En Su Propia Trampa: una eterna difamación clasista
¿Cuál es el dilema? Simple. El espacio alardea de su gran labor investigativa, incluso asesorándose con la policía uniformada, no obstante, caen en la trampa solo personas comunes y corrientes, sí, delincuentes, pero normales y de impacto acotado.
Por Miguel Reyes Almarza*
Recién estrenada su octava temporada, “En su propia trampa” el programa autodenominado de investigación periodística y conducido por Emilio Sutherland, volvió liderando su franja horaria con 19,5 puntos de rating promedio. La forma, como de costumbre, es dejar en evidencia estafas y engaños construyendo un montaje para desenmascarar a los criminales que, sin desmerecer el delito en curso, tienen una cualidad que los hace merecedores del escarnio público y esta no es precisamente su acción dolosa, sino el mero hecho de ser gente normal y muchas veces de recursos limitados.
Esto no es para nada una apología a la delincuencia. Tampoco es la idea minimizar cada uno de los casos allí expuestos, sin embargo, surge franca la duda acerca del objetivo del show televisivo. Es evidente la escasa conexión que este tiene con la realidad, sobre todo cuando hay casos de connotación social evidente y que urge solucionar o al menos emplazar desde espacios de comunicación amplios como la TV abierta, a saber, la pedofilia en las faldas de la iglesia y la corrupción –civil y en las FFAA-. Estas, las mayores calamidades que azotan nuestro país, están muy lejos de caer en una ‘trampa’ de la producción de Canal 13.
Para muestra un botón. Fernando Albornoz, el tarotista que manoseaba a sus pacientes en el capítulo estreno de la temporada es virtualmente crucificado en las redes sociales por su delito luego de ser sorprendido, entre muchas otras acciones fraudulentas, con las manos en el cuerpo de una de sus víctimas, una actriz, parte del equipo del programa de TV, tras un proceso de seguimiento y captura al mejor estilo de las policías civiles. No obstante, ningún capítulo fue dedicado a desenmascarar la pedofilia en las altas esferas eclesiásticas, es más, en julio de 2013 el capítulo 27 de la tercera temporada titulado “Engaña con la fe” que fue censurado en primera instancia por la Corte de Apelaciones de Santiago y luego emitido con gran éxito, solo se atrevía a desenmascarar a un falso cura, Luis García Cabello, y de paso proteger la integridad de la iglesia en cuestión.
Tanto el tarotista como los curas acusados de pedofilia accionan desde la fe y la confianza que le entregan las personas, por tanto, están en un mismo nivel de realidad, pero el primero no está protegido por ningún cuerpo ideológico.
¿Más ejemplos? Un capítulo dedicado a los bomberos de las bencineras que engañaban a los compradores alterando los dispensadores, los vendedores de plumillas para los limpiaparabrisas, los brujos que descargaban hogares y males, etc. Todos, accionando fuera de la ley pero con el mismo factor común: personas normales de clase media o baja. Por otra parte Carlos Alberto Délano y Carlos Eugenio Lavín, los controladores del tristemente célebre grupo Penta y protagonistas de la mayor escándalo de corrupción y cohecho que se ha visto en los últimos años, acuerdan pena remitida de 4 años –libertad con firma- sin castigo social evidente, como es la usanza en los grupos de privilegio ¿Cómo se le pasó tremendo caso al Tío Emilio?
Los estafadores de bencineras y los del grupo empresarial eran motivados por el mismo deseo de engañar y robar, pero -como también nos damos cuenta- los primeros no son importantes y los segundos pertenecen a una elite empresarial blindada por los acuerdos políticos.
¿Cuál es el dilema? Simple. El espacio alardea de su gran labor investigativa, incluso asesorándose con la policía uniformada, no obstante, caen en la trampa solo personas comunes y corrientes, sí, delincuentes, pero normales y de impacto acotado.
Es bueno recordar las sabias palabras de Andrónico Luksic cuando se quejaba desde Youtube del ‘maltrato’ al que eran sometidos los empresarios en Chile esgrimiendo una de las frases más recordadas de los últimos tiempos “Soy una persona como todos, pero poderosa”. Bien, allí está el punto, el programa del 13 solo emplaza gente normal, no ‘poderosa’ y eso es una forma bien poco sutil de generar contenido falaz, sobre todo cuando la audiencia masiva, esa que no tiene tiempo de informarse, usa el programa como un filtro de la realidad, al menos ‘Mea Culpa’ tenía la delicadeza de poner a Carlos Pinto apareciendo tras una cortina de humo, en pleno desarrollo de las acciones, para avisarle al espectador que era todo una representación, al contrario de lo que hace el Tío Emilio, quién juzga de forma directa sin hacer ver lo acotado de su juicio y de su línea editorial.
Es entonces cuando la ficción supera la realidad. Se hace escarnio de un encuadre muy particular para que se configure la siguiente regla: la delincuencia siempre aparece en relación a gente común, ergo, si es común, o en el peor de los casos pobre, es delincuente. Hay una clase que no se toca, que no se festina con ella y que no se funa en redes sociales, para lo demás están los ciudadanos ‘de a pie’, los invisibles y las minorías, que a la larga y en base al refuerzo constante de este tipo de programas, es casi lo mismo que decir delincuentes. Si este será el tenor de la octava temporada –como es muy probable por el alto rating- el show no es más que un espacio de divertimento, desinformación y estigmatización. Es la TV que debe replantearse con urgencia.
*Periodista.