TPP11: Muerte programada de la democracia
Cuando se firma un tratado, no se puede hacer lo que se quiera entre quienes lo han firmado; hay que respetarlo. Entonces lo que se gana debe ser muy importante para compensar esta pérdida de soberanía.
Por Daniel Ramírez, doctor en Filosofía
Redactados y negociados por comisiones y gobiernos, los estados siempre han firmado tratados, convenciones, acuerdos. Lo normal es que tales textos se sometan a amplias discusiones en los parlamentos y cuando se trata de algo importante, que se decida por referéndum. Cuando no se consulta, queda un sentimiento de malestar. “Los pueblos votan mal”, los gobiernos saben lo que es bueno para los pueblos, es mejor no preguntarles. Así piensan en realidad gobernantes y parlamentarios que, sin embargo, sin sonrojar, se declaran “demócratas”.
Hoy en día los pueblos de una gran parte del mundo están sometidos a un proceso mucho más comprometedor. La “negociación”, firma y luego ratificación de los tratados de libre comercio transpacíficos (TPP) y transatlánticos (TTIP).
¡Un paso de gigantes en materia de desprecio de la democracia! Aunque parezca increíble, las negociaciones han sido mantenidas en casi total secreto por los gobiernos. Los pueblos, los grupos parlamentarios, los científicos, los economistas, juristas y constitucionalistas se han enterado demasiado tarde sólo parcialmente de este proceso. Lo surrealista del asunto es que los EEUU que promueven estos tratados, habiéndose retirado después, han impuesto esta manera de “negociar”, en la cual nadie conoce la totalidad del tratado. Incluso los negociadores y parlamentarios no tienen acceso integral al tratado. No es de extrañarse entonces que los pueblos no hayan intervenido.
Luego se puede discutir si se trata de una buena cosa o no para un país. Podría ser bueno desde el punto de vista económico, negocios, aumento de intercambios, crecimiento del PIB, disminución de la cesantía. Aparte del hecho de que nada de eso está probado, es totalmente absurdo, irresponsable y humillante participar a tal impostura, donde el término “negociar” no tiene ninguna significación. ¿Por qué no se dio a conocer el texto a todo el mundo, con explicaciones claras? ¿Qué costaba someterlos a análisis, reflexionar, discutir, proceder a simulaciones, modelizar sus impactos, evaluar? ¿Tanta desconfianza se tiene en el pueblo?
Sin embargo, sabemos algunas cosas. Sabemos que los tratados en cuestión comprometen en alto grado la soberanía de los países que los firman y condicionan el futuro de las sociedades. Normal: cuando se firma un tratado, no se puede hacer lo que se quiera entre quienes lo han firmado; hay que respetarlo. Entonces lo que se gana debe ser muy importante para compensar esta pérdida de soberanía.
En realidad, se sabe perfectamente que solo beneficiará a las grandes empresas transnacionales tecnológicas, farmacéuticas, agroalimenticias, bancarias e industriales, en su lucha por mantener la hegemonía contra China, Rusia y otros países emergentes. Se trata de una guerra económica mundial en la cual las transnacionales se aseguran de vender con un máximo de libertad todo lo que puedan producir al mínimo costo en el espacio de los países firmantes y tener el mínimo de limitaciones (o no tener ninguna) y de competencia. Quienes no tienen gran industria ni alta tecnología, ni son líderes de producción en algún campo, ganan absolutamente nada con estos tratados.
Sabemos también que los acuerdos protegerán los intereses privados, entre otras cosas generalizando el uso y la protección de patentes de semillas, es decir, la expoliación de pueblos originarios y campesinos haciendo imposible la continuación de cultivos tradicionales. El peor punto es que las empresas podrán demandar en tribunales (igualmente privados) a los estados que tomen medidas que puedan perjudicar sus ganancias, y ello en los dominios más variados: ecología, formas de agricultura, estándares de educación, de salud (la protección de las patentes podría imposibilitar la distribución de medicamentos genéricos), cultura, salarios o tecnología.
Los gobernantes que han adherido al TPP están entonces saboteando a sabiendas su propia capacidad de acción. Una vez firmados y ratificados, no se podrá volver atrás, e incluso un país que quisiera cambiar su Constitución, no podrá aprobar un texto que restrinja los beneficios que los tratados le han otorgado a las transnacionales y si lo hace será condenado a multas disuasivas. Hay que llamarlo por su nombre: ¡Un verdadero suicidio de la democracia! Quienes tienen el poder, están entregándoselo a corporaciones privadas millonarias del mundo, y no le han preguntado a nadie si está de acuerdo.
Ello reafirma y consolida la preeminencia absoluta del pensamiento neoliberal en las elites de una buena parte del mundo, que no conciben otra manera de desarrollar las economías que liberalizando aún más todos los dominios, con la esperanza religiosa de algunos miserables puntos de crecimiento y algunas décimas menos de cesantía.
Ello tratando de mirar hacia el lado, sobre todo en el caso de los socialdemócratas, que ya no creen en el rol del Estado ni en la social democracia, agregando al absurdo la vergüenza, para no ver que ese pensamiento está fundado en una filosofía política de derecha radical norteamericana. Se trata del “Libertarianism”, que siempre ha concebido el rol del Estado y del gobierno como un obstáculo. El neoliberalismo de los libertarians corresponde a una especie de anarquía: la cuasi desaparición del Estado (Robert Nozic Anarquía, Estado y utopía). Solo que en la utopía anarquista se trata de que no haya ningún poder por sobre el individuo, que debe gozar de una gran libertad; en la versión neoliberal, en cambio, el asunto es que no haya ningún poder por sobre las compañías transnacionales. Hay películas de ciencia-ficción que predicen tal estado del mundo, (Ej.: la Tyrrel Co., en la película Blade Runner). Los gobernantes de nuestros países están realizando esta impensable anti-utopía. El TPP es tan extremo ideológicamente, que incluso Donald Trump en 2017 retira a los EEUU, país que había lanzado estos tratados, dudando de su conveniencia al poner a los trabajadores del país en competencia con tantos otros en los que las condiciones sociales son inferiores y sin duda rechazando tal abandono de soberanía; y ello casi en el mismo momento en que las autoridades chilenas –más papistas que el papa– lo firmaban. Uno de los capítulos más ridículos de la historia nacional.
Digámoslo claramente: el abandono de la soberanía de los países frente a las firmas transnacionales constituye la muerte programada de la democracia.
Elegir gobernantes y representantes que no tendrán ningún poder frente a los dirigentes y accionistas de las grandes compañías le quita todo sentido a la política. La democracia es imperfecta, frágil, incompleta, pero seguía siendo preferida a todos los otros sistemas. Ahora hay que pensar que tal vez no habrá sido más que un paréntesis, extremadamente breve de la historia del mundo. Dentro de algunas décadas, la palabra misma podrá ser olvidada.
¿Qué ganancia merece pagar un precio tan elevado? ¿Cuántos empleos, cuánto aumento del PIB se obtendrá (insisto en que esto no está demostrado), que justifique nada menos que el fin de la democracia? Los gobiernos ya no tendrán nada importante que decidir, aparte del color de los uniformes de la policía. Porque claro, se necesitará mucha policía para contener el descontento de los pueblos.
¿Cómo creer que la gente, que ya se abstiene masivamente en las precarias democracias del mundo, seguirá concurriendo a las urnas? Las campañas, las elecciones, los debates televisados continuarán, pero será algo así como una caricatura de lo que ya es en EEUU, un concurso de personalidades, de seducción, de dinero, de celebridades, de oratoria; un psicodrama en el cual odios y pasiones se expresan por un tiempo limitado, como durante un carnaval. Un espectáculo más, al lado de los mundiales de futbol, las olimpíadas, la entrega de los Oscar. Si casi nadie vota, no importa, the show must go on.
¿Eso es lo que queremos? ¿Eso es lo que quieren nuestros gobernantes?
Y si es así, ¿podemos seguir pensando que se trata de “nuestros” gobernantes? Si la gran mayoría no tiene beneficio alguno que esperar, ¿por qué las personas que viven dé y para la política se orientan hacia un sistema que quita prácticamente toda significación a su actividad? ¿Por qué este suicido político? ¿Quién gana qué? ¿Dónde está la clave de este misterio?
Corporaciocracia, consorciocracia, fianciocracia, cosmo-oligarquía… ¿Cuál será el nombre para el gobierno planetario de firmas privadas y grupos de enriquecimiento sin ley ni límites, ni éticos, ni sociales, ni ecológicos, protegido por los tratados y por estados fantoches que no tendrán otra misión que garantizar este enriquecimiento indefinidamente?
En todo caso habrá sido la historia del mayor aborto de la cultura de la sorprendente especie sapiens, que habrá creado la política y luego la habrá abandonado.
Estaremos aún a tiempo para evitarlo. ¿Tendremos la lucidez y el coraje necesarios?
http://auto-hermes.ning.com/profiles/blogs/la-paix-est-en-danger-le-fascisme-de-paix-s-installe-en-europe?xg_source=activity
LA PAIX EST EN DANGER, « LE FASCISME DE PAIX » S’INSTALLE EN EUROPE
L’offensive planétaire des politiques néolibérales au niveau socio-économique a éveillé les fondamentalismes et nationalismes à un niveau global. Des hommes politiques, des imposteurs au service du capital qui n’ont aucun respect pour le peuple. Le fascisme es une pense de domination de répression lie au capital. Nous l’avons vécu a Paris avec Macron, plus 30 mutiles a vie et plus de 2000 blesses, marques aussi a vie. Macron laisse un goût très amère a la jeunesse, il restera dans l’histoire comme le Président des riches et coupable d’une répression brutal contre le peuple français.