Un terremoto demasiado esperado
Señores expertos en lavas ardientes, placas que se mueven y levantan el territorio, mares desbandados, terremotos: Dejen que estos se anuncien solos.
Por Marta Blanco
Y llegó. Vino a quebrar esquemas mucho más que a segar vidas. Rompió caminos, casas en la alta cordillera, se derrumbaron algunas torres de iglesias, mantuvo a la población en vilo, asustada y, a la vez, serena. Y no fue el esperado, dicen. Vendrá uno mayor, más destructivo y asesino. Esperábamos un tsunami (yo les llamo maremotos, ¿será lo mismo?), y se nos vino encima una masa de agua no tan enorme como la esperada. Un terremoto subliminal, un tsunami que entró en la máxima expresión de su fuerza doscientos metros tierra adentro. En fin, un miedo saciado, un temblor que hizo noticia y sigue haciendo noticia, pero –cosa curiosa– las noticias son más bien especulaciones. Se conmovió el país, por cierto. Este país se conmueve con facilidad y le dura poco. Al decir país digo la gente que lo habita. Que yo sepa, ni el desierto ni los árboles se conmueven. Los chilenos, cuando asustados, angustiados, son muy expresivos y pierden la medida de la realidad.
La señora presidente llegó a Arica y alojó allá. Bien por ella. En las primeras horas, esperó y recibió las noticias de lo ocurrido en La Moneda, y los ministros del Interior y Defensa llegaron a la ONEMI y tomaron las medidas indispensables. En cinco horas ya estaba firmado el decreto para que las Fuerzas Armadas protegieran a la población y sus bienes de los desmanes de una población desbocada, recordando lo que ocurrió en 2010 en Concepción, donde saquearon supermercados, tiendas de un cuanto hay y quebraron vidrios, destrozaron bienes públicos y robaron mucha electrónica, porque el chileno tiene los dedos largos y la moral corta. El sentido de propiedad, de daño a lo ajeno, le es ajeno. Y en la debacle de un terremoto se pierde la medida de lo humano. En esta oportunidad, se evitaron desmanes.
Los habitantes de Arica, Iquique, Antofagasta y la zona costera de Atacama, acataron la orden de subir a la altura, dejar sus casas, sus cosas, dormir a la intemperie, acarrear agua, frazadas, trepar acelerados las calles cerro arriba. Me pregunto, no sé la respuesta, qué ocurrió con los inválidos, los ancianos postrados, los enfermos. Si no se puede subir en auto, ¿cómo se traslada a seres inmóviles, acaso no conscientes, viejitos debilitados y paralíticos? Vi a algunos llevados en sillas o camillas. No parece lo más adecuado. Al menos, la población tomó decisiones, no esperó ni sirenas, ni pitos, ni instrucciones. Y no puede haber mayor anuncio de precaución que el mismo terremoto. La población debe tomar decisiones por sí misma. Por lo demás, las sirenas de Arica fueron más mitológicas que las de Ulises…lo que prueba cuan surrealista es este país que toma por real lo que no existe, espera el fin de mundo como un milenarista y, aún así, elige actuar, no se queda cual moai plantado en el sitio donde está en el momento de los quiubos.
Yo espero que Nazca no se siga moviendo. Que los geólogos y sismólogos no se encuentren de pronto frente a todos los micrófonos del país diciéndole a la población que muy luego no les extrañaría que viniera otro terremoto mayor. La firme: los periodistas los estimulan, los incitan de manera un poco sádica a meterle pánico a una población en shock, llena de problemas de subsistencia y de miedo por quedar sin casa, sin bienes, sin parientes que podrían morir…
Creo firmemente que es mejor una novena que una novela en estos casos, y que la expansión verbal –investigativa e hipotética–, debería ceder frente a la conmiseración por el estado mental de los chilenos. Todos somos responsables de todos y encontrarse frente a un micrófono porque sabemos más no nos autoriza a dejar la debacle y hacer llorar a miles de ciudadanos o matarlos de infarto.
El mundo científico endurece a los científicos y valga la redundancia. La posibilidad de una catástrofe que termine con todos los chilenos flotando en el Pacífico no los amilana en sus sueños verbales. Sería más prudente que por unos días los sismólogos entraran en reposo oral, que entregaran sus conclusiones terroríficas y teóricas al gobierno y (si fuera menester) anunciaran el fin del mundo chilensis a unos pocos señores (y señoras), quienes fueran desgranando certezas –y no delirios– ante una atemorizada y desorientada población. ¿O los sismólogos y científicos han olvidado que los chilenos no tienen mucha capacidad de comprensión, que no leen (esto no atañe a los niños, ellos lo heredan), y que el pánico ya está satisfecho por los vampiros, los ratones de cola larga, el cigarrillo, el cogoteo, el asesinato de mujeres que no aman a sus maridos y la tarjeta de crédito que los tiene a medio morir saltando?
Señores expertos en lavas ardientes, placas que se mueven y levantan el territorio, mares desbandados, terremotos: Dejen que estos se anuncien solos. Y, por último, déjenos morir en ignorancia de tan triste exterminio.
¡Piedad para el que sufre, vulcanólogos de Chile!