¿Ser ricos o ser buenos?

marta-blancoNo hay responsables políticos sino morales. No tenemos capacidad para ver detrás del espeso velo lo que nos ocultan por años y años. Muchos no sabían de los desaparecidos, de los degollados, de los campamentos indescriptibles, de la miseria extrema en que logran sobrevivir miles y miles de chilenos. Quien diga lo contrario se engaña.

Escribe Marta Blanco, escritora

No deberían ser términos contrapuestos ni materia de reflexión o debate. De esto último no hay riesgo: en Chile no se debate. Cada quien cree ser el Rey del Pescado Frito, de Timbuctú o de la Verdad Absoluta con mayúsculas.

Esta semana nos enfrentamos al problema Sename: niños abandonados “de mentira”. Se le dijo al país que el Sename era lo mejor, se gastó una parte importante de los dineros del Estado para protegerlos, darles salud y decencia. También, enseñanza escolar. Y se armó un tablado flamenco para disponer casas de acogida en muchas regiones. Se ha descubierto que los críos están abandonados a su suerte perra, a una vida de humillaciones y a un desfalco. Porque es un desfalco quitarle los sueños, la libertad, encerrarlos, permitir abusos sexuales, dejarlos encerrados sin comida suficiente ni apropiada y –presumo– sin nadie que viera, oyera, entendiera lo que sucedía ahí adentro. Sin directiva ni profesores. ¿Qué es el Sename?

Y lo repito: ¿Qué es el Sename? ¿Un engaño? ¿Una estafa? ¿Un medio para acallar a la sociedad que intenta solucionar sus problemas con seriedad y justicia?

¿Quién toma estas determinaciones? Creo saberlo: aquellos que al leer, no comprenden el sentido de las palabras, todos los que han recibido la peor educación de Chile, gente que logra puestos de responsabilidad, poder, y se aferra a ese trabajo y se despreocupa de los seres humanos que ha recibido en custodia y presumo que informa y miente y engaña a sus superiores. Si es que los tiene…

Nadie me dará una explicación. Ya sabemos que no hay explicación para la colusión de las farmacias, para las tomas de liceos y escuelas, para las larguísimas colas en los hospitales, para el Transantiago, para los sueldos gigantescos de algunos y los miserables de otros. Cierto que hay quienes pueden o podrían ganar muchísimo dinero en trabajos honrados. Pero no es ya tan simple el asunto: la diferencia entre el sueldo o ganancia máximos y los sueldos precarios de tantos que conforman esta sociedad no parece asunto del azar. Más bien parece la decisión clandestina o farisea de algunos que han montado la organización de nuestros desórdenes con el fin de ganar a costa de una parte mayor de la población de Chile.

No hay responsables políticos sino morales. No tenemos capacidad para ver detrás del espeso velo lo que nos ocultan por años y años. Muchos no sabían de los desaparecidos, de los degollados, de los campamentos indescriptibles, de la miseria extrema en que logran sobrevivir miles y miles de chilenos. Quien diga lo contrario se engaña. No ha sido este país un lugar perverso, nos decíamos. Pero la suma interminable de errores, mentiras, palabras, discursos, ¡Dios mío,  la cantidad de discursos!, termina por horadar el más duro de los muros. Chile ha desarrollado una capacidad de ocultamiento de la verdad oprobiosa.

Este país tiene una falla estructural, un quiebre, una mirada severa y otra mirada ciega, un contentamiento consigo mismo que ya va siendo repulsivo.

¡Hasta cuando con los tigres de la Patagonia! Lauchas estamos siendo. Bichos. Kafka es insuficiente para describir la sensación de cucaracha –y creo que hay muchos en igual situación– con que nos miramos al vernos día a día atrapados en noticias espeluznantes sobre el resultado de lo que tantos llaman “tarea país”.

Una y otra vez se inundan las calles, se quedan al frío los enfermos en colas que se cierran antes siquiera de darles un número, dan a luz mujeres en tinas, taxis, escusados y se mueren en las calles los vagabundos. Ni siquiera nos atrevemos a llamarlos así. Son “gente en situación de calle”. ¿Es esto inocencia, maldad o simple estulticia? Las palabras no tuercen la verdad. O la realidad.

No me hablen por un rato de la macroeconomía. No se tapen los ojos con arena. Al menos, no traten de tapármelos a mí.

¡Pero si vemos en días de lluvia cómo se salen las aguas servidas adentro de las casas! ¡Cómo asesinan a las mujeres y a los hijos unos borrachos ignorantes con aspecto de delincuentes mayores!

Y no basta con el retail, tan siúticos que nos pusimos. ¿Hemos de creer que por un par de jeans chinos la gente endeudada se sentirá feliz?

¿Y qué es esto de la felicidad?

Algunos están siendo engañados, otros se hacen los lesos. Muchos, capaz que se crean el cuento de nuestro maravilloso progreso.

Pero en Chile hay una pobreza indignante y humillante. Una riqueza ofensiva en su distribución. Somos ricos y pobres, ignorantes y enfermos, viejos y jóvenes. Hacemos explanadas estéticas mientras la gente se muere o se pudre.

No estamos bien. Nada de bien. Que Dios se apiade de nosotros, porque nosotros no nos hemos apiadado de los desamparados.

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El Periodista