Argentina: un vecino en apuros
La corrida cambiaria que llevó al dólar a un incremento del 100 por ciento en lo que va del año, tuvo como protagonistas a los grandes grupos económicos, es decir el gobierno de los CEO enfrenta un shock del mercado.
Por Carlos Abel Suárez (desde Buenos Aires)
La corrida cambiaria, que comenzó en a fines de abril pasado, fue tomando velocidad hasta alcanzar la dimensión de un huracán. Ahora ya nadie duda que Argentina vive en otra de sus graves crisis económicas con inevitables consecuencias políticas.
Podríamos repetir casi con las mismas palabras la explicación de otras crisis, como la del Rodrigazo en 1975 o la del 2001, que derrumbó el gobierno de Fernando de la Rúa, y no habría grandes diferencias. Pero sabemos que el diablo vive en los detalles.
Resulta que el de Mauricio Macri fue presentado al mundo de los negocios en Davos y luego replicado por toda la prensa especializada como el gobierno de los CEO. Un grupo de jóvenes formado en las grandes empresas, que a partir de la gestión en la ciudad de Buenos Aires, armaron una coalición que les permitió ganar las elecciones presidenciales y confirmar su predominio en las parlamentarias de octubre pasado, poniendo fin a doce años de gobierno kirchnerista-peronista.
La hazaña no estaba exenta de riesgos, primero porque la economía argentina arrastraba un estancamiento desde 2011, con inflación y déficit creciente, disimulado por el maquillaje de los números desde la intervención al Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC). En segundo término, porque el partido oficial, la coalición Cambiemos, está en minoría parlamentaria y gran parte de los gobiernos provinciales están gobernados por la oposición. Finalmente, sindicatos y movimientos sociales enfrentaron desde el primer día las políticas de ajuste, con movilizaciones y huelgas.
Paradójicamente no fueron los gobernadores, ni la oposición parlamentaria, ni las manifestaciones y huelgas de protesta los promotores de esta crisis. La corrida cambiaria que llevó al peso de 19 por un dólar, que se cotizaba en los primeros dos meses del año, a superar los 41 pesos de los últimos días, tuvo como protagonistas a los grandes grupos económicos, es decir el gobierno de los CEO enfrenta un shock del mercado.
Neglecta solent incendia sumere vires
Los incendios que se desprecian suelen adquirir fuerza, recomendó el poeta Horacio. Sin embargo, el gobierno de Macri señalado por los analistas como un ejemplo de grupo compacto y autosuficiente, siguió repitiendo un discurso de candidatos: buenas ondas, optimismo, todo funciona según lo previsto.
El mismo día que la estampida cambiaria adquiere en nuevo impulso, Macri sale por televisión con un mensaje de algo más de un minuto sonriente y asegurando que todo está controlado. Casi una analogía de aquella sentencia tristemente memorable de Juan Carlos Pugliese, ministro de Economía de Raúl Alfonsín, cuando cercado por las corporaciones dijo: “les hablé con el corazón y me respondieron con el bolsillo”.
Hasta marzo reinaba optimismo en el discurso oficial, y en los comentarios de la prensa especializada del mundo. Se hablaba de un crecimiento superior al 2 por ciento y una reducción de la tasa de desempleo.
Los primeros días de mayo de este mismo año, frente a la pérdida de unos 10 mil millones de dólares de reservas, Macri anuncia que se pedirá auxilio al FMI. Decisión muy cuestionada, política y técnicamente, que tomó de sorpresa a propios y extraños al gobierno.
La tasa de inflación continuó superando ampliamente todas las metas previstas por las autoridades del Banco Central, aumentando cada día la tasa de pobreza e indigencia medida por ingresos. El fracaso de la estrategia diseñada para conjurar la inflación y los primeros coletazos de la corrida cambiaria expulsaron a Federico Sturzenegger del Banco Central, un economista que había trabajado con Macri durante la gestión de este en la Ciudad, para colocar a Luis Caputo, un íntimo del presidente, en su lugar.
Alejamiento poco prolijo pues Sturzenegger, como titular del Central, fue quien pocos días antes había firmado el compromiso con el FMI, por el que el organismo multilateral se comprometía a respaldar hasta con 50 mil millones de dólares la posición de reservas de la Argentina.
Las explicaciones iniciales de la corrida, devenida en desconfianza del mercado, se resumieron en una “tormenta”, turbulencias pasajeras, como consecuencia de la crisis de la lira turca, además del daño ocasionado por la sequía, que afectó seriamente los cultivos de la pampa húmeda en la campaña 2017-2018, que tradicionalmente alimentan la caja del Central.
Sin embargo, las causas son más viejas y duraderas y los remedios que se aplicaron fueron muy pobres.
Argentina registraba un estancamiento de su economía, prácticamente desde 2011, solventada por emisión, déficit y cepo cambiario. Todos los economistas coincidían en que el nuevo gobierno, iba a tener que enfrentar grandes dificultades. En la primera etapa, la administración de Cambiemos optó por lo que denominaban el gradualismo, como alternativa a una política de shock, es decir ajuste macroeconómico según el canon neoliberal.
La eliminación del cepo cambiario y arreglar los juicios con los fondos buitres fue considerado un paso exitoso que abriría las compuertas a las inversiones. Ciertamente se facilitó la toma de crédito en un mundo muy volátil y con tasas de interés muy bajas. El endeudamiento externo, que de todas maneras se pactó a tasas superiores a países como Bolivia, fue presentado como un signo de confianza en el futuro de la economía argentina. Al mismo tiempo se emitían Letras del Banco Central (Lebac) a tasas del 30% anual, que se justificaban como una herramienta para aplacar la inflación. Toda esta jugada fue calificada de alto riesgo hasta por economistas afines al gobierno. Sin ningún control para el ingreso y egreso de divisas, se armó un escenario perfecto para el carry trade, la bicicleta financiera para capitales golondrinas. Mientras tanto en la cuenta corriente del balance de pagos aumentaban los números en rojo.
Una vez más, de acuerdo con los especialistas, se mostró inconsistente sostener la demanda, con elevado déficit fiscal y de cuenta corriente, mediante el ingreso de capitales golondrinas o deuda externa.
En el momento que la FED toca la tasa de interés, luego de un largo período de quietud, los capitales se van de las zonas de riesgo. La bicicleta financiera se suspende y los capitales externos y los propios -que aprovecharon la oportunidad de ganar tasas alucinantes en dólares- huyen. Así empezó esta corrida y dependerá de las medidas que se conozcan en las próximas horas (al cierre de esta edición) hasta qué punto puede llegar la devaluación de la moneda local.
La lista de los perdedores de este desaguisado es muy clara. Con una devaluación del peso, los últimos doce meses, del 100 por ciento, los salarios, las jubilaciones y las deudas de Estado han sido licuadas. Siguiendo la tradición argentina, los precios internos se incrementan acompañando la devaluación. Los grandes grupos de las cadenas agroalimentarias no tenían listas de precios el primer fin de semana de septiembre, a la espera de un punto de equilibrio en la divisa. Según estudios, de estabilizarse el precio del dólar a los valores del viernes 31 de agosto, y manteniéndose el aumento de tarifas programado, la inflación podría alcanzar el 41% anual, o sea, superar la marca de 2002, al final del 1 a 1 (paridad cambiaria) de Domingo Cavallo.
En el nuevo programa que se comenzará a negociar ahora en Washington con los técnicos del FMI figuran algunas medias que no estaban en el cálculo del cerrado grupo del macrismo. Como volver a poner retenciones a las exportaciones del campo y las mineras –esta vez el Fondo corre por izquierda–, pero otros gravámenes caerán sobre sectores medios, al tiempo que continuará implacable el incremento de transportes, combustibles y servicios públicos. Existe una incógnita sobre las medidas para paliar las consecuencias sociales del plan. Todo ajuste tiene un límite político y social, si se lee bien la experiencia de las crisis argentinas.
Cuadernos Gloria y corrida cambiaria
Como ocurrió en todos los grandes aprietos se dispararon exponencialmente los memes y las teorías conspirativas. Existe una guerra abierta de trolls pagos y aficionados.
Obviamente si accedemos a la lista de aquellos que en los últimos meses compraron divisas al por mayor, por valores superiores a los 100 mil dólares, vamos a encontrar muchos de los empresarios mencionados en los cuadernos del sargento Centeno, muchos de los que en estos días desfilan por los tribunales. Todos ellos estuvieron en todas las corridas cambiarias, es más fácil encontrar a ellos que a doña Rosa o doña María. Pero de ahí a que promuevan un golpe de Estado hay un trecho.
Un documento suscripto por medio centenar de conocidos intelectuales argentinos y publicado en las últimas horas señala “el arraigo de una trama de corrupción de gran parte de la clase dirigente argentina, que desborda las diferencias políticas entre los partidos de gobierno, expresa el vínculo estructural entre corrupción y desigualdad, e ilustra asimismo el enorme daño –político, moral, económico, cultural– sobre el tejido social y la sociedad en su conjunto”.
Ciertamente, Argentina vive una vez más momentos amargos. Repite las historias, como si hubiesen sido escritas en el agua. Difícilmente salga de esta nueva crisis por efecto de algún líder carismático, una buena cosecha o por el apoyo del FMI.