En la recta final…
Con este antecedente las democracias en América Latina enfrentan un desafío, al menos, triple, en el sentido de que los procesos de consolidación democrática significaron la implementación de reformas, adecuaciones y el diseño de un mejor Estado que, como sabemos, suele ir acompañado de políticas públicas y mayores regulaciones y controles del Estado sobre distintas actividades, pero sin abandonar la economía de mercado y manteniendo la ilusión de participación política; el segundo elemento que se perfila como central, es el debilitamiento constante del sistema de partidos, donde la fragmentación de cada uno de ellos, los conflictos asociados , los personalismos y otros argumentos que siguen la misma lógica, dejan a los partidos como entes de muy baja representación ciudadana y con el agravante de que no lejos de construir una sintonía con ellos, mas bien lo que hacen es parapetarse en su discurso en la creencia de que ello evita la fragmentación al no reconocer la crisis interna que cada partidos tiene y que se niega a reconocer; el tercer elemento es el grado de participación política, toda vez que, por una parte, la cantidad de no inscritos ronda el 40 por ciento de los que poseen edad de votar y, por otra, los grupos desencantados de los partidos y la política parecieran aumentar o mantenerse en porcentajes notablemente altos y persistentes en el tiempo.
Resulta paradojal que el ciudadano que hoy día está dispuesto a cruzar esa línea ideológica y que a la vez critica el sistema de partidos, prefiera muchas veces abstenerse de influir en el sistema. La razón para ello es relativamente simple, pues la estrategia de las cúpulas partidarias es encerrase sobre sí mismas con tal de no ver cuestionado su poder o su conducción.
En este escenario parece lógico pensar que la segunda vuelta será menos confrontacional de lo esperado, aunque sí de mucha intensidad. El argumento es que ninguno que gane tendrá asegurado mayorías o podría dar como dato dado una alta gobernabilidad, pues estará obligado a ofrecer participación a su contrincante o integrar a personeros de la oposición para asegurarse una mínima capacidad de negociación con la zona fronteriza que se ha creado alrededor de la línea que separaba la izquierda y derecha. Esto es, por demás, lo que han hecho quienes han triunfado en elecciones en Europa y que se impone, por la vía de los hechos, también en Chile.
Tenemos entonces una mirada electoralista tradicional que se manifiesta en esos llamados de “no votar por la derecha”, a sabiendas que habrá votantes de uno y otro bando que lo harán cruzados de manera ideológica y no de candidatos. A su vez, la necesidad de integrar a los del otro bando en el gobierno deja en evidencia una cuarta cuestión que no resulta menor, como es el hecho de que los gobiernos aseguran su gestión manteniendo el modelo de desarrollo, como ya lo hemos señalado, pero también gobernando con el menor compromiso posible con los partidos o más bien generando una relación instrumental con ellos y sus parlamentarios conforme sean las necesidades legislativas, pero dejando atrás definitivamente esa motivación de bloque que caracterizaba la democracia.
Probablemente usted lector es una persona informada y con el voto definido. La advertencia es justamente para que juntos podamos aportar a romper este proceso cuyo resultado es el debilitamiento democrático, la pérdida de legitimidad y la carencia de pensamiento innovador para plantear una propuesta que reoriente el quehacer partidario. Si los partidos se quedan solos y no se lucha por su renovación de ideas, la democracia entra a un sendero de no retorno.