El gigante egoísta y el ogro filantrópico

marta blancoEscribe Marta Blanco

Escritora

El gigante egoísta no es lo mismo que el Ogro Filantrópico. El primero es un cuento escrito por Oscar Wilde en el siglo XIX, y es la historia de un gigante muy poco generoso, al que temen los niños. El Ogro Filantrópico es un ensayo de Octavio Paz y trata sobre el ogro invisible, la mano mora, la dificultad de vivir en una sociedad estratificada a la que el voraz e insaciable gigantón engulle poco a poco. El ogro filantrópico, en el sesudo y valioso ensayo de Paz, es la burocracia que se traga al Estado y termina siendo el peso que lo hunde y ahoga.

Chile tiene que poner el ojo en los abusos del ogro. Son insoportables e ilegítimos, aunque no haya ley contra el abuso de los empleados de un gobierno o un Estado. Pues hay de las dos clases. Los burócratas enquistados son inamovibles por decreto o fuerza de ley. Los otros, por ser peces voladores, luciérnagas de poca vida, igual dañan al Estado, pero duran poco, son ineficientes en el engaño, dejan sus miguitas de pan y, finalmente, son castigados y expulsados. Pero el ejemplo no asusta a los que medran del Estado; aparecen por aquí y por allá expertos en el abuso, cuya idea de servir pasa por servirse. Son ejemplo de maltrato al público en oficinas, ventanillas, en fin, doquiera hay que ser asistido, atendido, ayudado.

Los hospitales son un ejemplo de maltrato a pacientes y familiares, de directores que carecen de medios para ordenar y controlar, de errores con causa de muerte que pasan al olvido. Así, el abuso se ha convertido en uso.

¿Qué pasa con el Servicio Nacional de Salud? ¿No se la puede contra las burocracias enquistadas? Es ilógico que un gobierno marcado por el servicio social tolere una legislación sobrepasada por los hechos. Si fuera el caso que diputados y senadores no aprueban leyes que eliminen estos desmanes, habrá que pensar en aceptar la ley de la selva, que cada quien se rasque con sus uñas, y el mercado o la desidia se hagan cargo del maremagnum. Pero el mercado no es varita mágica y como en el caso de Lehman Brothers, provoca hecatombes.

Uno no puede sino estar de acuerdo con castigar y dar los nombres de quienes se han servido de las licencias médicas para torturar a los enfermos y enriquecerse a costa de vender licencias falsas. Ciento veintitrés mil licencias ilegales es un escándalo. Esperamos la respuesta firme y dura de la Superintendencia y el gobierno.

Aún así, el problema continuará en otros ámbitos de la salud pública. Las esperas eternas, la indiferencia para citar a una operación dos años después (¡!), la desvergüenza de convertir las salas de espera en rediles donde esperan sin esperanza mujeres a punto de dar a luz, infartados, ancianos moribundos en las últimas, niños heridos o accidentados, una cantidad demoledora de gente que no tiene otra que sentarse y aguantar la mecha. ¿Qué clase de servicio es éste tan olvidado de la condición humana?

Sabemos que en los hospitales faltan técnicos, enfermeras, médicos y personal de aseo. Sabemos que las farmacias de algunos son un desorden patagüino y que el caso de la heparina en el Félix Bulnes está ya quedando en el olvido…

La característica de aplazar una decisión –la palabra inglesa es mucho mejor, “procrastinate”– es un ejemplo de cómo, buscando una solución, en verdad no la buscan sino que se quedan a la espera de que el olvido solucione lo que las intendencias internas deberían ya haber solucionado.

Chile, con ser un país pequeño aunque largo, harto despoblado aunque con grandes ciudades inmanejables, es una angosta y larga faja de contradicciones morales. Porque no son políticas. Sé muy bien que la política es un acto moral. Pero también sé que los políticos sacan la castaña con la mano del gato arguyendo que “la política es el arte de lo posible”.

Pero por acá pareciera ser el arte de lo imposible. Los políticos no pierden la paciencia, ignoran el valor de la cólera intelectual, le sacan el cuerpo a la indignación, pensando que los votantes no los elegirán si dejan de bailar cueca, comer choripan, abrazar a muchos, besar increíbles cantidades de mujeres, tomar en brazos a todas las guaguas que les pongan por delante. En fin, así es la cosa y es deplorable.

Lo que deberían esperar los votantes es indignación con los errores, la desidia y aún la crueldad. Los políticos no se enojan. Pero los votantes tampoco. Y esto sí que es síntoma grave.

No hablo de las furias descontroladas de la juventud, no hablo de las marchas que se llenan de lumpen y destrozan las ciudades. No hablo de los pelambres a la hora de almuerzo, de los comentarios con una tacita de café. Pienso en el bien social, en el enfado como una necesidad para enderezar la mala conducta que controla a la masa de este país nuestro. ¿Qué nombre puede recibir esta capacidad de aguante sino desesperanza e ignorancia?

Pero tiene otro: educación.

Desde que se sacó de la malla escolar la educación cívica, los jóvenes ni sospechan lo que es un Estado, cómo funciona un gobierno, qué significan los tres poderes: legislativo, judicial y ejecutivo. El chileno medio vive carcomido por una hipnosis del desaliento, por un pesimismo larvado y una masiva ignorancia –que se ha trocado en desinterés– por entender qué es una república, qué deberes se adquieren al asumir un cargo público.

Conste que no hablo del gobierno actual, que ha demostrado una fortaleza enorme para resistir los embates del Transantiago y la crisis económica, que ha luchado hasta donde ha podido para que Chile traspase la barrera del subdesarrollo y asumió muchos errores heredados. No hablo con pasión política sino con pasión ciudadana.

Creo que Chile se infantiliza. Que no toma los problemas en serio. Que los chilenos se han convencido que viven en una especie de internado donde el presidente debe tomar todas las responsabilidades y pagar los errores.

Pero no es así. Una república funciona con los ciudadanos, no solo para los ciudadanos.

Pero no hay vuelta que darle: hasta los perros vagos quieren achacárselos a la señora presidente. No, pues. Los chilenos deben madurar. Tomar las riendas de sus vidas. Alegar es legítimo. Sentirse responsable es la demostración del respeto por sí mismo.

Esta parvada chilensis que cree o quiere creer que no puede hacer nada ni pedir nada sino solo gritar y armar jaleos, es una demostración de cómo la educación en Chile ya no educa. De cómo, hasta en ello, no somos verdaderamente dueños de nuestras vidas. La cólera puede ser justa. Y necesaria. Solo la educación nos hará libres.

2 Comentarios
  1. José pepe Flores dice

    Algunas pequeñas reflexiones agregaría. El Gigante egoísta en su primera fase no tenía problemas en compartir su jardín, su cambio ocurre, luego de pasar una temporada de 7 meses con el Ogro, es la inevitable transformación en la convivencia con el otro lo que nos puede hacer mejores o peores personas.

    Entonces si aceptamos que estamos mal en Educación, debemos pensar que los ciudadanos están transformándose en la convivencia con las personas equivocadas, inevitablemente la exposición cotidiana y permanente de nuestros niños a los buenos y malos profesores, a los buenos y malos papás y mamás y a la buena y la mala TV, terminan por generar el coctel tóxico que hoy día conocemos. Necesariamente debemos cambiar esos espacios de convivencia para que la transformación ocurra en otro sentido.

    La segregación en las escuelas llega al punto, que el profesor de primer año básico consciente de la necesidad de aislar a sus niños de las malas influencias recitará sendos tratados de pa-pe-pi-po-pu en su afán de introducir la comprensión del lenguaje, sin embargo, no puede evitar que en el recreo estos mismos niños ya estén debatiendo-retándose-defendiéndose-conversando con sus pares en el patio durante el recreo … no todo lo que se aprende fue enseñado por un maestro.

    Por último, tendremos que hacernos cargo de unas cuantas generaciones convencidas de que omitirse de la vida ciudadana es una opción legítima, estos «cabros» solo son cómplices del sistema y por la peor causa: la omisión. Los votantes menores de 30 son menos que los votantes mayores de 70, los de 35 vienen cansados y se debaten entre el pollerismo incitado por sus madres y el barxismo de los barzas, una suerte de doctrina de vida en que Homero Simpson es el líder espiritual de una nación, estos «niñitos» ignoran por cierto que se trata de una sátira de la vida moderna y no de una nueva religión.

    Estamos ante una generación joven que no está en la apatía sino en la abulia, no nos confudamos. Los verdaderos jóvenes no andan pidiendo permiso para cambiar el mundo :-), el que no quiera jugar el juego que luego no ande pidiendo explicaciones ni retando a los que al menos se atrevieron a hacer vida ciudadana.

  2. Jorge Aravena dice

    Esto nos pone nuevamente el foco en los liderazgos personales que cada uno debe asumir: La Educación, la Salud, La infraestructura de la ciudad, el cuidado del medio ambiente, la economia y la seguridad. Sin duda que la gran mayoría de los Shilenos esperan que alguien venga a resolver sus problemas en estos aspectos; 17 años de dictadura nos mutilaron esa capacidad de sentirnos protagonistas y actores de nuestro futuro como nación, en que cada uno tiene mucho que decir y aportar a la sociedad. Hoy somos una masa de «tele-espectadores» de la realidad nacional que nuevamente se vé sometida a la gran lata que son las elecciones. Resulta triste constatar que nuestros compatriotas no saben leer (conocen el acto mecánico de descifrar las letras y palabras, pero no comprenden lo que ellas dicen). Peor aun: El cuarto poder (la prensa) expone mayormente temas futboleros y de farándula, dejando de lado las situaciones realmente trascendentes de nuestra sociedad. Para cerrar creo que hace falta una revolución cultural y comunicacional que «obligue» a los ciudadanos a realizar ciertas reflexiones/acciones básicas que su propia existencia social requiere.

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