Antonio Leal: Chile, una democracia débil

La última Encuesta del Barómetro Latinoamericano, que consulta anualmente a 18 mil personas de todos los países de América Latina, da cuenta de la insatisfacción de la ciudadanía del continente, y muy especialmente de la de Chile, con la  forma como se ejerce la democracia.

Por Antonio Leal, ex presidente de la Cámara de Diputados, director de la Escuela de Sociología y de los Postgrados de Ciencia Política U Mayor

Si bien el 73% de los chilenos señalan que la democracia es el mejor sistema de gobierno -en la medianía de la tabla respecto de otros países con índice superiores-, solo un 36% manifiesta su satisfacción con la forma que ella adquiere y, en el continente, en 16 países se expresa una evaluación de satisfacción menor del 50%.

Si consideramos la cifra de satisfacción con la democracia en nuestro país, ella es muy semejante a la de los electores que votaron en las últimas elecciones municipales y por ello podemos aventurar una primera conclusión muy compleja para las próximas elecciones presidenciales: en Chile el descontento con la democracia se expresa a través de la abstención, del rechazo al mundo político y a las instituciones que se manifiesta no votando o en otros simplemente en el desinterés por cumplir este deber/derecho ciudadano en el contexto de un voto que, por ley, es voluntario.

Los datos de la encuesta son elocuentes respecto de las razones de esta generalizada insatisfacción. Solo un 15% estima que el país está gobernado para el bienestar del pueblo y la mayoría piensa que en definitiva se gobierna para los poderosos. Los datos de hoy no se diferencian fundamentalmente de los que se entregaban en el gobierno de Piñera y, por tanto, más que una evaluación a un gobierno y a sus políticas públicas, se expresa un dato estructural : los ricos manejan la economía y el poder, hay un Estado y una política débil para contener abusos. A ello se agrega un dato que ciertamente contribuye a reforzar esta ideas: en Chile solo el 7% estima que la distribución de ingresos es justa, bajo el promedio de América Latina que es de 18%, y por ende, la mayoría de la población reprueba la excesiva concentración de la riqueza, la enorme brecha de ingresos existente entre la mayoría de los chilenos y, no solo el 0.1% más rico del país, sino también respecto de sectores medios altos que tienen elevadas remuneraciones. Por tanto, en la insatisfacción que se expresa en abstención electoral, la realidad económica de desigualdad en el país juega un rol en la pérdida de confianza de la ciudadanía hacia sus elites dirigentes, más allá, incluso, de la orientación política que estas expresen.

Junto a ello, otras causas directas del malestar y de la lejanía con la política están manifestadas en la Encuesta y son aquellas que señala la opinión pública como los problemas más graves que le  afecta: la delincuencia y la corrupción. En el tema de la delincuencia se percibe un Estado incapaz de controlar el aumento que ella ha experimentado en estos años y se amplía el rechazo ya no solo al poder ejecutivo y al parlamento si no muy sustancialmente a los tribunales de justicia y al Ministerio Público. La sensación de inseguridad es un factor subjetivo que acompaña hoy a millones de chilenos y frente a ello la evaluación de todas las autoridades es deficitaria.

Sin duda, el factor de la corrupción, del vínculo insano entre negocios y política que se han conocido en estos años en nuestro país, es lo que más debilita el prestigio de la política y la credibilidad de los políticos ante la opinión pública. Ello instala en la subjetividad de las personas que los políticos gobiernan para si mismo, que son una casta aparte, que tienen dependencia del poder empresarial y con ello se debilitan las instituciones en su conjunto y pierden credibilidad los políticos.

Esto afecta hoy en Chile y en América Latina muy transversalmente a todos los sectores políticos. Sin embargo, el costo político mayor es para la izquierda porque esta pierde una cierta superioridad moral que la acompañaba en la opinión de los ciudadanos. La corrupción destruye la fuerza de las ideas y la reemplaza por un pragmatismo sin ética, por un individualismo donde el competir por el poder es un juego en si mismo. De allí que la reticencia a votar, el desánimo frente a una corrupción que vulnera valores e ideales fuertemente penetrados por la codicia y el poder del dinero, sea también generalizada y que en Chile, como en otros países, las encuestas tengan escasa validez predictiva ya que no se sabe exactamente cuántos electores sufragarán y cual será el porcentaje real de abstención.

El desánimo y la desafección se han instalado como fenómeno más permanente en la política chilena y en una parte sustantiva de la población que estima que su propia movilidad social no depende ni de la política ni de la acción colectiva sino de sí mismo. Ello es parte de la explicación porque en Chile, en las últimas elecciones presidenciales y parlamentarias, no votó el 50% de los ciudadanos y ello expresa un debilitamiento de la legitimidad de nuestras autoridades que puede devenir en una profunda crisis política como ya ocurrió en Italia, donde la corrupción de las elites política disolvió la república y sus equilibrios surgidos después de la segunda  guerra mundial e hizo desaparecer a sus actores. La alta abstención es uno de los síntomas de una democracia débil, en crisis , capturada por las elites y penetrada por los negocios de los grandes grupos económicos y sin una real participación de la ciudadanía.

Hay algo más de fondo aún en el por que de este cuadro de insatisfacción por la democracia. Influye el que la política sea percibida como algo local y en sintonía análoga cuando el mundo, los negocios, las ideas, se mueven en sintonía digital y a nivel global. Pero además, cuando en la era digital, de internet y de las redes sociales, las personas tienen la posibilidad de transmitir y recibir, de instalar ideas, agendas, de auto convocarse, es evidente que es la propia democracia representativa, tal como se ha configurado en el Estado de Derecho en estos últimos siglos, queda estrecha a las nuevas exigencias de gestión de los acontecimientos y a los anhelos de involucramiento de la ciudadanía en las decisiones que los afectan.

Caminar hacia una democracia participativa, hacia la instalación de una nueva ética pública, hacia partidos y políticos que adquieran un compromiso de transparencia y honestidad fuerte, hacia una política con mayor densidad que se dote de ideales y valores distintivos y hacia una mayor equidad social, solo ello puede recomponer la fractura entre política y sociedad que revela la Encuesta del Barómetro Latinoamericano y que cada año muestra como se profundiza y amplía la soledad del poder y la indiferencia de los ciudadanos.

 

 

 

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El Periodista