La paradoja del Gobierno de Piñera y sus implicancias
“En este contexto, parece más que razonable entender la “paradoja” del gobierno del Sebastián Piñera, que mientras ha asegurado un aumento sustantivo del crecimiento económico –aún en condiciones adversas-, ello no resulta ser reconocido en la adhesión y/o popularidad del presidente y su gobierno, como tampoco se expresa en un respaldo a los partidos políticos de una u otra vertiente ideológica.”
Escribe Guillermo Holzmann, cientista político
La democracia chilena pareciera no comportarse acorde a los logros económicos obtenidos post terremoto. Es la paradoja del primer gobierno de centroderecha que le ha correspondido hacerse cargo de las virtudes y aciertos, así como de las deficiencias y vacíos de cuatro gobiernos de la Concertación. Pero junto con ello, ha debido asumir –casi sin percatarse- un cambio de escenario en lo político a nivel global y con evidentes repercusiones en lo nacional y local.
Sin ánimo de extendernos en demasía en este primer punto, sólo establezcamos que las ideas de “cambio” y “futuro”, reflejadas en la posibilidad cierta de un mayor desarrollo y un nuevo estilo de gobernar, planteadas en la campaña presidencial de Piñera, resultan ser cruciales para opacar la plataforma de la Concertación expresada en una suerte de cambio dentro de una continuidad representada por Frei Ruiz-Tagle. A ello se suma la división de la Concertación en la candidatura de M-EO, que finalmente posibilita el triunfo a Piñera. Desde esta perspectiva, el triunfo de la Coalición es el resultado del desgaste y división de la Concertación en lo principal y, en menor medida, la preeminencia de la centroderecha como opción ideológica de gobierno frente a una ciudadanía cada vez más desideologizada.
El primer problema derivado de lo anterior es que la interpretación del triunfo se centró en el último aspecto y no consideró la necesidad de abrir espacios de mayor participación y cooptación de los concertacionistas desilusionados. A ello coopera el criterio tecnocrático –que hoy empieza a pasar la cuenta en forma reiterada- y el planteamiento personalista en la acción gubernamental, que refleja una cierta soberbia ideológica sin argumentos contundentes. A ello se suma el desconocimiento del funcionamiento del aparato estatal y los énfasis en aspectos de gestión, excluyendo abiertamente el manejo político –partidista, cuestión que hasta ahora representa un problema en la conducción gubernamental y la capacidad de negociación con el Congreso.
El segundo problema, se refiere a una falta de sintonía ciudadana en términos de privilegiar la visión del pasado como argumento de los triunfos gubernamentales, lo cual es razonable como parte del discurso pero no del argumento tendiente a consolidar el “cambio” propuesto. Al efecto, si éste se basa en lo malo realizado anteriormente, los espacios de innovación reconocibles por la ciudadanía son mínimos. Este fenómeno ha opacado cualquier estrategia de posicionamiento de una “nueva forma de gobernar” hasta el punto de que los problemas pasados son los actuales y las soluciones se plantean en superarlo y no en abrir espacios distintos de solución. Respecto a esto último, la carencia de estrategias y sus respectivas metodologías es evidente. En definitiva, el actual gobierno es percibido como un buen gestionador –tal vez solucionador- de los problemas del pasado y no como la apertura de un espacio de creación de un real y perceptible desarrollo futuro.
El tercer problema, y es necesario reconocerlo, supone considerar la posibilidad cierta de que en las actuales condiciones de crecimiento económico de Chile, no hubiese habido mayor diferencia si el gobierno hubiese sido otro, especialmente en los problemas centrales que se deben superar para avanzar hacia el desarrollo. Hoy día, es evidente que el crecimiento económico es necesario pero no suficiente para lograr el desarrollo. En este sentido, se debe considerar que este Gobierno es el segundo con un periodo de cuatro años sin reelección, lo cual condiciona parte importante del debate político, las visiones partidarias y la visión de futuro. Por ello, no debe extrañar que la “estrategia” en el periodo Bachelet de tomar decisiones apegado a los resultados de las encuestas finalmente resulta una forma eficiente de obtener apoyo ciudadano a costa de decisiones cortoplacistas e incompletas, pues se privilegia la percepción mediática coyuntural sobre el contenido estratégico de las mismas. Los casos de energía, medioambiente y asuntos indígenas por nombrar solo algunos dan sobrada cuenta de ello. Para qué hablar de los temas de educación y reconstrucción.
El cuarto problema, derivado de todo lo anterior, se refleja en una “democracia incompleta” en términos de que si la Concertación se apropió del Estado para imponer un modelo de sociedad, la Coalición se ha apropiado del mercado como mecanismo asignador de recursos y, por esa vía, imponer su modelo. La cuestión, es que como ambos miran el futuro a partir de sus visiones del pasado, han dejado de lado la evaluación del entorno mundial y regional y hoy día sucumben frente a situaciones incomprensibles, como el hecho de que no obstante el crecimiento económico, las encuestas no favorecen en forma evidente ni al gobierno ni a los partidos políticos. Se trata de un gobierno y de una clase política sin sintonía ciudadana que simplemente se suma a los espacios de movilización de protesta social.
Esta democracia incompleta tiene dos debilidades. La primera se expresa en la absoluta excusión por parte de la elite de la sociedad, en sus diferentes manifestaciones, para sumarlos a los procesos decisionales que tiene que ver con la inclusión de sus expectativas futuras y, por otra parte, la no consideración de una sociedad movilizada en virtud de intereses transversales, que no pueden ser interpretados a la luz de visiones generalistas de izquierda o derecha.
En este contexto, parece más que razonable entender la “paradoja” del gobierno del Sebastián Piñera, que mientras ha asegurado un aumento sustantivo del crecimiento económico –aún en condiciones adversas-, ello no resulta ser reconocido en la adhesión y/o popularidad del presidente y su gobierno, como tampoco se expresa en un respaldo a los partidos políticos de una u otra vertiente ideológica.
Más allá del trabajo desarrollado por el gobierno, la falta de sintonía con la ciudadanía comienza a generar una suerte de erosión creciente en la legitimidad del sistema democrático y de sus autoridades, implicando en ello al Ejecutivo y Legislativo. En esta perspectiva, hoy día el Gobierno se enfrenta a un punto de inflexión respecto a los escenarios futuros en la medida que la inflexibilidad para enfrentar los conflictos le augura no solo una mala evaluación en las encuestas sino que determina un proceso de debilitamiento democrático. Es compleja la validación de esta perspectiva, pues la percepción final es que la centroderecha no tiene la capacidad de consolidar un proceso democrático, con lo cual el peso de la historia se vuelve a plantear en contra de quienes tienen la capacidad y hasta el deber de demostrar su capacidad para desenvolver exitosamente una opción democrática que obligue a una dispersión de la Concertación. Bajo el actual esquema, la Concertación se fortalece y la Coalición se debilita.
Las distintas manifestaciones, desde las generadas localmente en Punta Arenas, pasando por Hidroaysén y ahora último con la paralización masiva en el sector educacional y la adición de otros sectores, han mostrado una capacidad transversal de movilización. Frente a ello, el gobierno ha adoptado un esquema de negociación a la usanza de la teoría de juegos, donde se apuesta al desgaste y deslegitimización del movimiento, utilizando los recursos que el Estado coloca a su disposición.
Si esta estrategia dará o no resultado, es una cuestión que aparecerá dilucidada en los próximos días. Sin embargo, los convocantes ya apuestan a otras manifestaciones futuras.
Desde una perspectiva de actores y sus proyecciones en el uso de los recursos del poder, los escenarios futuros no resultan alentadores para el gobierno, lo que presagia una mala evaluación en las encuestas, como también en los próximos comicios municipales.
Por ello, es dable sostener, a modo de hipótesis, que mientras el gobierno no abra un espacio de diálogo sustentado metodológicamente, que inserte a sectores sociales en el diseño de una negociación política, los resultados serán complejos. Con lo cual, las posibilidades de lograr la gobernabilidad de las situaciones sociales baja, así como también las posibilidades de un segundo periodo para la derecha.