El secreto de la filantropía
«La respuesta social de Chile frente a esta crisis no genera autonomía, capacidad emprendedora, innovación, creatividad, esas cosas que tanto le gustan, en el verbo, a la clase empresarial y a la clase política gobernante. Uno de los efectos más depredadores de la filantropía es la inmovilización de las personas, las transforma en espectadores demandantes sin iniciativa y acción propia».
Escribe Joel Muñoz / Publicista
Cuando observamos la proliferación de la caridad y la filantropía en pleno siglo XXI en Chile, frente al terremoto y frente a otras numerosas causas, cabe preguntarse: ¿Hemos vuelto al siglo XIX?
¿Cómo es posible que frente a la imperiosa necesidad de levantar viviendas de emergencia para la gente que está durmiendo en la calle, ad portas de un crudo invierno, sea una organización de caridad la que juega el papel más relevante en la construcción de ellas?
¿Dónde está el Estado, el bien común, responsable de dar las soluciones inmediatas y definitivas dialogando con la comunidad organizada, no como caridad o favor social sino como una obligación?
¿Por qué la Teletón, la expresión de marketing filantrópico privada más significativa de Chile, se convirtió en “el evento” más importante frente a esta crisis?
¿Por qué no vemos a los afectados en los terremotos co-construyendo sus propias casas de emergencia y se promueve que sean los de afuera de la comunidad los que van a resolverles el problema?
En la vieja y querida Escuela de Servicio Social de la Universidad de Chile, en los años 70, aprendíamos la historia de nuestra carrera y su evolución en el tiempo. Así es como al viajar a los orígenes nos encontrábamos con la filantropía, como el ejercicio voluntario de la caridad social de los más ricos hacia los más pobres, expresada en numerosas organizaciones de damas voluntarias que iban en auxilio de los necesitados, ya sea con alimentos, frazadas, ayudas para estudiar, regalos de navidad y cosas por el estilo.
La era industrial generaba riqueza y pobreza a la vez. Cundían las sociedades filantrópicas, la ligas de estudiantes pobres, los clubes de leones, los rotary, las damas de todos los colores para las más diversas necesidades sociales, de los niños, los jóvenes, los viejos, los enfermos, los inválidos, las viudas, los presos, los solitarios, los abandonados en la calle…
Desde allí emerge la carrera de trabajo social. Un origen noble, por cierto, pero que pronto comienza a encontrar su sentido más profundo, el desarrollo humano y social participativo, al incorporar las ciencias sociales, la sicología, la investigación y las metodologías más profesionales para la intervención social.
La sociedad misma también comienza a comprender que la resolución de los problemas sociales tiene que ver con la búsqueda del bien común y la cohesión social para asegurar gobernabilidad y sostenibilidad, a través de políticas y programas que la acción filantrópica no puede reemplazar
La caridad no es la solución, no se trata de buena voluntad y cristiano amor por el prójimo, ni menos puede ser usada la caridad como una forma de conciliación social sin ir a las causas profundas de los problemas.
Nuestra generación llegó a preguntarse cuál es el rol del trabajador social. Y nos respondíamos, ser agentes de cambio social, desde la participación de las personas en sus propios procesos de liberación de los males venidos de eventos destructivos o de un sistema social y económico injusto y depredador. Para esto, se identificaban tres metodologías de trabajo: las personas, los grupos y las comunidades. Así, el trabajo social fue desarrollando, entonces, el famoso tejido social que en esta crisis, y en las últimas décadas, ha brillado por su ausencia.
La filantropía y la caridad cedieron el paso al trabajo social profesional, que actuaba en las causas de los problemas y no en la superficie, que buscaba soluciones de fondo y no sólo parches y paliativos para situaciones dramáticas, todo con participación de los propios afectados. No nos estábamos preparando sólo para ir a solucionar el problema específico o para tapar una carencia, sino para trabajar con las personas y lograr su propio cambio frente a su adversidad. Hoy esto podría denominarse trabajadores de la resiliencia, impulsores de las actitudes y conductas que llevan a una persona, un grupo o una comunidad a desarrollar sus capacidades para vencer los obstáculos, para convertirse en sujetos de su propia historia.
Creo que hemos vuelto al siglo XIX y es lamentable. La respuesta social de Chile frente a esta crisis no genera autonomía, capacidad emprendedora, innovación, creatividad, esas cosas que tanto le gustan, en el verbo, a la clase empresarial y a la clase política gobernante. Uno de los efectos más depredadores de la filantropía es la inmovilización de las personas, las transforma en espectadores demandantes sin iniciativa y acción propia. No las hace parte, las excluye aún más. Y este puede ser el origen de rupturas y quiebres sociales significativos en el futuro próximo.