De mentiras y verdades…

marta-blancoEscribe Marta Blanco

“Ni un cuatro le doy a un país que desprecia la lectura, que se solaza con teleseries idiotizantes, un país que está lleno de vericuetos sociales, de rencillas políticas y memorias incandescentes”

Es época de elecciones, pero es bueno recordar que no estamos en Atenas y aquí nadie es Pericles. De haber políticos, los hay, pero la democracia ateniense es cosa del pasado. Y que no me tomen a mal los candidatos. Cuando alguno de ellos menciona lo que ya ocurrió todos se le van encima, alegando que no se debe mirar para atrás sino para adelante y solo para adelante.

Grave exageración que nos lleva a pensar que estamos corriendo una carrera de postas, que hay que pasar (no pisar) el palito, que correr más fuerte y prometer más cosas y liberar las ansias inmaculadas de cada cual es producto de su amor por el prójimo y su deseo de hacer el bien. Que nadie vaya a pensar que están donde están por ambición. Todos, por la patria. Todos, por el bien social. Todos, por el desarrollo. A veces dicen progreso. Todos, naturalmente, por la democracia. Todos ofreciendo el oro y el moro.

Sabiendo como sabemos que el ofertón político sufre de una extraña especie de delirium tremens en ocasión presidencial, que en medio de la batalla por la presidencia el quién da más es lo que se lleva, que nadie convence a nadie con palomas o gigantescos afiches que atiborran las calles, el discurso político contemporáneo está en pleno auge. Sí. AUGE. El mismísimo que nos salvará de enfermedades catastróficas, de la ancianidad sin dignidad ni remedios al alcance del bolsillo ni camas en los hospitales ni ambulancias ni, al final, de un ataúd primoroso.

Pero no es tan bello el panorama. El sector etario (palabra que uso para ponerme al nivel de los especialistas) en que yo me encuentro no tiene muchas garantías. Desde luego, si usted nació azul, de sangre azul por falta de oxígeno, y fue operado con éxito en su niñez y –si es mujer– ha dado a luz robustos hijos sanos ya crecidos y profesionales; si ha trabajado toda su vida y por ahí por los cincuenta tuvo un tumor a la hipófisis, operado también con éxito. Si goza de una salud convencional, continúa produciendo y atareándose con la vida y por la vida, y no está en reversa, porque en materia de vida nadie se pone más joven a medida que pasa el tiempo; si usted está en un caso semejante, no sueñe con auges ni isapres ni ayuda alguna. Estará más solo que loro en pampa, no hay empresa privada que asegure su salud, ni el Estado cubrirá el costo de sus enfermedades por venir. Los viejos no son rentables y están listos para el tarro de la basura. Demos gracias a Dios quienes tienen familias querendonas y responsables que los ayudan, porque ni el Estado ni el mercado le dan cobertura a nadie que, entrado ya en las décadas finales, lleve encima la letra escarlata de prevalente.

Me asombra escuchar los sueños políticos que he escuchado a lo largo de cincuenta años. Nadie es más soñador que un político. Porque no serán mentirosos, digo yo. Al final, el ser humano es muy parecido al cazador de las cavernas: quiere darle alimento y techo a su familia directa, juntar un poquito no estaría de más, pegarse un buen veraneo y hasta ganarse el loto.

Los políticos no escapan a la media. Creen en sus palabras, se alimentan de palabras y cifras, algunos son más escépticos, otros más revolucionarios, unos quieren gobernar con mano dura, otros, dialogar sin fin, la mayoría quiere mejorar la vida de sus conciudadanos y que el país crezca y etcétera, etcétera, etcétera…

Chile, país al que se considera “en vías de desarrollo” en las altas esferas donde se piensan estas cosas, no es, para nuestra desgracia, un país justo. Puede intentarlo, pero las fallas estructurales no solo pertenecen a los puentes, los ferrocarriles, las carreteras y los edificios. Hay una falla estructural que tiene que ver con la educación, la oportunidad y la realidad. Pero la realidad no tiene buena venta así es que no la mencionan en los discursos que escuchamos.

La realidad desbarata las ecuaciones, irrumpe en la vida de un país en terremotos, inundaciones, pestes, diluvios y hasta aquello que algunos apodaron “el terremoto blanco”.

La realidad irrumpe en la vida cotidiana de los chilenos con dureza. Sufrimos los errores del progreso bien intencionado y mal llevado a cabo, desde unas locas máquinas tragamonedas que instalaron en las viejas micros y que no duraron lo que una flor hasta el moderno transantiago que ha resultado un tránsfuga desmedido y casi demoníaco para los obligados a usarlo y también para quienes creyeron en él. Trajeron unas máquinas que no son aptas para doblar en las exiguas calles santiaguinas, sacaron los asientos para que cupiera más gente apretada hasta la asfixia, demolieron la pasividad casi agraria en que nos movíamos para dejarnos sumergidos en el caos despótico de una locomoción de laberinto. No sé cómo arreglarán el entuerto, pero la gente sufre y más encima paga y hasta descalabraron el metro, que nos llevaba y nos traía con dignidad. ¿Cuándo pasó de ser un tren subterráneo a convertirse en un tren más apto para trasladar ovejas, equinos, huemules? No es un medio para gente mayor, y las horas de congestión son casi todas.

La realidad es lo que habitamos. Ahí no caben los sueños. No deberían caber los salarios de miedo que no sé cómo llaman salarios y no dádivas, asunto de una inmoralidad social que no alcanzo a comprender. ¿Cómo defender el salario mínimo que no alcanza, y todos lo saben, para que una familia modesta coma, estudie, trabaje y viva un mes entero?

Llegamos a la educación. De ésta micro todos se bajan. Es tan grande la responsabilidad de cambiar la malla educacional, de lograr entusiasmar a un país con el estudio y la enseñanza, porque van juntos en esto alumnos y profesores, que no parece haber solución. Y, a decir verdad, no sé cuál de todos es más ignorante de sus obligaciones. La malla es el más gran misterio. Se habla de porcentajes destinados a esto y aquello. Nunca he logrado que me expliquen qué deben aprender los niños de Chile. Estudiar se ha convertido en una amenaza: los alumnos han decidido aburrirse, llevan cuchillos (que llaman cuchillas) y hasta pistolas, los profesores también maltratan, y el estudio es lo único que a ninguno de estos interesados les importa un comino. Los alumnos exigen diversión y menos esfuerzo: los profesores exigen desde la deuda histórica a la duda metódica. Ya nadie entiende nada.

Es patente que los estudiantes están hasta el perno con las huelgas, los profesores hasta más arriba de la coronilla con su profesión, los alumnos no quieren estudiar, la violencia crece en los establecimientos educacionales, los profesores hicieron de la huelga un estado de vida y buenas noches los pastores, este cuento no termina ahí. Solo sé que la educación está vinculada con la buena casa y el salario de los padres, con la familia sin problemas de sobre vivencia. Con la paz está relacionada, la paz del espíritu.

Y en esto, Chile no anda bien. Ni un cuatro le doy a un país que desprecia la lectura, que se solaza con teleseries idiotizantes, un país que está lleno de vericuetos sociales, de rencillas políticas y memorias incandescentes.

Aquí no hay paz espiritual, solo exaltación y decepción.

Deberíamos cuidar más el lenguaje, atenernos más a la realidad, ser capaces de reordenar el esquema social. Chile necesita desencantarse de sí mismo, verse como es y, desde ahí, trepar hacia una mejor calidad de vida, de salud, de educación. No hay que soñar, ciudadanos. Soñar es un lujo apto para señoritas ociosas, poetas y magos, pero no es un don que deberían ejercer los políticos.

La realidad no es más que lo que somos y tenemos. Atrévanse a decir cómo somos, cómo actuamos diariamente, reconozcamos los errores y los aciertos. Dejémonos de soñar con la copia feliz del edén. Hagamos un país, no una entelequia.

1 comentario
  1. Sara Farías González dice

    Ilustrisíma Sra. Marta, colega. Me enorgullece leer lo que ha escrito, pués es un tema que siempre he querido discutir, sea en la política, en la salud, en la misma educación, siendo chilena he tenido la oportunidad de ver la realidad en otro país, pero concuerdo con cada frase escrita por su persona. Me da verguenza como los políticos hacen alarde de sus grandezas por querer hacer de un Chile mejor, cuando estamos años luz de crecer..esa es nuestra realidad. Le pongo por ejemplo el mismo hospital San José, cambió de formato, cambió de casa, por algo más moderno, sin embargo por buenas fuentes me he informado que en el octavo piso, están guardados aparatos sellados nuevos y que por falta de capacitación no se han utilizado..es una verguenza. Soy apolítica, porque independientemente quien salga, me las he tenido que rebuscar, pero creo que hoy en día, nuestro país en lo que se refiere elecciones está perdido, el pueblo no sabe a quien elegir, existe un descontento general, no puedo decir por todo, pero sí en algunos casos, hay tanto tema por discutir. Hoy en día para vivir en una vivienda digna, practicamente está pagando un dividendo de $150.000 a $200.000 cuando muchos de nosotros, apenas reciben $300.000, $350.000 pesos, como sobrevivir con esa miseria, seamos dignos y honestos. En fin….lo triste es cuando se sale fuera del país y vemos aquellos que se están desarrollando y vemos en Chile, como usted mismo dice los errores y los aciertos. Me encantó su columna, espero que pueda contestarme y así intercambiar ideas o por lo menos como comunicadoras, intentar ver el lado positivo de cada tema.
    Cordialmente
    Sara Farías

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.

El Periodista