Me dispongo a volcar toda mi emotividad contenida en el duro envase de la razón con relación a la cuarta visita de Paul McCartney a nuestro país este 20 de marzo y la confusión se hace presente al instante.
Por Miguel M. Reyes Almarza*
¿Qué tanto más se puede decir del músico vivo más importante del planeta? Un Beatle es un Beatle, con errores y virtudes es la prueba fehaciente de que la música es capaz de cambiar la sociedad y sostener el discurso de unidad y empatía que tanto hace falta en estos días. Un músico sin fronteras y atemporal por donde quiera que se le mire, protagonista del capítulo más importante de la historia de la música universal y no me refiero a la ‘beatlemanía’ que es solo un síntoma superficial del cambio, me refiero al fenómeno Beatle, esa expresión socio-cultural que define sin duda el momento más fecundo de la música popular.
Y ahí lo tenemos otra vez, caminando con la elegancia del sabio, llevando a cuestas el bajo Hofner –modelo violín– que se convirtió en uno de los tantos símbolos que rodearon a los Beatles. Arranca entonces su gira por Latinoamérica –parte del Freshen-up tour– con una tenida muy informal y la actitud de quien viene de regreso por el camino de la genialidad. Casi tres horas de un espectáculo soberbio, 39 canciones y 51 mil personas registradas en la audiencia serán los datos duros de un evento que supera la crónica clásica.
Y es que Paul McCartney se ha declarado en rebeldía contra el lugar común de la vida. A sus 76 años gira más rápido que el planeta y se pasea confiado en cada uno de los escenarios que le toca pisar, ya sea la Casa Blanca o el Estadio Nacional, el zurdo no escatima en precisión y alevosa emoción. Es cierto que su voz muestra estragos de un trabajo sin pausa, el resto de la banda trabaja arduamente para apoyar todas las armonías liberando a Paul de los altos más complejos, sin embargo, todo resulta como ha sido planeado, incluidas las muestras de cariño entre canciones y los escuetos mensajes en español.
Desde los Beatles, pasando por la mejor agrupación post Beatle ‘Wings’ hasta sus trabajos solista, todo perfectamente medido, una emoción ‘in crescendo’ que por evidente no falla en atraparnos.
Pero hay algo que da que hablar a los seguidores de la música del británico, y no precisamente los fans que le perdonan hasta su idilio musical con estrellas pop del momento, como reza una gran canción de Led Zeppelin ‘la canción es –esencialmente– la misma’. McCartney gira seguro abusando casi de las mismas composiciones de su vasto repertorio, cuestión que se ha hecho ya una costumbre. Un par de variaciones para no repetir en escenarios conocidos y las inclusiones forzadas de las canciones del álbum de turno por modesto que este sea. Lo más probable es que ya no está para grandes sorpresas, hay que entender que su cancionero es tan amplio que jamás podría abarcar una parte absolutamente representativa de él, ni siquiera en las tres horas de espectáculo que hacen del evento uno de los más largos en su categoría. Preparar nuevas canciones equivale a una fuerte inversión de tiempo que obviamente dedica a su familia. Sin embargo, hay clásicos como ‘No more lonely nights’ que le penan a la fanaticada y están muy lejos de ser considerados.
Otro punto de análisis que puede explicar lo anterior es la banda. Contrario al ensamble de 1993 donde los músicos –Hamish, Robbie, Linda y Blair Cunningham (reemplazando a Chris Whitten en 1991)– tenían una vasta experiencia reconocida antes de su relación con McCartney cuestión que le sumaba perspectiva y ductilidad en distintos sonidos y estilos y de la cual solo sobrevive el enorme Paul Wickens en los teclados generando toda la amplia paleta de sonidos específicos que un Beatle puede requerir para sus canciones, los músicos que lo acompañan hoy –Rusty, Abe y– por excepcionales que son, evidencian una total subordinación y devoción ante su ‘jefe’ aportando lo necesario, sin ir más allá, solo rock, correcto, pero inquietantemente obvio. Para muestra, la formación del 93’ logró producir discos emblemáticos tales como ‘Flowers in the dirt’ (1989) y ‘Off the ground’ (1993) además de participar en el famoso ‘Unplugged’ de 1991. La banda de turno, por su parte, ha sido la base para parte de ‘Memory almost full’ (2007), ‘New’ (2013) y el recién estrenado ‘Egypt station’, placa de la cual hizo debutar en vivo en nuestro país la canción ‘Back in Brazil’ una especie de bossa ‘super Mario’ que fácilmente olvidaremos.
Las diferencias son sustanciales, desde los músicos de apoyo hasta la producción musical. Mientras en los primeros discos mencionados incluía aportes de Elvis Costello, David Gilmour o Nicky Hopkins y muchas veces la producción y arreglos de George Martin, para los tres últimos, el panorama no va más allá de Rihanna y Keyne West y con suerte la participación esporádica de Giles Martin (el hijo de George Martin). No se trata de hacer una comparación burda. McCartney amplifica su genialidad según los profesionales que le rodean y últimamente solo ha coqueteado con lo masivo, desde trabajar para el sello dependiente de Starbucks ‘Hear music’ hasta buscar un sonido ‘mainstream’ con la producción de Adele y Katy Perry.
De alguna u otra forma, esta relación tan McCartneana con el ‘statu quo’ conocida desde los inicios de los Beatles y su carrera solista, terminó doblegando en parte su capacidad musical, para muestra, casi no existen armonías vocales en los últimos discos y todos podrían ser una misma placa en tanto sonoridad y escasa sorpresa, sin riffs ni melodías para admirar. No es que McCartney esté acabado, muy por el contrario, esta crítica expone precisamente a un genio tomándose un tiempo, relajado y satisfecho con su pasado -¡Vaya que no!- o definitivamente –quiero equivocarme- eligiendo voluntariamente no crear más himnos planetarios.
Pero volvamos al espectáculo que convoca esta crítica. No todo está perdido y gracias a que hoy en parte McCartney ha puesto oído en la crítica musical experta –esa que no tiene nada que ver con Billboard ni el– es que se ha motivado para incluir uno de los giros más auspiciosos de sus conciertos, así como lo hizo con Wings por allá por los 70’s y 80’s, para su reciente velada en el Estadio Nacional contamos con bronces reales en varias canciones y de paso liberó a ‘Wix’ de tamaña responsabilidad. ‘Letting go’, ‘Got to get you into my life’ ‘Lady madonna’ o ‘Let’em in’ por mencionar algunas, fueron exquisitamente reforzadas por los arreglos originales en trompeta, saxo –aunque no era el sexy Howie– y trombón. Una delicia musical que puede considerarse como un regalo para los seguidores más ortodoxos.
Debe ser que al igual que todo lo perfecto que hay en la naturaleza, tenemos que ser simples observadores y dejarnos seducir. Porque así se nos pasan las tres horas de concierto, reviviendo el prolífico espectáculo de una estrella que es parte de la banda sonora de la humanidad y de paso, generosamente, nos invita a ser parte de la historia. McCartney prevalece y nosotros envejecemos al parecer sin comprender, como diría uno de sus buenos amigos de la música David Gilmour “the sun is the same in a relative way but you’re older”. McCartney es una hermosa puesta de sol que no por ser siempre la misma pierde la profundidad y la certeza de lo perfecto, de aquello que nos conmueve y nos hace sentirnos pequeños invitándonos a contemplarlo hasta el fin de los tiempos, como decía la Violeta, como un niño frente a Dios.
Esperamos ansiosos el siguiente atardecer.
★★★★☆ (4,5 sobre 5)
*Periodista