Si hay un factor determinante que abraza la posmodernidad audiovisual este no va muy lejos de supeditar la existencia de las cosas a su representación –y repetición- visual. Si algo se ve y -mejor aún- si se ve muchas veces, existe. Así de sencillo.
Por Miguel M. Reyes Almarza*
En tiempos donde la educación y las estrategias formales de entendimiento han estado cuestionadas en forma y fondo, otros escenarios, dominados por los medios de comunicación masiva, complementan el saber social y construyen desde allí el saber social. Uno de estos espacios es ocupado magistralmente por la plataforma de entretenimiento Netflix, que cada día se abre a mayores desafíos temáticos, eso sí, a la medida del streaming y sus audiencias.
Y es aquí donde nos encontramos con este título avasallador, propio de la oferta masiva, ‘Masacre en el Estadio’, un mini documental que es parte de 8 episodios –uno por mes– que conforman la serie ReMastered del gigante Netflix y que cuentan la historia de grandes figuras de la música mundial. Su capítulo de enero dedicado exclusivamente al cantautor nacional Víctor Jara y dirigido por B.J. Perlmutt (Havana Motor Club, 2005) es una muestra perfecta de todo lo que la plataforma es capaz de hacer para adelantarse a la competencia en producción original. No solo de evasión y placer viven las audiencias.
Reservando el hecho de que para el mundo de las artes y para gran parte de la población Víctor Jara es un músico fuera de serie, no solo por su compromiso social y su fuerte abrazo al idealismo político, sino también por la calidad y complejidad de sus composiciones que fueron combustible para aquellos años de revolución, su historia a modo de cápsula audiovisual y condicionada por el formato supone una revisión, a veces ligera, de aquello que debe cuidarse en lo profundo.
Es bueno ver a Víctor Jara en Netflix ¡Claro que sí! Sabido es que las audiencias masivas no buscan –y si lo hacen no es con el mejor de los criterios– recuperar la historia por sus propios medios, situación que hace visible a Jara solo para cuando se conmemora su natalicio o muerte. La visibilidad es un factor positivo. Víctor Jara estará ‘disponible’ en streaming por bastante tiempo, cuantas veces queramos, pudiendo recuperar su historia a nuestra voluntad.
También es cierto que para las nuevas generaciones esto es un hallazgo monumental que permite reconstruir aquella historia que conocen de oídas y bi-polarizada por sus congéneres y los medios. Para aquellos que sostienen el negacionismo, es una llamada de atención desde fuera, desde un tercero no contaminado y que permite ponderar de mejor forma el fenómeno, más allá de su perspectiva ideológica. Víctor Jara está, existe, es visible ergo es importante.
Sin embargo, la forma, a saber, el argumento central, las imágenes y los acentos evidentes dentro del relato son altamente cuestionables. Primero, el título, ‘Masacre en el estadio’ recuerda a los tristes casos -muy comunes en EE.UU.- de francotiradores menores de edad en su mayoría, disparando a mansalva en escuelas y sitios públicos, como la masacre en la escuela secundaria de Columbine en Estados Unidos, por ejemplo. Para alguien que no conoce la historia esto huele a un baño de sangre gráfico que obviamente no es parte de la entrega –por suerte- simplemente un título de impacto, persuasivo, que busca atraer por el morbo y no por la relevancia de sobra del personaje y la circunstancia en cuestión. Segundo, la historia transita fundamentalmente por los relatos de su esposa Joan y otros allegados a su obra, no obstante Víctor, el gran Víctor Jara apenas se hace visible en fragmentos como los del famoso concierto para Panamericana Televisión del Perú en julio de 1973 y algunas fotos de difusión masiva. Un documental donde el documentalizado no está en el centro de las miradas se hace algo abúlico de asimilar.
Es cierto que por ‘formato’ el especial dura solo una hora con cuatro minutos y eso es quizás la causa de que se eche mano a recursos propios de la televisión masiva, sin embargo eso pudo mejorar si el argumento central, acerca del autor material de su muerte el exmilitar Pedro Barrientos, declarado culpable por los tribunales norteamericanos en 2016, pero no extraditable por ser residente desde 1990 en dicho país, no ocupase gran parte de la historia. El camino de la objetividad que guiaba el desempeño de Perlmutt se tuerce al entregar mucho tiempo de pantalla al culpable y su relato inverosímil acerca de su eventual inocencia. Más de 20 minutos en los que Víctor Jara no aparece y aquel personaje nefasto intenta lavar su imagen.
Bien por lo masivo, muchas personas jamás accederían a material así de otra forma. Bien por considerar a Víctor Jara dentro de los músicos más influyentes de la historia, lo merece y se hacía necesario recuperarlo para las nuevas generaciones. Mal por el desempeño audiovisual, un título tan nefasto como la realidad, pero tan poco elocuente respecto de lo que el documental muestra, personajes ignominiosos que crecen en pantalla ante la escasa voluntad de poder delimitar sus voces y por último y no por eso menos importante, muy poca música.
Con todo lo anterior este trabajo abre la discusión respecto de los hechos ocurridos antes y durante la dictadura militar y eso siempre es bueno, sobre todo si aquello se vuelve masivo y cotidiano ya que ventila la pestilencia de la ignorancia y el odio. Uno de los errores –forzado o no- que nuestra sociedad aceptó en los albores de la democracia, fue tratar de esconder bajo la alfombra, cual pacto secreto, la realidad para evitar la división del pueblo. Nada de esto fue útil. Transparentar la realidad concede al ciudadano común la posibilidad de acceder a información y generarse un juicio con condiciones mínimas de razonabilidad. Si este documental de Víctor Jara puede aportar para ponderar el pasado y avanzar en el respeto y la consideración, por muy mainstream que parezca, su utilidad lo justifica.
★★★☆☆ (3 sobre 5)
*Periodista.