Nostalgias
Por Elicura Chihuailaf
El año pasado, antes de viajar hacia Europa, fui invitado a leer mi poesía en Copiapó. Conocí entonces a una hermosa joven, Carolina Mayerovich. Conversamos largamente: “Mi abuela materna es mapuche, me siento orgullosa por eso”, me dijo. Carolina sueña, escribe cartas y poesía. Hace unos días recibí su mensaje electrónico: “Amigos: Les escribo para contarles que he contratado una casilla de correo, algo así como una dirección, un lugar donde siempre se me puede encontrar.
Me parece que esta inmediatez del mail hace que uno postergue a veces las cartas o que estas se parezcan cada vez más a los viejos telegramas. Me pasa muchas veces que los únicos que me escriben son las casas de cobranza y en un acto de gran nostalgia quisiera retomar a la antigua correspondencia. Con esto no quiero decir que no utilizaré nunca más el mail, facebook u otro sistema de comunicación actual, lo que digo es que me parece maravillosa esa sensación de recibir un sobre que ha viajado y surcado tantos obstáculos para llegar a su destin0.Se me ocurre, por ejemplo, que los tediosos domingos vendré al centro, pasearé por la plaza, veré mi casilla y regresaré a casa con un pequeño tesoro entre mis manos, luego me tomaré un café y leeré una y otra vez los mensajes que he encontrado en ese pequeño nicho que es la casilla de correo, donde duermen a veces las palabras esperando ser revividas con una simple lectura. Creo que me he vuelto una romántica, pero ¿qué más se puede hacer para contrarrestar esta locura de la rapidez de las cosas, donde nada parece tener una pausa? Imaginen que un día se cae el satélite que soporta todos los mail de la personas en el mundo. En ese caso no habré guardado una copia de ninguna carta para releer después. Claro que estoy exagerando (sólo a modo de convencerlos), además dentro de un sobre se puede meter un montón de cosas: recortes, tarjetas; y claro uno puede escribir sobre un diario, una servilleta, un papel de cuaderno o también en el computador y luego imprimir, eso es a gusto del que escriba.
Les dejo esta invitación, con mucho cariño, envíenme sus direcciones para escribirles. La mía es…”
Imprimí el werkv / mensaje de Carolina para leerlo y releerlo, oírlo como si estuviera escuchando el susurro del viento en una casa en Alhue de González Vera o en el suburbio de Nicomedes Guzmán o de Manuel Rojas o en las Memorias del Lonko Pascual Koña. Le digo que “heredé” una casilla de correos en Temuko, pues la tuvo mi padre, luego mi hermano Arauco (allí también recibimos –desde 1974– las cartas desde su exilio en Francia, y de mi prima Nelia y de mis primos desde Suecia), y que yo se la dejaré a mi hijo Gonzalito, y que espero que todos los habitantes de Chile tengan una casilla de correos en la que no reciban jamás cartas desde el exilio, pero sí cartas en las que les recuerden la gratuidad de la atención en salud, de sus beneficios para la casa propia y de las becas de estudios para sí mismos o para sus hijas e hijos.
Me parece que las nuevas generaciones comienzan a comprender que la Vida / el Universo sucede en la línea curva de la totalidad, y que la recta unidireccional es la egoísta / neoliberalista mirada del fragmento. Me parece que la nostalgia apaga la ceguedad de la ira y despierta la Ternura de los Sueños / de la Revolución que abrirá las “grandes alamedas por donde pasen –de una buena vez–los Seres Humanos libres”.
Estoy escribiendo en San Miguel, en Santiago, donde estoy visitando a mi hija y a mi yerno, médicos que han venido por su especialidad. Estoy mirando la cordillera de Los Andes, obnubilada –como la identidad chilena–por la contaminación. Estoy pensando en los hermanos Palestro, en Los Prisioneros que cantan ¿por qué las transnacionales de la madera, la minería, las hidroeléctricas, etc., no se van del país?
Estoy triste, pensando en el desdén de la presidenta socialista a nuestra Gente que vino desde el sur / desde la Región Mapuche a dialogar con ella. Estoy pensando en los treintaicinco prisioneros mapuche y en los violentos allanamientos de la policía a nuestras comunidades. Pero, en mis lágrimas, la sabiduría de mis Mayores me dice que siempre desde la oscuridad surge la más resplandeciente luz.
Estimado Elicura,
Hermosa tu escritura que huele a carta con sello postal incluido. Yo también extraño las cartas. Se echan más de menos cuando uno vive fuera de la tierra que se encariño con tus primeros pasos, donde otros más antiguos dieron sus primeros pasos.
Yo también mantuve una casilla por mucho tiempo hasta que supe que la CNI sacaba mis cartas y después de revisarlas las quemaba. Lo supe por una funcionaria de Correos decente que le molestaba esa intromisión de estos pelafustanes.
Tengo dos o amigos que aún resisten. De ellos a veces recibo cartas, con «un montón de cosas», como bien escribes en tu artículo. La última sorpresa que venía en el interior de una de esas cartas era una edición de sellos con el rostro del gran Zitarrosa, y un porta vasos del café donde Galeano conversa sus días.Qué más podría uno pedir a la vida?:
!Autonomía para el pueblo mapuche, libertad para los presos políticos mapuche! Fuerza para tí hermano Elicura!.