Un recorrido por la cocina de la escritura de Roberto Bolaño
Una crónica de la visita a la muestra inaugurada por la mujer del escritor, Carolina López. Una oportunidad imperdible para ver textos inéditos, fotografías, cuadernos de notas y otros materiales de su laboratorio literario.
Por Fernado Pittaro*
En mi cocina literaria ideal vive un guerrero, al que algunas voces (voces sin cuerpo ni sombra) llaman escritor. Este guerrero está siempre luchando. Sabe que al final, haga lo que haga, será derrotado. Sin embargo recorre la cocina literaria, que es de cemento, y se enfrenta a su oponente sin dar ni pedir cuartel».
Eso pensaba Roberto Bolaño de la literatura. Ahora, esa cocina literaria, ese laboratorio de ideas donde el guerrero luchaba con las palabras, ya no es más un secreto de los cajones y las bibliotecas privadas del creador.
A partir del 5 de marzo y hasta el 30 de junio, en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), se exhibe por primera vez el archivo personal que el escritor chileno atesoró entre 1977 y 2003.
Este cronista ecorrió la muestra y pudo observar la variedad y la calidad del material expuesto, ente los que se destacan 230 originales, un centenar de fotografías, varios extractos de libros inéditos, ocho audiovisuales y un archivo digital con casi todas las entrevistas de las 167 que le hicieron y que él conservaba.
En la presentación oficial de la muestra, Carolina López, viuda del escritor y heredera de los derechos intelectuales junto a sus hijos Lautaro y Alexandra, prefirió no dar muchos detalles sobre la obra inédita encontrada y adelantó que «no hay prioridad de publicación inmediata».
El exhaustivo trabajo de ordenar y clasificar los más de 15 mil documentos almacenados en prolijas carpetas fue un reflejo de la monumental capacidad creativa del autor de Los detectives salvajes. Y lo expuesto en la muestra es una selección, apenas una quinta parte de todo lo catalogado.
«Queda mucho trabajo por hacer, esto recién es la punta del iceberg, todavía no se ha realizado una ordenación de su poesía inédita, de las fotos familiares, de sus cintas y CD de música, ni tampoco el análisis detallado de la correspondencia y la valoración profunda de los textos inéditos», reconoce Carolina López y advierte que «de las 14.374 páginas que componen el apartado de originales, las inéditas incluyen 26 cuentos, cuatro novelas, poesías, borradores, cartas y escritos de vida. Por otra parte, en formato electrónico, de un total de 24 mil páginas, los inéditos representan unas 300 páginas: 200 de narrativa y 100 de poesía».
A modo de homenaje (el 15 de julio se cumplen diez años de su muerte), el recorrido por la muestra persigue una finalidad lúdica, el visitante se transforma en un detective que irá descifrando las claves de la obra que Bolaño ya publicó y de aquella que aún se mantiene en secreto.
Como esa hoja amarillenta, fechada en 1978, donde se lee: «Cada día menos jóvenes, la fortuna con unos, la pobreza con otros: escribo versos, sueño con una novela…».
O ese cuaderno que llena con letra redondeada y tinta azul: «Comprométete, Roberto, con tu pobreza de espanto y con la pobreza de espanto que solidariamente te rodea. Estás en la parte más blanca de la ola… Comprométete, Roberto, a mirar».
O esa joya literaria que uno ya intuye con sólo husmear alguna de sus líneas que se observan detrás de una vitrina. Es el manuscrito original, en tres cuadernos, de la novela aún inédita El espíritu de la ciencia ficción, escrita en 1984 en una libreta con espirales de tapa naranja, y dedicada a Philip K. Dick.
Y hay más novelas secretas que esperan ver la luz. Diorama, D.F. La Paloma. Tobruk, y El espectro de Rudolf Amand Philippi. Y también hay indicios de los relatos que fueron rescatados de la computadora personal del escritor y que algún día llegarán a manos de los lectores, entre muchos otros, se destacan Sepulcros de vaqueros, Vuelve el man a Venezuela, Dos señores de Chile, y Comedia del horror de Francia.
Al final de la rueda de prensa, Carolina López agradece y toma aire. Mira a sus dos hijos, en primera fila, y les suelta una mirada cómplice.
«Así era Roberto, un hombre que lo guardaba todo. Encontré hasta un poema escrito en una servilleta de un bar de México, eso tiene que haber sido 1975», recuerda.
*Tiempo Argentino