Matrimonio Balmes-Barrios: Amor entre telas y colores

Más de ochenta años de vida tienen los pintores José Balmes y Gracia Barrios, 60 de ellos como matrimonio. El Periodista, ahora que ella obtuvo el merecido Premio nacional de Artes, reproduce una nota que revisa la trayectoria y las contribuciones al arte nacional de esta chispeante pareja de artistas.

Cuesta que la pareja más legendaria y con más trayectoria de las artes plásticas nacionales se ponga de acuerdo en algo. Es natural, porque don José Balmes y doña Gracia Barrios son el complemento disidente el uno del otro.

En esa tensión permanente entre dos personas pensantes hay armonía, una armonía fina que se resquebraja tenuemente con el cruce de palabras. Si Balmes dice Picasso, Barrios dice Goya. Si Balmes dice que la mejor etapa de su vida es ahora, Barrios dice ya pasó. Pero después ambos se miran y dicen que lo más doloroso fue el exilio en Francia. Claramente, su relación está marcada a fuego por los vaivenes de la historia del siglo XX. De ahí la revolución y la reconciliación permanente en sus vertiginosos diálogos.

Recuerdos hay tantos como trayectoria. Se conocieron el año 43 a los 17 cuando ambos estaban en la Universidad de Chile como alumnos libres tomando un curso de croquis. Eran otros tiempos, otros sistemas. Un alumno de colegio podía ir al conservatorio o a la escuela de Bellas Artes en la tarde y tomar cursos con gente que trabajaba sin tener que pagar un peso. Balmes era un adelantado, eso sí. Antes de que llegara en el Winnipeg de Pablo Neruda escapando de la España franquista el 39, el pequeño José ya pintaba regularmente en su pueblo en las afueras de Barcelona y, una vez en Chile, entraría de inmediato como alumno libre a la universidad a la tierna edad de 12 años.

El caso de doña Gracia también se sale de la norma. A pesar de que las mujeres no tenían todavía derecho a voto en Chile, el área de las Bellas Artes y la música era bastante igualitaria. “Éramos muchas mujeres de todos los sectores sociales las que tomábamos cursos y nos relacionábamos con los hombres de igual a igual”, dice. “Imagínate que dibujábamos hombres enteramente desnudos sin ningún problema”. “Chile era bien curioso en ese sentido”, complementa don José. “Estuve en muchos lados, la Universidad de París por ejemplo, y las mujeres no llegaban ni a un cuarto del total”.

La escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile estaba en la parte de atrás del museo del Parque Forestal: a un lado la exposición y al otro lado la enseñanza. El entorno académico y estético del barrio tenía onda. Los alumnos estudiaban en el parque y si querían irse de juerga, estaba La Chimba cruzando el río. Algunos tomaban pastillas raras para pasar la noche en vela metidos en sus materias, mientras Jorge Edwards se iba a pasear a la facultad con sus gigantescos libros de la escuela de leyes.

Y también estaba Lihn.

Enrique Lihn, el poeta-escritor, pintaba y era amigo de Balmes por cursos en común que tenían en la universidad. A Lihn le gustaba la oscuridad bohemia de Lautrec, a Balmes el color corrosivo de Van Gogh. Paralelamente, Gracia Barrios también frecuentaba a Lihn, quien la había invitado a una exposición suya junto a su actual marido en una galería cercana a Plaza Brasil. “Yo a Balmes no lo conocía, pero lo tenía identificado como el imitador de Van Gogh, que a mí me encantaba. El día de la inauguración, él no estaba porque justo estaba dando exámenes en su colegio. Cuando Enrique finalmente nos presentó, empezamos a hablar de Van Gogh y de inmediato salieron a flote más puntos de encuentro entre los dos”.

Se dieron cuenta de que ambos estaban en la misma clase libre de croquis y Balmes siguió astutamente el contacto con Barrios pidiéndole tinta china prestada para dibujar. “Se me acabó la tinta, me decía él y yo le decía que se sentara conmigo para que no fuera y volviera todo el rato desde su puesto. Por supuesto que a la siguiente clase Balmes tampoco traía tinta”.

“De ahí la empecé a acompañar a tomar el trolley a Monjitas con Catedral. Ella se iba para su casa cerca de la plaza Pedro de Valdivia y yo a mi barrio de Avenida Matta. Así empezó todo”.

Claro que el matrimonio tardó en concretarse. La madre de don José tenía una enfermedad al pulmón, lo que obligaba al pintor a ir a cuidarla después de clases, ya que su padre trabajaba hasta tarde. Todo lo que ella necesitaba para mejorarse era un poco de penicilina, pero cuando el medicamento finalmente llegó al país, la madre de Balmes ya había fallecido.

El padre de doña Gracia, el escritor premio nacional de literatura Eduardo Barrios, se había dado cuenta que algo había entre el pintor y su hija, e invitó al padre de Balmes a su casa a jugar dominó cuando ya estaba viudo. Se convirtieron en compadres y de ahí en adelante se hizo todo más fácil.

EL ARTE CONSOLIDADO

Se casaron el año 52, cuando ambos tenían 25 años y luego serían becados por la universidad para irse a Europa por dos años el 54. «Recorrimos Italia entera buscando obras en los lugares más remotos», recuerda don José. «Como Europa todavía estaba en recesión de posguerra, nos podíamos dar el lujo de recorrer mucho gastando muy poco. En Francia toda el arte estaba centralizada en París, así que nos quedamos ahí durante un tiempo. Cuando llegamos a Chile pagamos el dentista con los pequeños cuadros que hicimos durante ese viaje».

Al volver, hicieron clases en la facultad de Bellas Artes y siguieron su carrera plástica. El 59 formaron el grupo Signos junto a Alberto Pérez y Eduardo Martínez Bonati y el 62 ambos volvieron a Europa -ahora con su hija Concepción de 4 años- donde montaron exposiciones del grupo en España y Francia.

Los viajes abrieron la mente y despertaron aún más la conciencia de los Balmes-Barrios. Para Balmes su estadía en Barcelona tenía un significado especial, ya que era la segunda vez que visitaba su patria de nacimiento desde que la dejó a bordo del Winnipeg el 39. La primera vez había sido en una gira europea junto a su esposa y la experiencia no había sido buena.

«Estaban todos callados, todavía había mucho miedo», recuerda Balmes. «En Cataluña no se podía hablar en catalán, considerado el idioma de la República. En la segunda visita notamos un cambio que nos hizo quedarnos por un tiempo más prolongado. La gente ya hablaba más libremente, se notaba que ya había perdido el respeto, aunque el miedo seguía igual. Tuve amigos que estuvieron en la cárcel, pero eso ya era un signo de resistencia».

«Todavía no se podía hablar catalán, pero la Conchita igual fue a su primer colegio en ese idioma», agrega Barrios. «Esto no deja de ser un detalle ya que la pusimos en un colegio de curas que era el único que enseñaba el idioma en forma medio clandestina».

Conchita Balmes, la hija única del matrimonio, complementa el tridente de artistas plásticos en la familia. Ella creció en un mundo profundamente arraigado al arte y la cultura. «Yo no elegí el camino: el camino me eligió a mí», dice ella como si fuera un mantra. Y tiene razón: la hija de los Balmes ha tenido una exitosa carrera, dejando marca en exposiciones en Europa y en Chile. Su camino ahora sigue en la casa de atrás de la gran casona que los Balmes tienen cerca de Plaza Ñuñoa, barrio que poco a poco pierde su amabilidad residencial gracias al ruido de las constructoras. «Me han ofrecido comprar la casa unas cuantas veces», dice Balmes bastante serio. «Han sido tantas las negativas que ya ni vienen, se rindieron».

ARTE TIEMPO PRESENTE

«Balmes es más intelectual mientras yo soy más visceral, aunque a veces él puede ser bastante brutal».

«Gracia pone los personajes, la figura humana, mientras yo me dedico a poner el escenario, las sensaciones», aporta Balmes. «Puede sonar a caricatura, pero es más o menos así. Tenemos mundos paralelos que casi se tocan, pero no lo hacen».

A Balmes se le coloca como cercano al expresionismo abstracto. Él se autodefine como un informalista. Pero dejando a un lado las definiciones de curador, se puede afirmar que es una especie de cronista de la memoria colectiva del siglo XX. En sus trabajos siempre hay un guiño o una alusión a los hechos más dramáticos de la historia reciente de Chile y el mundo.

A Gracia Barrios la mueven eventos similares, pero es la forma la que cambia. A su trabajo se le denomina realismo informal, porque es la presencia omnipresente de la figura humana la que le da un carácter más concreto y contingente a su obra.

Aunque hicieron clases por décadas, hace un tiempo que ambos dejaron. Según ellos, el arte en Chile cambió para pasar a ser un apéndice de las elites. «Antes el arte era más democrática porque giraba más en torno a la Universidad de Chile», dice doña Gracia. «Por eso habían artistas de todos los espectros sociales. Desde hace un tiempo que la creación va de la mano con poder económico, con tener un buen apellido, con moverse en ciertas esferas. Extraño hacer clases, pero esa es una de las razones por las cuales lo dejé», confiesa. En esta pasada don José asiente y no para de decir: «claro, claro…». La armónica tensión que se produce entre ambos da paso al consenso absoluto.

2 Comentarios
  1. mercedes dice

    FELICITACIONES para esta artista que admiro muchisimo, saludos con cariño de una artista
    Mercedes Larrain

  2. jacqueline Castellano de la Torre dice

    sólo quiero saber si José Balmes hace clases , lo he seguido por años en sus obras, su trabajo es maravilloso, al igual que el de Gracia.
    Ahora puedo tomar clases con él o ella, pero no encuentro el sitio para contactarlo.
    un abrazo.

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El Periodista