Por Miguel M. Reyes Almarza*
Toda estrella en el universo conocido acaba sus días con un impresionante destello expulsando una enorme cantidad de energía al infinito y, gracias a esto, provocando una gran actividad proclive de replicar atributos y configuraciones propias del astro original.
Charly García es ese evento interestelar único que condiciona –y lo seguirá haciendo- el fenómeno del rock en español como autoridad musical indiscutible en la confusa bisagra del cambio de siglo. Si hay algo que permanecerá en la manifestación local de música popular más trascendente del planeta será, sin duda alguna, la vanguardia y la irreverencia máxima de aquel hombrecillo frágil –en cuerpo y no en alma- de bigote bicolor y dedos de piedra.
Ayer -13 de junio para que conste en la acta de los tiempos- asistimos a ese momento único de hecatombe y proyección de la estrella MÁS GRANDE (Mayúsculas requeridas y necesarias) de la geografía rock de habla hispana. Ayer vimos la materia y la energía de la gran obra de Carlos Alberto García Moreno, simplemente Charly -aunque mucho tiempo fue ‘Say no more’ en un alter ego caótico y abyecto que luchaba por no convertirse en otro ‘tanguito’- agotándose y empequeñeciéndose en su propio mundo y, a la vez, instalándose con propiedad en la historia de la música, reanimándola y enriqueciéndola para siempre.
Lo que vimos esa noche, en lo que respecta a su show “La torre de Tesla” fue casi una mímesis de su cariño a la obra del serbocroata Nikola Tesla, una utopía más allá de lo posible y, sin embargo, estimulante y sobrecogedora. Charly yacía a veces aquí, otras en el más allá, sobre un negro diván que fue la proyección de su cama, esa donde encontró, en sus días de locura, la calma para producir sus obras más polémicas e incisivas, punto neurálgico del famoso departamento de Coronel Díaz esquina Santa Fe, allá en la ciudad del tango.
El músico lucía conectado, pero no solo con el público, sino también con la historia, cosa que muchas veces exigía de él introspecciones que no le permitían siquiera tocar una nota y obligaban a su ya clásico compañero de camino –Fabián ‘Von’ Quintiero, el zorrito- a arremeter con la delicadeza del jazzista eximio, aunque no siempre con éxito, contra los silencios complejos, pero esperados de la ausencia musical del maestro. Muchas veces, García, cedió el protagonismo vocal a Rosario Ortega, hija de Palito a quien Charly –según él- le debe “la vida” o mejor dicho el resto de ella. Rosario, el ángel custodio de Charly, luego de su largo proceso de rehabilitación en la finca de los Ortega, dueña de una carrera musical modesta, luchó codo a codo para mantenerlo entero, feliz y muchas veces interesado en cada una de las canciones propuestas para el evento. De caudal vocal menor, ante las ausencias de García, la hija de ‘palito’ descansaba en la complicidad de la audiencia, una voz monumental depositaria del cancionero infinito de García que le daba el ‘aguante’ a aquel torbellino en remisión.
Así como Tesla, García fue víctima y victimario, a la vez, de sus grandes creaciones convirtiendo a medio mundo musical –quizás más- en lo que León Gieco llamaría en una de sus canciones, los “Salieris de Charly”, porque es así, todos les robaron melodías a él y gracias a esa influencia –ausente como canción en el concierto- se reordenó el mapa musical de los 80’s y lo que conocemos hoy en el género. Como Tesla, fue obtuso y transitó por los límites de la realidad. Como Tesla y su Torre, muchas veces fue incomprendido y engañado. Como Tesla y su Torre, nada de lo que hacía tenía como límites lo razonable.
Y la música seguía, mientras afuera la lluvia se encargaba de darle el dramatismo necesario, sin grandes pretensiones, como aquellas piezas sensibles de Sui Generis; sin afán de convencer, como aquel rock incomprendido de Serú Girán; sin cuidar las dimensiones, como ese gancho al mentón de la industria llamado ‘La Hija de la Lágrima’. Charly es un dinosaurio, sabe que va a desaparecer, y, a pesar de ello insiste, se ríe, bromea, detiene el show ante la sorpresa del auditorio que no sabe si irse o esperar.
Recuerda su “vuelo en Mendoza” –Salto de 9 pisos directo a la piscina del hotel- a veces vuelve a cantar, otras mira al público como quien mira una cosecha generosa y perenne con el brillo de la satisfacción en los ojos.
Cada acorde de su guitarra, que apoyaba en su cuerpo generoso –hace mucho que no es el flaco huesudo- traía al presente la torpeza de sus dedos anchos, como los martinetes de tantos pianos que destrozó en busca del sonido perfecto, ya no era rebeldía lo que torcía la métrica o la armonía, sino una motricidad alterada por ese pasado feroz entre sanatorios y excesos. La primera parte del concierto finaliza con ‘Rezo por vos’ y quizás, en una comunión natural, genuina y potente, la muchedumbre cantó a todo pulmón, más que nunca. Rezamos por vos Charly, de verdad que lo hacemos.
Se vuelven a abrir las cortinas, rojas como una estrella moribunda, imponentes como cualquier edificio imperial romano dejando al descubierto, por última vez, la modesta puesta en escena, un escenario básico, prácticamente sin atención a la iluminación, unos cuantos seguidores y papel celofán. De fondo extractos de películas añejas, clásicas, potentes. Un imaginario de la vida de Charly, sus héroes, sus historias, su vida pasando detrás de cada canción, con o sin sentido aparente, al mejor estilo del ‘Aleph’ de Borges. El sonido, simplemente poder, aquello que exploró con tanta dedicación entre ‘La Hija’ y su más reciente placa, ‘Random’, algo así como su versión del famoso ‘Wall of sound’ de Phil Spector, una especie de grabación de capas sobre capas creando un ambiente de saturación máximo ¿Pero qué sería del Rock sin saturación? Quizás por eso la elección de cerrar la velada con ‘Total interferencia’ amerita al menos una sonrisa de placer, entre el poder del sonido y los rayos de la Torre.
El público no lo puede creer, se mantiene mudo. Pronto aparecen los primeros cánticos al mejor estilo ‘Woodstock’, luego el famoso “¡Charly no se va!”. Sin embargo, el ‘rey’ había dejado el edificio, quizás en un gesto de benevolencia para ahorrarnos la caída libre de la desazón. Simplemente dio las gracias y la cortina se desplomó por última vez.
Así como una supernova, acabábamos de presenciar uno de los eventos más conmovedores que una ‘estrella’ puede ofrecer, un ocaso evidente, pero de iridiscencia infinita. Como el astro que es, Charly García comienza a dejar que su legado hable por él, que su trabajo se materialice en el alma y la mente de sus seguidores y creadores que le sobrevivan. Tal como una estrella moribunda contribuye a llevar vida –música para ser exacto- a todo el resto de este universo en expansión, creando a su paso nuevos astros, otros ‘Salieris’, cientos de ‘Say no more’, miles de ‘estrellas‘ pero ninguna como él, porque un fenómeno de tal magnitud no será posible de replicar en centurias. Porque Charly García es y será el último rockstar de Latinoamérica.
Sii, sii, estuviste ahí y viste a la estrella Charly emanar luz hacia sus fans e irradiar polvo universal …oh Dios, me hiciste revivir un breveby humilde fragmento de lo que fue la mejor noche de mi vida
Un momento único e irrepetible. Así fue.