sexuales, abusos de poder y conciencia; y tantos laicos con beligerancias en contra de jerarquía, sacerdotes e Iglesia misma, generalizando y “metiendo a todos en el mismo saco”, nos preguntamos, repito, si Iglesia puede darnos eficazmente a Jesús y a su Evangelio. Si puede ser realmente un instrumento de liberación. Si puede realmente hacer un éxodo esperanzador.

Las palabras de Jesús en el Evangelio nos dan una respuesta a nuestra angustiante interrogación, también nos ayudan a recuperar la credibilidad en la Iglesia: “yo les doy la vida eterna, no perecerán para siempre y nadie los arrebatará de mi mano… Mi Padre me ha dado las ovejas… nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre…”.

La garantía de la Iglesia, de su fidelidad en conducir a los hombres a la vida de Cristo Resucitado y al Evangelio del amor y la libertad, es que no está en mano de pastores humanos. Éstos son sólo un instrumento necesario e imperfecto, del Único Pastor que guía y guiará a la Iglesia, quien además suple las fallas de los católicos (pastores y laicos) por el Espíritu Santo que nos envió y sigue enviándolo. Esto nos da la vida, nos ayuda a seguir a Cristo, y a salir del “Arca Actual” cuando pase el “Diluvio”, y salgamos haciendo una Iglesia “santa, sin mancha ni arruga ni nada semejante”. Este Espíritu enviado nos ayuda a seguir a Jesús y a ser fieles a su Evangelio para su animación interior, vital, independiente de las previsiones y fallas de los hombres de Iglesia. (Leer nuevamente Puebla 231).

La causa de nuestra fe, confianza y amor a la Iglesia es que esto está en las manos de Dios. Nadie se la puede arrebatar. Formamos parte de una comunidad de hermanos, con muchos defectos, en nosotros y en nuestra jerarquía, pero que a causa de que Jesús Resucitado es nuestro Pastor, estamos seguros de que en esta Iglesia lo seguimos a Él, y que nos conduce a la vida eterna. Entonces, con fuerza invito a amar a la Iglesia Santa y Pecadora. Esto no significa que nosotros nos quedamos de manos cruzadas, sin hacer nada, dejándolo todo sólo al único Buen Pastor: Jesús. Aquí termino con un dicho chileno:

“Nadie debe esperar de la higuera la breva pelada en la boca”.

Con cariño, fe, esperanza y caridad para todos.

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El Periodista