Sevilla: mucho más que un color especial

La ciudad, que se encuentra en el sur de España y que recibió la influencia de romanos, moros y españoles, se levanta como un destino imperdible, incluso en invierno (nuestro verano) porque su gastronomía, bellas callejuelas y el encanto del flamenco, no tienen igual.

Por Francisco Martorell Cammarella

La canción que se tatarea, cada vez que nombran Sevilla, es aquella que nos recuerda que “tiene un color especial”, pero cuando uno se baja del tren o del avión que lo trae desde Madrid o Barcelona, comienza de inmediato a sentir otras cosas, como el olor a azahares y azafrán, el canto lastimero del flamenco, el taconeo, la belleza de su casco histórico, los azulejos y la alegría y amabilidad de su gente.

Es que Sevilla, como dice el tema “tan cariñosa, tan morenita, gitana, tan morena y tan hermosa” se abre de inmediato al visitante, el que puede disfrutar de un almuerzo a orillas del río o gozar de los encantos de sus mil y una callejuelas.

Si lo suyo es la gastronomía y llegó por la mañana, le recomendamos iniciar su visita en el restaurant Río Grande, un lugar único y con una vista privilegiada al Guadalquivir y a la Torre del Oro, donde podrá disfrutar lo mejor de los platos tradicionales de la cocina andaluza maridados con una amplia selección de vinos. Puede atacar una paella mixta (22 euros) o devorar un buen pescado, tras degustar una tortilla, un jamón de bellota o un conjunto de anchoas (12 euros). Si le place el sitio y va en pareja, no dude volver por la noche, ya que este sexagenario restaurante fue elegido entre los 50 lugares más románticos del mundo para una cena.

Piérdase luego por las calles del casco histórico, uno de los tres más extensos de Europa, mire siempre hacia arriba y sorpréndase de los balcones. Adquiera alguna baratija y déjese tentar al paso con los churros, los cucuruchos de jamón serrano, una buena cerveza, caña o chocolate caliente. Sevilla hay que caminarla. Y sus pies, sin que usted se dé cuenta, lo llevarán hasta la Plaza del triunfo donde se encuentra la Catedral (la iglesia gótica más grande del mundo) y también el Real Alcázar, una belleza arquitectónica y cultural, repleta de jardines y fortificaciones, donde algunas de sus murallas superan los 800 años de antigüedad, levantado sobre ruinas romanas.

Cuando salga del Alcázar, una visita de varias horas, diríjase a la Giralda, el símbolo de la ciudad, el Alminar de la antigua Mezquita de Aljama, sobre la que se construyó la Catedral y actualmente es su campanario.

Vale el esfuerzo subir las 35 rampas y contemplar la ciudad desde los 104 metros que la separan del suelo. También visitar la Capilla Real, donde se encuentran los restos de Rey San Fernando, Alfonso X el Sabio y Pedro I el Cruel, entre otros miembros de la realeza castellano-leonesa. Y la tumba de Cristóbal Colón.

Ya se fue el día, pero como esto no es cronológico ni obligatorio, lo que viene se puede dejar para otra jornada. O seguir. Todo depende. Hay que ir al museo de Bellas Artes, donde se siente la presencia de Murillo, quien nació y murió en esta ciudad, capital de Andalucía y que hoy cobija a casi 700 mil habitantes.

Continuamos caminando, si el físico acompaña, para llegar en algún momento y en otro lado de la ciudad, al jardín público más antiguo de Europa, hoy llamado la Alameda de Hércules, el que dejó de ser un espacio exclusivo para los reyes en el siglo XVI. No dejes de pasar por el Archivo de Indias, el barrio de Santa Cruz y las murallas históricas, la Judería y el Callejón del Agua, hasta llegar a la plaza Murillo.

También visita la Sevilla más moderna y no te olvides de la Plaza España y el Parque de María Luisa donde, tras ver la fastuosa construcción de estilo mudéjar, decorada con ladrillo visto, mármol y cerámica, podrás tomarte una foto, muy “chula” por cierto, convertido en un verdadero sevillano o sevillana en la glorieta de Goya (1 euro).

NOCHE ANDALUZA

Si Sevilla tiene mucho para ver, probar y recorrer, también lo tiene para oír y contemplar. El Flamenco es parte del paisaje y la cultura, por lo que si llegas a esta tierra andaluza te recomendamos que lo hagas por al menos dos noches, aunque lo ideal son 4.

Al atardecer puedes enrumbar hacia el Museo del Flamenco, creado por la mismísima Cristina Hoyos, donde podrás ver exposiciones y aprender de este arte. Luego, en unos de los pocos patios ecijanos que quedan en Sevilla, disfrutarás de una coreografía creada por la artista en un escenario espectacular, con luces de teatro, buen sonido y telones de fondo, ¡un pequeño tesoro! Y si una vez sentado miras al cielo te sorprenderá ver cómo cuelgan sillas y naranjos sevillanos… Luego de ese espectáculo apetece una cena. Pero no es suficiente.

Al día siguiente te recomendamos darte otro baño de este género musical (cante, el toque y el baile) que nació hace 200 años y que tiene en Sevilla su capital y epicentro. Nuestra recomendación es llegar hasta La Casa del Flamenco (Calle Ximénez de Enciso, 28), ubicada en el corazón del Barrio de Santa Cruz, la antigua judería, un encantador laberinto de callejas empedradas y silencio, a pocos metros de la Giralda.

“El patio principal de esta casa-palacio del siglo XV acoge cada noche un espectáculo flamenco con personalidad. Sus arcos y columnas de mármol, sus artesonados y azulejos tradicionales, el aroma de las flores, el poso de casi seis siglos de historia, crean una atmósfera única para disfrutar del mejor flamenco de Sevilla”, señala su director, Enrique Ysasi, quien advierte que el espectáculo que tiene un valor de 18 euros es sin comida ni bebida porque “es importante concentrarse para, no solo ver el baile y escuchar el Flamenco, sino también sentirlo”.

La acústica del lugar es también privilegiada, pues permite prescindir de micrófonos y de amplificadores, ofreciendo así un sonido más natural y auténtico. Además, el público se sitúa muy cerca del escenario, por lo que puede sentir el taconeo con toda su intensidad. Y lo mejor, que también es hotel, por lo que puedes iniciar y terminar tu visita a Sevilla dentro de la mismísima Casa del Flamenco.

Una experiencia única, por todo lo anterior, que solo puede coronarse al salir, caminando unos metros por sus callejuelas y entrar, casi al llegar a la esquina, al Café Bar Las Teresas, un lugar centenario, con decenas de jamones colgando de sus ganchos, cervezas y vinos que alientan el canto y una buena conversación.

Sevilla, entonces, tiene todo especial y quien la visita, se siente de la misma forma.

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El Periodista