Sólo niños
De casualidad, casi sin quererlo, llegó hasta nuestra redacción el reportaje central de este número que muestra cómo, en determinadas ocasiones, solemos olvidar lo verdaderamente importante.
Sabemos, por experiencia y porque nos han contado, que los niños sufren los conflictos y que cambian sus costumbres cuando se ven enfrentados a situaciones límites. Tatiana Benavides en su columna habitual de la página 10 nos habla de la situación post traumática y lo difícil que resulta enfrentarla.
En la Araucanía, hace tiempo que venimos escuchando y asistiendo a hechos que nos desagradan pero que no entendemos en su verdadera magnitud. Las versiones están muy distantes, el Gobierno asume en parte su responsabilidad, otros hacen pingües negocios con el conflicto y finalmente son las comunidades indígenas las que terminan pagando el costo mayor. Ya no sólo viven en la pobreza o se le adosan vertederos a sus costados, también se las reprime y castiga, aunque no haya pruebas de que su accionar sea delictual.
En esa zona, hoy, por lo que dicen dos de nuestros periodistas-colaboradores que estuvieron viviendo un mes en la localidad de Ercilla, la presunción de inocencia no existe. Al revés, todos aparecen como culpables hasta que demuestren lo contrario. Hasta los niños que, por las declaraciones que recoge el reportaje, están incubando un resentimiento que los llevará a grandes con el deseo de vengar a sus comunidades o quizá a renegar para siempre de una cultura milenaria, de la cual nos hacen enorgullecer en los colegios por la gesta de Arauco pero que hemos sido incapaces de respetar en uno de sus derechos más elementales y para ellos sagrado, como lo es la Tierra.
Pensamos que las soluciones, muchas veces, pasan por meterse la mano al bolsillo y aumentar el presupuesto. Pero aquí, además, hace falta un cambio cultural y de mentalidad que permita a los que hoy tienen el poder, especialmente financiero, escuchar, entender y conocer qué piensan los representantes de esas comunidades.
Sabemos, porque los hemos reporteado, que existe un rechazo visceral de sectores empresariales hacia comuneros o destacados dirigentes del pueblo mapuche a los que no sólo les niegan representatividad sino que, además, los estigmatizan como violentistas cuando sólo buscan el diálogo. ¿Por qué negarse a una reunión para conversar y acercar posiciones?
El Estado chileno, hace ya muchos años, permitió que se diera una dualidad y que tierras ancestrales del pueblo mapuche, mediando papeles y timbres oficiales, pasaran a manos de otras personas que las adquirieron, en muchos casos, con esfuerzo y sacrificio familiar. Hoy, ambas partes, tienen derechos. Deben ponerse de acuerdo, entonces, para buscar una solución y pedirle al Estado que, así como en el pasado erró, hoy repare la situación que se ha producido bajo su tutela.
Esto pasa porque la negociación sea justa y el precio que se pague no sea excesivo porque hay algunos que, amparados en el tema de la urgencia, se aprovechan para duplicar el valor de sus hectáreas y obtener otros beneficios del Estado. Aquí eso no corre. El precio debe ser el justo.
Pero, además de eso, hay otros muchos trancos que Chile debe apurar para enfrentar este tema. Reconocer, por ejemplo, nuestra diversidad étnica y abrirse a las culturas que provienen de los pueblos originarios, reconociendo no sólo sus otros derechos sino también respetando su identidad. Darles, por otro lado, el lugar de representación que les corresponde en el Congreso Nacional.
Hace mucho tiempo una dirigente mapuche de nombre y apellido español nos contó que ella se llamaba así porque el oficial del registro civil en los 60 se negó a inscribirla como querían su padre y su madre. Fue una niña violentada desde la burocracia.
Hoy, son cientos los niños como ella, que superaron ese problema, pero que viven atemorizados y acumulando rabia porque ven el sufrimiento de sus progenitores, gente buena, honesta y trabajadora, que sólo reclama algo que les corresponde y que, tarde o temprano, el Estado debe devolverles.
Ignoro si esa mujer, finalmente, pudo ser llamada con nombres mapuche. Esperamos, luego de leer este reportaje, no ser ignorantes de la suerte que corren los niños que viven en las comunidades sitiadas.