“A la memoria de mis padres”, así está dedicada “Lo que vieron las casas victorianas”, la primera novela de Manuel Brugal Kunhardt (Editorial Cuarto Propio, 2017).
La historia, situada entre 1930 y 1970, transcurre en Puerto Plata, República Dominicana, donde el personaje Ignacio Montilla se hace adulto bajo el régimen de Rafael Leónidas Trujillo.
En estas líneas, Brugal, ingeniero civil estructural y economista, rescata la importancia de la memoria, reconoce coincidencias entre él y su protagonista y es enfático en señalar que “en los regímenes de fuerza es cuando aparecen los héroes y los mártires”.
Por Montserrat Martorell
No puedo evitar empezar preguntándote por el título de tu novela «Lo que vieron las casas victorianas». No solo es un nombre muy sugerente sino que arrastra inevitablemente al lector hacia el pasado…
En las primeras décadas del siglo pasado se comenzaron a construir casas victorianas en Puerto Plata. Una gran parte de ellas las construyó, con ornamentación caribeña, un carpintero que era un inmigrante afroantillano. Con el tiempo, se convirtieron en un símbolo de Puerto Plata, junto a sus playas y la loma Isabel de Torres. En el título del libro yo las he personalizado, al ponerlas a observar tanto la dictadura de Trujillo como la perversidad del presidente Balaguer.
Naciste en Puerto Plata, estudiaste en Puerto Rico, continuaste tu vida en Francia. Has vivido en Chile. ¿De qué manera esos territorios han ejercicio influencia en tu escritura?
A través de la memoria de mis vivencias en ellos y de las historias contadas por otros. En el caso de París hay un capítulo de la novela que se desarrolla allí. En la experiencia de Ignacio Montilla Alonso en la universidad, hay algo de mi primera experiencia universitaria en Puerto Rico. En cuanto a Chile, no se refleja en la novela, pero debo decir que aquí llegué a redactar, hace ya muchos años, las primeras páginas de la misma. Aunque en la escritura no está Chile, sí lo estuvo en mis reflexiones sobre la dictadura de Trujillo, pues no podía evitar compararla con la de Pinochet y establecer similitudes y diferencias. Y en el caso de Puerto Plata, yo fui también una casa victoriana que lo observó todo, pero que también escuchó muchas historias de esa ciudad “risueña y apacible, pero también lúcida y rebelde”.
La memoria tiene un papel fundamental en tu prosa. Jorge Luis Borges decía que la imaginación estaba hecha de convenciones de la memoria. Que si uno carecía de ella no podía imaginar. ¿Qué piensas al respecto?
Creo que sí, porque hasta los escritores más imaginativos parten de algo que vivieron, escucharon, observaron o leyeron, y todo lo que sale de esas experiencias va a la memoria. Hasta el conocimiento es un recuerdo, pues se pierde tan pronto se nos va la memoria. Refiriéndose a mi novela, un crítico dominicano dijo que, por el largo período de memoria que reflejaba el autor, era muy difícil que un escritor joven escribiera un libro como ese.
Da la sensación de que estamos frente a una narración ante todo honesta. Uno mira las imágenes, las escenas, como si pudiera estar allí, observando por el ojo de una cerradura. ¿Por qué lo planteaste de esa forma?
No tenía otra manera de plantearlo si quería reflejar el ambiente y la época en que vivían los personajes. Mucha gente me ha dicho que la ambientación ha sido uno de los logros de la novela. Chilenos que la han leído han quedado encantados con esa Puerto Plata tranquila y pequeña que describe el libro. Se han quedado con ganas de conocerla.
Los diálogos son un recurso permanente a lo largo de la historia, ¿te sientes cómodo construyéndolos?
Me siento muy cómodo con los diálogos y me salen naturales. Los uso mucho porque son una buena herramienta para ir construyendo los personajes y para reflejar pensamientos, contradicciones y hasta la cultura de la época.
¿Cuánto de Ignacio Montilla Alonso hay en Manuel Brugal?
Yo pude haber tenido algo de él, quizás no toda su valentía, si me hubiese hecho adulto, al igual que él, bajo la dictadura de Trujillo. Cuando lo ajusticiaron yo tenía catorce años y cinco meses y ya formaba parte de una organización estudiantil clandestina antitrujillista. Si la dictadura hubiera durado un tiempo más, es muy probable que yo hubiera terminado preso, iniciando así un camino de resistencia a las agresiones del poder, tal como le ocurrió al personaje.
Para finalizar, ¿por qué uno hoy, en dos mil diecisiete, no puede dejar de leer una novela ambientada entre los años treinta y setenta?
Porque es muy entretenida, porque se aprende mucho sobre ese período de la historia dominicana y porque su tema es universal, ya que trata sobre el conflicto entre la dignidad y el poder, un tema que es permanente, pero que adquiere mayor relevancia en los regímenes de fuerza. Es en ellos donde aparecen los héroes y los mártires que se ven en la novela, no en las democracias.