La conservación (y la tesis del electro plano)
Los conservadores quieren la vida en estado vegetal de la sociedad: que la sociedad no aborte, pero que tampoco sea precisamente espíritu vital lo que la anime.
Por Alberto Mayol, sociólogo y académico de la Universidad de Santiago
Una de las novedades que irónicamente ha mostrado la Modernidad, la era más transformadora de la historia, es la gran capacidad de rearticulación y potenciamiento de los conservadores.
Después de la Revolución Francesa ellos volvieron con fuerza y, sin necesidad de doctrina alguna, proliferaron por doquier en los nacientes sistemas políticos basados en la idea de cambio social. Y aunque estaban contra el cambio, lograron existir en plena época de grandes transformaciones.
¿Qué explica la adaptación de quienes no se adaptan? La respuesta es simple. La estrategia conservadora, exitosa, es la que proviene de grupos de poder, cuya capacidad hegemónica permea la sociedad. Más interesante, de todos modos, son sus apariciones tácticas, que se aprovechan de la ventaja estratégica inicial de estar en posición dominante.
Es así como tácticamente al conservador le convienen varios escenarios muy diferentes entre sí:
-Le conviene la total legitimidad del orden.
-Le conviene la legitimidad de las leyes, aunque no sea de grupos.
-Le conviene la irrupción de grupos disidentes sin líderes claros.
-Le conviene la aparición de disidentes sin orgánica.
-Le conviene el miedo o el placer de los ciudadanos.
-Le conviene la ilegitimidad de todo el sistema.
De todo el listado, la mayor parte son observaciones fáciles de comprender. La más difícil es la última. ¿Por qué habría de convenirle a nuestro conservador tipo que no haya legitimidad en ningún sitio
Antes de resolver el acertijo, digamos que este escenario conecta con los avatares del gobierno, el cambio de gabinete, la situación de Rodrigo Peñailillo y de Alberto Arenas. Y probablemente con los ataques que vendrán.
La ausencia de legitimidad es también la ausencia de esperanza y utopías políticas. Si nadie puede capitalizar una crisis de legitimidad masiva, que en principio parece favorecer a los disidentes, la esperanza terminará por mermar y los ciudadanos comprenderán que la utopía y una sociedad mejor eran un simple sueño, una fantasía. En ese instante, en forma de llamado a la realidad, el conservador señala que su oferta es simple: tranquilidad, estabilidad, ausencia de crispaciones, certezas tristes pero absolutas, en fin. He ahí la oferta del pacto conservador: la sociedad puede vivir con un electroencefalograma plano pues los signos vitales pueden seguir operando.
El conservador apostará, cuando pierde legitimidad, a la tesis de la ilegitimidad total. Su formulación es simple: “¿Ha descubierto usted que soy un miserable? Le mostraré a mi alrededor que todos somos miserables. Yo solo tengo una ventaja: de mí usted lo sospechaba”.
La maniobra conservadora comenzó denostando a los estudiantes en general desde 2011, acusando de ser ‘demasiado políticos’ a los líderes de dicho movimiento que transitaron al Congreso, continuó atribuyéndole poder a grupos marginales pro-reformas, luego se acusó a candidatos disidentes de casos menores. Cuando ya ganó la Nueva Mayoría, los conservadores (¡sobre todo de la Nueva Mayoría!) encontraron un nuevo nombre por demoler. Irónicamente era el de Michelle Bachelet, transformada de pronto en un nuevo objetivo para evitar que hiciera realizaciones históricas que prometió la primera vez y no se cumplieron: se diseñó entonces una fórmula para quitarle peso a su grupo y desestabilizarla.
Muchos de quienes desestabilizaron al gobierno pertenecen a su coalición. Su acción fue tan brillante como miserable: usaron a Bachelet para ganar y luego pensaron cómo convertir el proyecto de la Nueva Mayoría en una mera figura espectral. En ese marco aparece la presión para sacar a Peñailillo. Y ahora el grupo conservador irá por más, por acabar con cada uno de los nombres que pueda sacar partido de la crisis de legitimidad. Pero para que esa estrategia funcione, se requiere que el grupo esté unido en la gloria y en la muerte.
Habrá que decir que tienen algún mérito: avanzan sin transar, no tienen miedo, van por todo, luchan unidos, confían en sus aliados. Los conservadores son más izquierdistas en la política de lo que parecen, solo que hacen un uso consciente de la política y los intereses en razón de su propia conquista final: la nada, la ausencia de esperanza, el fin de la utopía.
La apuesta por el territorio yermo es siempre dudosa: en cualquier momento puede aparecer un líder en medio de la nada. Le llaman populismo y es visto como una mala noticia. La verdad es que en el escenario planteado, casi que es la única solución. Pero los conservadores quieren la vida en estado vegetal de la sociedad: que la sociedad no aborte, pero que tampoco sea precisamente espíritu vital lo que la anime.
Qué pena saber que lo que tanto esperamos se concretara con la presidenta Bachelet queda en sueños solo porque estuvo dispuesta a ser diferente a la clase política. Qué rabia haber perdido la inocencia..
Pero aún podríamos hacer algo??