Bolsonaro en Brasil: la fórmula del miedo

La extrema derecha aterriza en lo más alto del poder político de Brasil, la primera potencia de América Latina. El poder financiero ha elegido a Jair Bolsonaro para dar el golpe final y acabar con la hegemonía de los gobiernos de Lula Da Silva. El perfil público de este extremista ultraconservador se reduce a una reconocida ignorancia en materia económica y una mediocre carrera militar y parlamentaria. Es la figura perfecta para dominar las finanzas en un sistema neoliberal. El club de los Chicago boys vuelve a atacar con toda su furia, tal como hizo durante la dictadura militar en Chile.

Por Mate Guerra*

Brasil es la principal potencia de América Latina, la segunda en el continente -sólo superada por Estados Unidos-, está dentro de las 10 economías de mayor influencia a nivel global y participa en los principales foros financieros internacionales. Analistas económicos miran al país sudamericano como un potencial sólo comparable a los de Rusia, India y China, países con los que conformó el BRIC en 2008.

Con su llegada a la presidencia cinco años antes, el líder del Partido de los Trabajadores (PT), Luiz Inácio Lula da Silva, puso en práctica políticas sociales y económicas que fueron reconocidas por el Banco Mundial, que calificó su gestión como una ‘década dorada’, para un país con 202 millones de habitantes.

Durante el mandato del líder de PT, más de 30 millones de brasileños y brasileñas lograron salir de la pobreza gracias a sus políticas innovadoras y efectivas en la creación de empleo, sin dejar de escuchar a las instituciones financieras y a un empresariado conservador y ultra neoliberal. Lula creyó que todo estaba controlado. Pero se equivocó. Era cuestión de tiempo caer al precipicio. Es el denominado ‘Golpe de Estado blando’.

En silencio, atento y disconforme, el implacable mundo de las finanzas comenzó a mover ficha desde el primer mandato de Lula, en 2003. El ultra neoliberalismo no pudo soportar el liderazgo de un dirigente de izquierda en una nación con semejante influencia financiera a nivel global, que además expresaba su apoyo a los regímenes de Venezuela, Cuba e Irán.

El primer paso fue el desprestigio de toda la clase política tradicional. En menos de un lustro, entre 2009 y 2013, el Brasil próspero de Lula se convirtió en un país infectado por la corrupción. Empresarios, hombres de negocios y miembros de todo el espectro político tradicional, de derecha e izquierda, han sido investigados y muchos de ellos sentenciados con penas de cárcel. La clase política tradicional cayó en un hondo desprestigio.

El escándalo de Petrobras, en el marco de la llamada Operación Lava Jato, destapó una trama de corrupción sin precedentes, incluso más allá de sus fronteras. Funcionarios públicos de alto rango otorgaban concesiones de obras públicas a empresarios dispuestos a doblegarse ante sobornos millonarios.

Se estima que estas maniobras ilícitas implicaron un movimiento de unos dos mil millones de euros. Lavado de dinero, fuga de capitales y financiamiento ilegal partidista han sido los cargos que pesan sobre los involucrados.

La fiscalía del país en Curitiba involucró en esta operación a Lula da Silva. El mandatario fue acusado de corrupción y lavado de dinero tras una supuesta compra oculta de un deapartamento y su remodelación, con dinero proveniente de sobornos a empresarios. El líder del PT tuvo que dejar el cargo de Jefe de Estado y hoy cumple una sentencia de 12 años de cárcel.

Lula Da Silva, con altas probabilidades de ganar las presidenciales de este año quedó fuera de la carrera presidencial. A la fecha, el ex mandatario niega todas las acusaciones y las vincula a una maniobra entre sombras para borrar su nombre del panorama político.

Su sucesora en el cargo, Dilma Rousseff, fue sometida en 2016 a un juicio político acusada de violar la ley presupuestaria y la ley de probidad administrativa, siendo destituida de la presidencia. La ex mandataria tuvo que soportar en aquella ocasión las palabras del diputado de extrema derecha, Jair Bolsonaro, que dedicó la salida de Rousseff, ex presa política, a uno de los más crueles torturadores de la dictadura militar, Carlos Alberto Brilhante Ustra.

El siguiente en asumir la jefatura de Estado, fue el vice Presidente de la nación Michel Temer. El hasta hoy mandatario que podrá ejercer el cargo hasta el primero de enero de 2019 también está bajo la lupa de la justicia por supuestos casos de corrupción. La popularidad de Temer se desplomó hasta bajar a un 5%, en julio de 2017.

Los casos de corrupción terminaron con las aspiraciones de los candidatos de los partidos tradicionales. El electorado llegó a la primera vuelta electoral el pasado 7 de octubre, hastiado de los políticos corruptos, de una creciente inseguridad ciudadana -60 mil muertes por año-, al creciente poder del narcotráfico, y de las consecuencia de la recesión económica que azotó el país, en 2014.

La criatura perfecta

El Capitán en retiro del ejército de Brasil, Jair Bolsonaro Mesías, de 63 años, sorprendió al mundo en su meteórica subida al poder tras una carrera militar marcada por la insubordinación y una mediocre trayectoria parlamentaria durante los últimos 27 años. Salvo imprevistos de última hora, todo indica que el “Trump de los trópicos”, como lo apodó parte de la prensa, ocupará el sillón presidencial brasileño en el próximo mandato, protegido por un neoliberalismo poderoso.

Con su nostalgia puesta en las dictaduras militares que azotaron la región en las décadas de los 70 y 80, este extremista de derecha ha sabido capitalizar el descontento ciudadano a pesar de su discurso misógino, sexista, racista y xenófobo, que lo ha caracterizado en toda su trayectoria pública.

Su carácter brusco, alterado y directo lo llevaron a la popularidad brasileña cuando aún pertenecía a las Fuerzas Armadas en activo, donde forjó su personalidad desde los 15 años. A través de acciones que violaban el reglamento disciplinario castrense fue investigado por su protesta en contra de los ‘bajos’ salarios de los uniformados y su participación en la llamada ‘Operación Callejón sin salida’ que incluía atentados con artefactos explosivos, en 1987.

Luego de dos semanas tras las rejas, la justicia militar lo exculpó de todos los cargos. De esta forma, antes de pasar a retiro en 1988, Bolsonaro dejó sembrada la simpatía en las filas de los uniformados. Las Fuerza militar brasileña es la de mayor poder en A.L. El servicio militar obligatorio le permite contar con cerca de un millón 600 mil hombres en la reserva.

Una vez instalado en la vida política del país, Bolsonaro ha sobrevivido en el Congreso como diputado en siete legislaturas consecutivas. Sin embargo, su carrera parlamentaria se ha reducido a sus descontroladas intervenciones contra mujeres, homosexuales, comunidad negra e indígena y los flujos migratorios que llegan de países vecinos.

De 171 iniciativas legales presentadas por este católico devoto y profundamente conservador de la derecha más rancia brasileña, sólo dos han sido aprobadas. En busca de una oportunidad para alcanzar mayor poder político, ha militado en una decena de colectividades hasta llegar al Partido Social Liberal recién en enero de este año y con la carrera presidencial a la vista.

Los resultados en la primera vuelta electoral del pasado 7 de octubre le dieron una victoria que ni siquiera él imaginada. Con más del 46 % de los sufragios a su favor, quedó en las puertas de la sede de gobierno y ahora se dispone a ingresar. El candidato del PT, designado como sucesor de Lula, Fernando Haddad, apenas obtuvo el 29% de los votos.

Tras una campaña electoral ejercida básicamente mediante las redes sociales y sin querer participar en debates con sus adversarios políticos, Bolsonaro tuvo la agudeza de saber conquistar a un electorado a través de mensajes por WhatsApp. Según una encuesta reciente, un 44% de los electores usa esta plataforma para informarse.

Antes de la segunda vuelta, donde obtuvo el 55 por cinto de los votos, la prensa internacional, como el New York Times o Le Fígaro, se hizo eco de una información difundida por el diario Folha de Sao Paulo. Se asegura que las compañías que apoyan al candidato de extrema derecha financiaron el envío de cientos de miles de mensaje en contra del candidato del PT, antes de la primera vuelta. La operación habría significado una inversión de más de 3 millones de dólares. La ley electoral de Brasil prohíbe expresamente la injerencia de empresas en las campañas políticas.

Los seguidores de Bolsonaro, al que llaman ‘Mito’, se articulan con fuerza a través de las redes sociales; son una legión en Facebook (es el postulante con más seguidores, 6,4 millones) y ayudan a contrarrestar en parte las carencias de su campaña, puesto que como el candidato pertenece a un partido pequeño dispone de pocos minutos en la publicidad electoral de radio y televisión.

El experimento del miedo

Con un programa de gobierno endeble y poco claro, Bolsonaro se siente ganador. Su discurso está nutrido de propuestas para otorgar beneficios a las Fuerzas Armadas, facilitar el porte de armas o endurecer las penas de los delitos, excepto cuando estos son cometidos por agentes de seguridad o para defender el patrimonio privado.

El líder de la extrema derecha brasileña también prometió colocar a altos mandos militares en varios ministerios y privatizar buena parte de las empresas estatales, así como acabar con las políticas en favor de los derechos humanos o la demarcación de tierras indígenas, por ejemplo.

La política en materia económica, de la que segura no tener conocimiento alguno, la ha entregado al que considera un gurú de las finanzas, Paulo Guedes, su mano derecha. «Yo les doy los ingredientes y ellos hacen el pastel», dijo en referencia a su equipo económico, añadiendo que tampoco tiene conocimientos de salud o de medicina y que no por ello no habrá un buen ministerio en ese ámbito.

Guedes, bien conocido en el ámbito financiero, ha declarado que ‘Bolsonaro instaurará el orden y yo el progreso’, a través de masivas privatizaciones. Colaboró en Chile con la dictadura de Augusto Pinochet en la implementación de un neoliberalismo devastador. Se trató del primer experimento de los llamados Chicago Boys, liderados por Milton Friedman.

Tras la primera vuelta, el Presidente Sebastián Piñera, destacó el triunfo de Jair Bolsonaro, más que por sus exabruptos propios de la extrema derecha, por la línea económica que seguirá. Es el neoliberalismo en plena acción. Bolsonaro sólo es la criatura perfecta para consolidar un Golpe de Estado blando.

*Periodista

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