Cuento Corto: El sombrero negro

joel«Un verdadero ejército de ciudadanos con trajes negros, sombreros negros y anteojos negros, que mantienen el orden de la infelicidad humana, desde la crítica destructiva, la oscura depredación de las ideas y el invisible poder de la mediocridad».

Escribe Joel Muñoz / Presidente de Industria Creativa Chile A.G. Asociación Gremial del Emprendedores y Gestores de la Industria Creativa

El señor de bigotitos negros, con saco y pantalón negro, y con sombrero negro, anda deambulando por estos lados. Se mete en todas las conversaciones. Mira con desconfianza. Parece ser amigo de todos. Se hace el simpático. Mira de reojo las ideas del otro. Copia fórmulas. Aprende recetas. Repite y repite lugares comunes. Vive pendiente de los jefes. Les encuentra la razón en todo. Cuando algo sale mal, es el primero en decir “yo lo dije”. Cuando algo sale bien, es el primero en sumarse. Aunque no tolera el éxito de otros. En medio de la celebración, encontrará el punto débil. Anunciará que “no todo lo que brilla es oro”. Dirá muchas veces “otra cosa es con guitarra”, oteando el horizonte dirá “no puede ser tanta maravilla”, “todo parece muy bonito, pero…”, “mi deber es actuar como abogado del diablo…excúsenme, alguien tiene que hacerlo”.

Así se pasa el hombrecito de bigotitos negros, con saco y pantalón negro, con sombrero negro y pensamiento del mismo color.

Va de reunión en reunión, de comité en comité, de equipo en equipo, de familia en familia, de persona en persona. Y así acumula poder e influencia. También sus ahorros, sus cargos, sus nominaciones al premio a la trayectoria, la medalla al mérito, el reloj de oro por veinticinco años de servicio.

Educa a sus hijos en los pensamientos negros. Los pobres viven asustados por las notas, por quedarse sin permiso, por las amenazas mundiales, por pensar cosas indebidas, por tener entusiasmos desmedidos, por enamorarse, por hacer algo que esté fuera de la norma, de la lógica y de lo aceptable. Por estudiar una carrera que al padre no le gusta. O simplemente por pensar en convertir lo ordinario en extraordinario.

Se le ve al hombrecito decirles corrientemente “yo no sé de dónde sacas esas cosas”, “yo no te las enseñé”, “quizás con quién te estás metiendo”, “en adelante me tendrás que informar de todas tus juntas”, “ese niñito de enfrente, no me gusta… me da mala espina”.

El hombrecito de negro cree que su misión en la vida es ser el que pone la cuota de mesura y de realismo en la vida. Asume con estoicismo su sacrificio por mantener el orden y los pies en la tierra, a un mundo que se vuelve loco –según él– si no tiene a alguien que le “sujete las riendas”, aunque esto le traiga a veces tantas incomprensiones.

No se pierde las reuniones de proyectos, quiere estar enterado de todo, toma notas, permanece en silencio, jamás aporta una idea. Dice, siempre como preámbulo…”bueno, ustedes saben que yo no soy creativo, no tengo ese don…”. Con eso se da permiso para lanzar el más feroz ataque mortal a las ideas que nacen, a todo lo que resulte nuevo, propositivo, constructivo, a todo lo que proponga una mirada diferente o una solución nueva a un problema antiguo.

“Si las cosas fueran tan fáciles, ya se habrían hecho”. “Por algo las cosas se hacen de este modo”. “No vamos a inventar la rueda nosotros”. Y así, tiene una colección de frases asesinas a la creatividad y a la innovación.

Como también tiene en su maletín el manual para liquidar la autoestima y la motivación, como también la alegría y cualquier atisbo de entusiasmo creador.

Bueno, rey del chaqueteo. Más papista que el papa. Príncipe del lugar común. Maestro de la burocracia y los procedimientos que entorpecen. Premio nacional del reglamento. Campeón del oportunismo. Mala leche. Creador de entuertos. Guardián de la fe conservadora que mirando al cielo exclama convencido… “ay, señor, dame tu fortaleza, que sería de todo esto sin mí”.

Los hay de siete años, de quince años, de veinticuatro, de treinta y tres, de cuarenta y dos, de cincuenta, de sesenta, de ochenta. Y no sólo hombrecitos, también hay algunas versiones femeninas. Un verdadero ejército de ciudadanos con trajes negros, sombreros negros y anteojos negros, que mantienen el orden de la infelicidad humana, desde la crítica destructiva, la oscura depredación de las ideas y el invisible poder de la mediocridad.

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El Periodista