Por qué la empobrecida Cuba enfrenta mejor los huracanes que el poderoso EEUU
¿Han respondido igual cubanos y estadounidenses ante la tormentosa furia de Irma? Evidentemente no. Y lo notable es que los primeros han generado un sistema de defensa civil mucho más eficaz que los segundos, a pesar de la abismal diferencia presupuestaria que existe entre ambas naciones.
Por Francisco Herranz
El huracán Irma ha dejado un rastro de destrucción y muerte por el Caribe y el Golfo de México. Su diámetro era tan excepcional que tenía el tamaño de toda Alemania: unos 330.000 kilómetros cuadrados. Tras empezar las arduas tareas de reconstrucción, que en algunas áreas de la región tomarán años, ha llegado el momento de recapacitar sobre cómo se han enfrentado diferentes países al mismo fenómeno meteorológico devastador.
¿Han respondido igual cubanos y estadounidenses ante la tormentosa furia de Irma? Evidentemente no. Y lo notable es que los primeros han generado un sistema de defensa civil mucho más eficaz que los segundos, a pesar de la abismal diferencia presupuestaria que existe entre ambas naciones.
Nada mejor que tirar de las estadísticas para confirmar estos comentarios. Los datos comparativos son muy elocuentes. Sólo el año pasado, el huracán Matthew mató a 34 personas en EEUU y ninguna en Cuba. Lo mismo pasó con el tristemente famoso Katrina, uno de los más destructivos de la historia, que en 2005 acabó con la vida de 1.833 estadounidenses, la mayoría de ellos ahogados en Nueva Orleans. Desgraciadamente Irma dejó esta vez en Cuba diez víctimas mortales, una cifra completamente inusual.
En lo que llevamos de siglo, Cuba ha sufrido el impacto de 29 ciclones tropicales de los cuales 10 han sido tormentas tropicales y 19 huracanes, nueve de ellos de gran intensidad. Hasta esta semana, solo 54 personas habían perdido la vida en un país que cuenta con 11,5 millones de habitantes. Pero, ¿cómo es posible que una isla pequeña y pobre salve más vidas que el Estado más poderoso del mundo? Pues gracias a un sistema piramidal pero integrado en el que cada cubano sabe qué hacer y a dónde ir en caso de desastre. El método combina la solidaridad vecinal con la organización y disciplina militar.
A partir de la terrible experiencia del huracán Flora, que dejó 1.200 muertos en 1963, el Gobierno de La Habana viene realizando cada año desde 1986 un ejercicio nacional de defensa civil contra desastres naturales, previo al comienzo de la temporada de ciclones en el Atlántico, que va del 1 de junio al 30 de noviembre.
Durante el denominado Ejercicio Meteoro, que moviliza a toda la población, se activan las medidas de prevención y contención de peligros, y las maniobras de protección y evacuación de personas, bienes y recursos económicos. Se comprueban los sistemas de aviso, comunicaciones e información y, en general, se comprueba cada eslabón de la estructura con el nivel estatal. Se actualizan los sistemas sanitarios y se racionalizan los recursos, como el agua, la energía y la comida. Se organizan las labores de prevención directa, como la poda de árboles que pudieran ser peligrosos durante el paso del huracán, la limpieza y desbroce de cuevas, la protección de las cosechas. Posteriormente, se evalúan las consecuencias y se asiste a los más damnificados. En consecuencia, se ejecuta un protocolo integral muy exhaustivo.
En Cuba hay un verdadero poder de movilización de la estructura social y política, y los cubanos responden bien a ese sistema. En otros países afectados regularmente por los ciclones, los habitantes pueden ser reacios a dejar sus hogares, sobre todo por temor a los robos, pero allí la gente lo hace porque confía en el sistema. Además, los cubanos, sobre todo los de las provincias, son solidarios y mantienen estrechos lazos con sus vecinos.
«Cuba dispone de protocolos excepcionales, tanto en la preparación como en la implementación. Es una gestión muy organizada, y todas las medidas que se adoptan tienen como prioridad salvar vidas humanas». Esa es la opinión de la directora en Cuba del Programa Mundial de Alimentos (PMA), Laura Melo.
Hasta algunos militares estadounidenses estarían de acuerdo con ese análisis. «No obstante de ser un país pobre, con retos económicos de todo tipo, ellos [los cubanos] hacen un excelente trabajo en la prevención y en el enfrentamiento de los daños de los huracanes. Se podrá decir que eso sucede porque es un país comunista controlado. Pero al mismo tiempo debe reconocerse que la gente invierte una extraordinaria cantidad de tiempo preparando la prevención de daños a las propiedades y los seres humanos», reconocía el general retirado Russel Honoré, jefe del comando especial para combatir la crisis desatada por el huracán Katrina.
Todo este sistema resulta impensable de aplicar en las costas de Florida, Luisiana o Misisipí, donde prima el individualismo como forma de vida. La desconfianza vecinal y los profundos desequilibrios sociales también agravan el problema.
Y luego hay sujetos como Rush Limbaugh. Para este presentador de radio y comentarista político conservador estadounidense, las advertencias sobre el huracán y su fuerza demoledora sólo fueron los últimos ingredientes de una trama que tiene por objetivo convencer a la Humanidad de que el problema del cambio climático «es real» cuando no lo es.
La razón para magnificar las noticias sobre el ciclón, considera el locutor, es hacer creer a la población que se trata del resultado del cambio climático y que hay que combatir ese proceso global con más recursos y medios financieros. Sus palabras suenan muy familiares ya que evocan el discurso de Donald Trump al respecto de este asunto.
Pues bien, el tal Limbaugh tuvo que ser evacuado de Florida, donde vive y trabaja, hasta California. Aun así, fiel a su teoría conspiranoide, siguió desmintiendo que los huracanes sean cada vez más potentes que antes, y rechazando que el agua del mar que alimenta a los ciclones se está calentando cada vez más.
Personas como Limbaugh, que tienen más simpatizantes de los que pareciera, perjudican gravemente la efectividad de los planes de contingencia diseñados por las autoridades para estos casos extraordinarios. Muchos ciudadanos se negaban a abandonar sus hogares. Y morían. Es lamentable pero una parte de la sociedad civil estadounidense no se cree, repetimos, no se cree, el calentamiento global, aunque lo denuncien cientos de científicos y especialistas con múltiples datos y estudios. Gracias a Limbaugh y a gente como él, que aseguran que todo esto forma parte de un gran fraude para beneficiar a los grandes comercios, a los medios de comunicación y a los políticos que defienden la lucha contra la subida de las temperaturas. Y así les va. (Sputnik)
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