¿Piquero o guatazo?
“Lo que urge es la urgencia. Lo que necesitamos es enfrentar hoy día los problemas hospitalarios de la población. No es posible que pidan corazones y pulmones y riñones y ojos para cambiar cuando hay listas interminables de seres que no verán jamás la posibilidad de un recambio”
Me zambullo en las utopías y los sueños políticos que han cubierto Chile los últimos meses, me lanzo de cabeza en la majamama, y como las cifras me dan escalofríos, voy directo a las promesas para ver si será posible cumplir con algunas que han proliferado después de las elecciones.
La mayor de todas es el elefante blanco que dice el gobierno que va a construir en vez de un par de hospitales del sur de la capital que no dan abasto ni para entregar remedios.
Este elefante atenderá a toda la población del área –y vaya que es grande en metros y habitantes– y aunque juren y rejuren que dará resultado, apuesto que será otro mamut megalítico inconcluso, cuyos hierros oxidados y muros derruidos servirán de memoria contra las utopías de los gobernantes. Hay un ejemplo viejo en Ochagavía. Está lleno de ratas y de okupas, de vagabundos y drogados. El hospital de Ochagavía nunca se terminó.
El que anuncian no nos servirá de nada hasta quince años más. O sea, no servirá a quienes hacen cola o se mueren en las salas de espera o madrugan para sacar un número que queda corto y les dicen a la una de la tarde, como en la ruleta, ¡no va más! Y se quedan con una desesperanza con olor a furia; con sus hernias y sus vesículas podridas, con sus cataratas oscureciéndoles más y más la vista, con sus pústulas varicosas envueltas en trapos viejos, con sus artritis y dermatitis y corazones valientes pero insuficientes para vivir se quedan, igual que a las cinco de la mañana.
Entonces las mujeres con sus guaguas en brazos, los inválidos arrastrados por parientes, los pobres enfermos pobres regresan a sus casas a seguir esperando, a morirse o a sobrevivir.
El drama de los hospitales y dispensarios y policlínicos a lo largo de tan flaco país debe servirnos de advertencia frente a los delirios goyescos de los políticos. Ya está bueno de tanto cuento. La enfermedad no aguanta, los enfermos que gimen y esperan y mueren sin ser atendidos no tienen quince años para que les entreguen una solución. Que construyan hospitales, bien. Pero que se sirvan de ello para convencer que están solucionando un problema inaplazable de salud es demasiado.
Lo que urge es la urgencia. Lo que necesitamos es enfrentar hoy día los problemas hospitalarios de la población. No es posible que pidan corazones y pulmones y riñones y ojos para cambiar cuando hay listas interminables de seres que no verán jamás la posibilidad de un recambio. Y no es posible que no sepan –tanto el gobierno que termina como el que vendrá– que la solución debe ser inmediata y absoluta porque estamos frente a un “casus belli”, hay que declararle la guerra a la enfermedad, no a los enfermos.
Este es un problema de intendencia, de cómo hacer llegar atención médica al frente de batalla de inmediato, de servirse de todos los medios posibles, incluida la imaginación, ¡por favor, la imaginación!, para dar solución al vergonzoso estado de los hospitales públicos de Chile.
Y aunque a los pacifistas el término guerra les dará escorbuto metafísico ya está bueno de linduras: Hay que armar hospitales de guerra, hospitales en carpas tal como en los países que hacen largas y terribles guerras. Ellos sí saben cómo armar un hospital donde se opere, se atiendan emergencias con emergencia, se viva en estado de excitación y premura frente a la enfermedad, y se salven vidas en territorios donde las bombas estallan justo al lado pero igual amputan, cauterizan o atienden a los enfermos. Un hospital allí donde no da abasto el hospital, eso es lo que hay que hacer. Justo al lado. Una extensión del hospital inutilizado por vejez, gestión o dejación.
Una carpa es harto mejor que una interminable línea de espera que no se cumple. Y si se ponen carpas bien armadas y con equipo, entonces se procede a contratar de inmediato a los médicos y enfermeras y servicios técnicos que tanta falta hacen, como lo dicen todos los ministros que han pasado por la cartera. Porque estamos en guerra contra la enfermedad y este país sigue a paso de tortuga, en una especie de Vichy termal, entregado a hacerle reverencias al cáncer, al sida, a los virus y bacilos, a las pandemias y epidemias.
Lo que se necesita son hospitales de emergencia contra las emergencias, hospitales que cumplan con salvar vidas y no con salvar cupos en el senado o la cámara. Hospitales para atender a los chilenos enfermos de toda clase de enfermedades que sí tienen solución, pero que a este paso de tortuga no curan ni una uña encarnada.
La verdad es que si no atacamos de frente a la enfermedad y a la atención de los más pobres y desatendidos chilenos, nos vamos todos al hoyo de la putrefacción moral y física.
Los políticos parecen haber olvidado (o ignoran) los casos de tifus exantemático mortal que se dieron en Santiago cuando los mineros del salitre decidieron venirse con sus piojos y sus hijos y sus cesantías al hombro y acamparon en la Alameda y en las plazas en los años 20 del siglo XX, en la capital del Reyno. Tifus exantemático. Tuberculosis. Hepatitis. Eso trajeron en sus miserias. Hoy agregamos el sida. A eso nos arriesgamos por no ejercer la más mínima humanidad.
Ya que no eligieron enfrentar este problema por el lado humano, digamos que el país está al borde de un precipicio, a punto de dar un paso al vacío. Pasaremos de país a territorio, de poblado a despoblado. Y entonces los tigres sobrevivientes se cubrirán de chinches y de piojos y no tendrán país. La tierra sola no configura país. Un país es su gente, no sus metros cuadrados.
¡Quince años! Nadie lo dice, pero al cabo de ellos… muchos de los que estamos sobre la tierra no estaremos aquí para decir “ya lo dijimos”.
La solución hoy día debería ser hospitales de campaña. Los países grandes hace ya treinta años que saben que los grandes hospitales son ineficientes. Un aspirante a gobernar Chile debe tirarse a la piscina y veamos quién se dará el guatazo y quien se tirará un piquero audaz e imaginativo para enfrentar esta emergencia.
Elijan, señores candidatos: ¿Guerra a la enfermedad con un golpe de audacia e imaginación o el sueño endémico, fatal enfermedad de los políticos?