Un país con hidrofobia
Este país está muy reguleque. Alguien tiene que poner orden en el discurso político, en las soluciones propuestas. ¿O nadie se dan cuenta que parecemos un país de locos?
Por Marta Blanco, periodista y escritora
No hay otra explicación para la furia desatada de unos con otros, para la sed de baba colgante que algunos muestran, para las palabras que se han dicho y las que van a decirse, para las imágenes que muestra la televisión y aún los diarios, porque está visto: Chile no tiene remedio de plazo corto para la ira y la torpeza del manejo de la sociedad como una entidad de la que –lo querramos o no– somos todos responsables.
Este país se fue por el drenaje y hemos perdido la mesura. El odio, del que no hemos escapado, aunque la incrustada hipocresía (natural a estas alturas) de los compatriotas lo niegue y reniegue, ese odio que hemos visto aflorar en otras ocasiones históricas, vuelve a manifestarse: hemos visto a los hijos y a los padres agarrados del moño o haciéndose traición, marido y mujer botando el matrimonio por una opinión política, en las Cámaras los diputados y senadores se dicen zamba y canuta, los diarios y los periodistas “de opinión” sí que dan opinión. ¡Y qué escenarios se montan para las noticias! Las periodistas se visten de cóctel, ellos se ajustan y acortan las chaquetas; los peinados le ganan a las palabras, los tacos de las mujeres son apabullantes, los colores dominan la escena y toda violencia es bienvenida: asesinatos, violaciones, insultos, puñetes, balazos, muerte en cada esquina, choques y asaltos, robos. Esas son las noticias.
¿No hay un sociólogo, un psicólogo, un psiquiatra, un pastor, un rabino, un jesuita, un franciscano, un maestro o profesor, una madre o un padre que se preocupen de la calidad de la sociedad que estamos mostrando noche a noche, y dos veces al día? ¿A nadie le parece horrible este país donde los niños roban a destajo, los asaltos son a balazo limpio y los periodistas se han convertido en una mezcla de divulgadores de la violencia y/o defensores de la noticia cruda, la verdad desnuda, sin noción del límite de las imágenes, del daño de esas imágenes que tantas veces tantos profesores en la universidad han dicho que valen más que mil palabras?
Yo ya no veo noticias. No me gusta verme a mí misma reflejada aunque sea remotamente en ese país desgastado en la acusación, la delación, los montones de droga, los desaparecidos en el desierto, en los hoteles de Calama, en los barrios aledaños al centro de Santiago o en las caras destrozadas de las víctimas de la violencia y en las balaceras que cruzan las calles de las poblaciones matando niños. Quemaron a un cajero. Un guía desapareció. Simplemente se hizo humo. ¿Se encaramó al cielo como el personaje de García Márquez? Y Chile tranquilo…
¿Qué nos pasa? No es normal que se hable solamente de economía y política. Es política, y es economía y es sociedad hablar de los hijos muertos, de los hijos delincuentes, de los viejos abandonados, del odio de los hijos por los padres, de los hospitales mal atendidos, de los enfermos sin atención, de la riqueza como fin único, de la pobreza como realidad cada vez más patente, de un gobierno que prometió más de lo que podía acometer.
Se mezclan cosas que no van bien juntas. ¿Es normal que la presidenta aparezca bailando cumbia, ausente de La Moneda cuando se reciben a los camioneros o a los estudiantes o a quien sea? (Y por favor no digan más “ausente de palacio”, es una siutiquería recién inaugurada que va mal con los tiempos que corren, es La Moneda, como siempre fue.)
Este país enrabiado y más pobre que antes, con problemas graves y con ministros que se confiesan con desparpajo es contradictorio. ¿Se equivocó el ministro? ¿Y la Presidenta lo dejó hacer? Se ha de mandar solo, entonces. Es raro, ¿no?
Este país está muy reguleque. Alguien tiene que poner orden en el discurso político, en las soluciones propuestas. ¿O nadie se dan cuenta que parecemos un país de locos?
LIMPIO Y BRILLANTE COMENTARIO DE LA PERIODISTA M. BLANCO, ME SIENTO IDENTIFICADA TOTALMENTE. CUANDO CAMBIARA ESTO.
ES OBVIO QUE NO PUEDE ADMITIRSE la existencia de una verdadera democracia sin límites ni valores.
Pues bien, la realidad circundante hace evidente que, en los últimos años, en nuestra vida política se detecta un importante déficit de vergüenza (en muchos de los denominados “políticos”, y como en multitud de los ciudadanos que no se avergüenzan de que aquéllos no se avergüencen de multitud de sus acciones.
Y recuérdese que sin vergüenza no hay virtud política ni democracia.
Y es evidente también que, no solo existe un déficit de vergüenza, sino que, además, llegan a producirse verdaderas exaltaciones de la desvergüenza.
EN NUESTRO PAÍS LA DESVERGÜENZA es muy notable y en consecuencia la democracia es una ilusión óptica.
Así que, por ejemplo, quienes efectúan políticas económicas que generan mayores desigualdades sociales y cargan las consecuencias de una estafa mal llamada crisis en quienes la sufren y no en quienes la causaron, etc., es no tener vergüenza.
Que se presenten, además, como los protectores de los más débiles, es aún peor.
Culpar a la víctima e IR CAMBIANDO LA VERSIÓN oficial, es otra. Ser corrupto, otra; y además delito. Negarlo, más. Poner excusas absurdas, aún más.
Decir por parte de quien dirige un partido o un gobierno que no se entera de la corrupción de sus más estrechos colaboradores es otra desvergüenza por increíble; aquí con el agravante de declararse unos incompetentes (por no enterarse) y unos tontos (por creer que los demás lo somos y les vamos a creer), ejemplo–“me entere por la prensa…”
Vemos que no abunda el sentido de la vergüenza y, por ende, pensémoslo dos veces antes de llenarnos la boca con la palabra democracia, al menos en tanto la situación no varíe.
Y en todo caso vendrán unas elecciones y en nuestra mano está expulsar a estos sinvergüenzas!