La burbuja universitaria española

Ahora bien, la loable pesquisa de un proyecto educativo de prestigio, por parte de los estudiantes chilenos, y la acérrima crítica británica, ante las eventuales medidas inflacionistas de las tasas de matriculación y demás servicios, de la Universidad británica, contrasta con la desidia con la que el estudiante universitario español vive su carrera universitaria

Escribe Oriol Alonso Cano, profesor de Filosofía en la Universidad Oberta de Catalunya e investigador de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona.

A mediados del mes de marzo del año pasado, un ingente número de estudiantes británicos alzaron sus voces –y cuerpos- en contra de las reformas políticas del gobierno de Cameron, que apuntaban a un incremento sustancial del precio de las matriculaciones, así como un recorte de los derechos estudiantiles, en el momento de hacer frente a la elección de carreras, Universidades y demás vicisitudes universitarias.

A su vez, la población universitaria chilena salió a las calles para reivindicar una educación de mayor calidad. Según las consideraciones de los estudiantes, su educación universitaria se hallaba, por un lado, en manos de unos sujetos que, cuanto menos, eran calificados de mediocres intelectuales, y, por el otro, inmerso en un inquietante proceso de privatización, que limitaba la libertad de movimiento de los alumnos.

Ahora bien, la loable pesquisa de un proyecto educativo de prestigio, por parte de los estudiantes chilenos, y la acérrima crítica británica, ante las eventuales medidas inflacionistas de las tasas de matriculación y demás servicios, de la Universidad británica, contrasta con la desidia con la que el estudiante universitario español vive su carrera universitaria. Si dirigimos una mirada panorámica sobre el terreno universitario de las diferentes universidades españolas, se apreciará una apacible vida del alumnado, lo cual no deja de ser preocupante.

Históricamente, las facultades universitarias se han erigido en el caldo de cultivo de diferentes movimientos, que tenían como finalidad someter a una crítica radical su actual sistema ideológico-político-económico. Dicho en otros términos, la Universidad se erigió en uno de los hontanares más relevantes para la irrupción del pensamiento crítico en el sujeto.

Sin embargo, y contrariando esta ‘misión histórica’, en términos de Ortega, la Universidad actual ha perdido ese prurito revolucionario –o reformista-, y ha pasado a ser uno de los aparatos más eficaces para vehicular los intereses imperantes del sistema capitalista. Un ejemplo diáfano de este fenómeno puede apreciarse en los actuales planes docentes (es decir, los marcos generales que marcan los contenidos temáticos que deben impartirse en cualesquier asignatura), cuya finalidad no es otra que evaluar la capacidad del sujeto de memorizar datos, así como de su competencia social para hacer trabajos en grupos, exámenes on-line, y demás vicisitudes que convierten la asignatura en un mero trámite burocrático, y no en una oportunidad de aprendizaje y formación.

Pero, más allá de la estructura de los contenidos de las asignaturas, que revelan la necesidad de generar sujetos carentes de pensamiento crítico, puede tipificarse uno de los acontecimientos más espeluznantes de los últimos tiempos. Tenemos más universidades que nunca (en España hay un total de setenta y cinco) y, por consiguiente, más licenciados, graduados, diplomados y doctores, que en cualesquier época histórica pretérita. Expresado en otros términos, se ha incrementado ingentemente –hasta alcanzar cotas desproporcionadas- el número de personas que tienen la ‘capacidad’ de poder llevar a cabo una profesión, que se encuentra estrechamente vinculada con su titulación. El problema estriba en que el crecimiento del ‘mercado laboral’, para este ingente número de titulados, no aumenta con la misma celeridad. Es decir, el contexto laboral es incapaz de absorber el creciente número de titulados que se generan cada año en las diversas universidades estatales. Pongamos un ejemplo: En Cataluña existen doce universidades, las cuales ofrecen, la mayoría de ellas, la titulación de Psicología. En cada promoción se gradúan, y licencian, en torno a setenta personas por universidad. Por consiguiente, estamos hablando que una comunidad autónoma genera aproximadamente setecientos licenciados en Psicología al año. ¿Alguien puede explicar como se pueden generar setecientos puestos de trabajo vinculados al mundo de la Psicología, año tras año?

La Universidad española –y europea- se ha convertido en un gran negocio (cada vez son más patentes las campañas publicitarias de las diversas universidades europeas, sean públicas o privadas), en el que deben tener cada año un número determinado de matriculados para, de esta forma, poder garantizar su continuidad (a base de subvenciones, contrataciones…). Necesitan tener alumnos para asegurar su pervivencia. Sin embargo, dicha existencia se forja a costa de la ilusión de miles de alumnos que piensan que, para tener un determinado reconocimiento social y laboral, urgen de una titulación universitaria. Su existencia se funda en la frustración de miles de titulados que, al finalizar los años de enseñanza muerta, ven que esa acumulación de datos va a ser insignificante, en el momento de intentar incorporarse en el mundo laboral.

El negocio de la universidad actual mata a sujetos, al cortar las alas del pensamiento crítico y al frustrarlo posteriormente a iniciar una búsqueda sin fin de un puesto de trabajo. Por ello, la Universidad española se yergue en uno de los mecanismos más potentes del sistema represivo y manipulador del capitalismo contemporáneo.

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El Periodista