Marta Blanco: Muchas salas cuna, ¿pocas madres?

Este artículo no me lo perdonarán fácil, pero si hay que escribir sobre lo que se cree ¿no hay también que escribir sobre lo que nos parece equivocado?

Me preocupan las madres que corren a las seis de la mañana vistiendo una guagua (bebé en lenguaje moderno) de pocos meses en el invierno oscuro y frío para llevarlas en micro (lenguaje antiguo) a un lugar donde estarán medio día a lo menos, mientras ellas trabajan. Tienen que hacerlo. El gobierno y las familias, ellas mismas, hablan de “se necesitan dos sueldos en esta casa”. La mujer cumple, acarrea a su hijo de pocos meses, lo deja en una sala cuna y sigue a su destino donde cocina, lava, pasa máquinas, lava ropa o sale a comprar y de pronto ya es tarde y corre a buscar a su hijo, llega a su casa y entonces comienza su segunda jornada de trabajo: hace las camas que no alcanzó a hacer en la mañana, ordena, y muda a su hijo, lo hace dormir, llegan los demás, sirve la comida, corre, se agita, lava la loza, se acuesta. Tiene derecho a seis horas de sueño.

No creo que esta sea la solución ideal. Quizás haya comida y se paguen las cuotas de las deudas que han aprendido a obtener con la tarjeta. Quizás se sienta culpable de ese hijo, esa familia. Bien sabemos la historia de la humanidad: Las mujeres son culpables de quedar embarazadas, y aún en la violación se suele decir “pero algo haría ella…”.

Los hijos por cinco años son completamente dependientes de la madre. Quien no lo crea o es muy joven, o es hombre o ignora en qué consisten el matrimonio, la convivencia y la maternidad.

Pero la historia, la moral, la modernidad, autorizaron que la mujer estudie, vaya a la universidad, gane sus pesitos y en lo posible tenga Isapre. La cosa está clara: han de cooperar y trabajar. ¡Si hasta les dieron derecho a voto illo tempore! Recuerdo perfectamente unas tías, mi madre, negándose rotundamente a votar. “Las mujeres no van al cementerio ni votan”, decían. Pero hay mucho de voluntarismo en esto. Se alega que antes no les enseñaban a escribir, pero leyendo la historia esas mujeres de fortuna, sin duda las más despiertas y las que podían, eran buenas escritoras. Temibles. Napoleón odiaba a Mme. de Stael. Mme. de Maintenon terminó casándose con Luis XV. Mme. de Sevigné casi volvió loca a su hija a puras epístolas.

Vuelvo a las salas cuna.

Allí a los niños se les pegarán todas las pestes, los resfríos, los mudarán rapidito, a veces los harán dormir más de lo necesario, les embutirán el chupete, y qué. No creerán que donde hay ocho mujeres a cargo de 20 o 30 guaguas las van a pasear por el jardín, las tomarán en brazos, las mirarán con amor de madre. Esa es la mirada que cambia al niño de ser huraño y desconfiado en una persona cálida y alegre. Un niño recién nacido ya reconoce a su madre. Le es indispensable. De ella depende para alimentarse, para no sentir frío ni calor, para reírse, para aprender a sacar la lengua, a hacer gorgoritos, a vivir.
Pero hoy parece que los niños fueran preparados para la guerra. O para convertirse en delincuentes. Ya es problemático que las poblaciones de menos recursos estén lejos de todo, circunvalando la ciudad. Son ambientes sin ambiente, salas-dormitorio y calles angostas, pocas micros y aún hay poblaciones donde el agua corriente no llega.

Chile no es un país que haya solucionado ni la educación ni el trabajo. Los adolescentes hacen nata en las poblaciones, fumando, aspirando neoprén sentados en las esquinas de la “pobla”.

No quiero ser amable ni simpática. Los niños de Chile –como dicen los políticos– piden más atención, menos Senames, y nada de llenarse la boca y los ojos con la voluntad del sueño: nuestros niños no reciben educación suficiente ni cuando van al colegio.

Por lo demás, hasta los adultos son muy ignorantes. Ese aviso publicitario que dice “¿Un asaíto?” demuestra donde están los intereses del chileno: detesta los libros, al cine no va, es carísimo y queda lejos, la TV los salva, ¡pero cómo! Telenovelas a centavo la lágrima, avisos para viajar a la pura deuda y los adolescentes “nini” beben como cosacos esperando sin esperanza. En todas partes les venden alcohol, falta una multa severa por el daño que hacen estos proveedores crueles.

Y vuelvo, para terminar, a las salas cuna. Aún la madre más atolondrada es superior a un lugar ajeno donde los virus arrasan. Un niño que crece junto a su madre tiene muchas ventajas: será más provechoso y saludable. Pero si las madres tienen que trabajar fuera, si los padres exigen que ella salga a ganarse unos pesos, si no hay abuela ni tía, adiós pampa mía. Seguiremos con esquinas llenas de adolescentes frustrados, de madres que afanan 15 o 18 horas, y los niños, ya grandes, acusarán la diferencia.

Y es que los hijos que tuvieron madre al pie (como los terneros), las que resistieron la estrechez económica y –muchas veces– las ganas de libertad, son más alegres y despiertos. Esas madres a domicilio supieron por instinto que cuidar a un hijo muy pequeño no se delega sin riesgo para su futuro.

Escritora y periodista

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El Periodista