Se puede gobernar y mascar chicle
“Independiente del terremoto y sus secuelas, resulta necesario reconocer que la tardanza en la plena instalación implica que el Presidente Sebastián Piñera tardará al menos 2 años en tomar el control del Gobierno y que entretanto tendrá al menos dos cambios parciales de gabinete, asumiendo que tal concepto existe y no sólo es una sumatoria de capacidades tecnocráticas en puestos ministeriales”
Escribe Guillermo Holzmann // Analista Político
La instalación del gobierno definitivamente ha tomado más tiempo del presupuestado. Al efecto, era esperable que al menos un tercio de los cargos de confianza estuviesen ya definidos antes de asumir el poder el 11 de marzo, situación que claramente aún no cuaja del todo.
Independiente del terremoto y sus secuelas, resulta necesario reconocer que la tardanza en la plena instalación implica que el Presidente Sebastián Piñera tardará al menos 2 años en tomar el control del Gobierno y que entretanto tendrá al menos dos cambios parciales de gabinete, asumiendo que tal concepto existe (el de gabinete) y no sólo es una sumatoria de capacidades tecnocráticas en puestos ministeriales.
La comparación inevitable es con la Concertación, que entre el cuoteo partidario y la designación personal del/la Presidente/a terminaba sobrando gente.
Es evidente que los problemas del antiguo gobierno eran distintos y por algo perdió la elección, como también lo son los que está evidenciando la Coalición por el Cambio, toda vez que mostraba una preparación nunca antes vista para asumir en plenitud el control gubernamental. Pareciera que todo ello era más parafernalia que realidad, por decirlo de alguna manera.
Ya no se trata de simple percepción u opinión. Lo concreto es que, por ejemplo, a casi un mes de gobierno, aún no se nombran a los seremis; ni siquiera de las regiones no terremoteadas. A su vez, las designaciones poco o nada tienen que ver con los colaboradores programáticos de los grupos de apoyo estratégico que desde Joaquín Lavín vienen cooperando para el ansiado triunfo.
En todo este proceso descubrimos que además de los Aliancistas-bacheletistas proclamados por Lavín, aparecieron los acomodaticios concertacionistas-aliancistas y los más radicales camaleones que son los concertacionistas-piñeristas. La fronda aristocrática de Edwards –que cruza Alianza y Concertación– se revuelca entre la influencia desde las sombras y la confrontación con la plebe del siglo XXI. Para que usted mejor entienda, intentar recrear, de alguna forma, el CODE y la UP, para quienes vivieron esa época, es una apuesta de alto costo que nos retrotrae a lógicas superadas en un golpe de estado.
En esta suerte de sopa de letras, los funcionarios públicos se enfrentan a los que antes eran y ahora no son, versus los que llegan y no se saben quiénes son. Esto es una manera elegante de plantear que la reconstrucción tiene fecha de vencimiento para la ciudadanía, que no puede ser usada como argumento que evite la crítica o debate político, o excusa para no hacer en forma eficiente lo que se prometió.
Es lamentable tener que señalar que tres palabras emblemáticas en las oferta programática de Piñera hoy día no tienen espacio, ni forman parte del decálogo gubernamental: “Futuro”, en la medida en que la reconstrucción es una puesta al día; “Estilo de Gobierno”, caracterizado por una visión tecnocrática basada en la confianza y lealtad personal, pero sin apoyo de equipos previamente constituidos; y “Cambio”, que se enfrenta al realismo político que este mismo bloque antes opositor logró establecer a fuego en la opinión pública: todo gobierno está sometido al control y fiscalización ciudadana y ello implica que no puede tomar decisiones entre cuatro paredes bajo ningún pretexto, ni siquiera el de la reconstrucción.
Desde otro punto de vista, la gestión del gobierno depende directamente de su capacidad de orientar y definir la agenda pública, especialmente en aquellos temas de mayor sensibilidad social y política. Está demostrado que las cinco áreas temáticas de mayor relevancia son salud, educación, seguridad, empleo e impuestos. Estos temas no surgen sólo de la realidad chilena, sino que están en el tapete de las organizaciones internacionales (ONU, OECD, CEPAL, entre otros). Estas entidades, por ejemplo, sostienen que los dos principales instrumentos para disminuir la brecha de ingresos y mejorar la distribución de la riqueza son una reforma tributaria integral y una laboral.
En este sentido, la reconstrucción ofrece la oportunidad de transformar el debate sobre el alza de impuestos en una propuesta de largo plazo que profundice en los temas que aún no podemos resolver como país y cuyos ejes de discusión debieran ser liderados proactivamente por el gobierno. Una situación similar se presenta con el debate sobre negociación colectiva, cuando en realidad debiéramos discutir una reforma laboral. Liderar la agenda es responsabilidad del Gobierno, especialmente cuando la oposición esta enredada en su propia catarsis.
Un país que se agota en la reconstrucción no sólo pierde su sentido, sino que deja a la deriva a sus ciudadanos, en la medida que el gobierno no termina de instalarse y la oposición todavía no define su rol y nueva identidad. Guste o no, la sociedad necesita el liderazgo mínimo del gobierno, idealmente un rol activo de los partidos políticos en los debates de relevancia ciudadana, y, ya en el paroxismo democrático, medios de comunicación capaces de elevar el nivel y cumplir una función de watch dog con un sentido ético y alto profesionalismo periodístico.
Una ciudadanía a la deriva no es un buen augurio, como tampoco lo es suponer que el mejor recurso para gobernar un país es escudarse en una catástrofe sin hacerse cargo de las expectativas de futuro del ciudadano. Un gobierno debe poder, básicamente, caminar y mascar chicle, aunque hayan pasado cuatro semanas, pues se han preparado, al menos, ocho años para hacerlo.